Capítulo 38

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Narra Sebastián

Apenas salimos de la habitación en busca de la pequeña comenzamos a llamarla, por todos los apodos que hemos utilizado en ella a excepción de su nombre y el "jovencita", pues no queríamos asustarla más.

Buscamos en su habitación, la oficina, los baños, el gimnasio, e incluso en el jardín. No había rastro de ella, estaba muy bien escondida, o al menos eso creí hasta ver el rostro de preocupación de mi marido.

Se llevó ambas manos a la boca cubriéndola, y tenía sus ojos abiertos como platos.

–¿Amor?– le pregunté, pero no respondió, y decidí mirar en la dirección en la que miraba él.

No noté nada raro, al menos no hasta acercarme y darme cuenta... de que la puerta no estaba completamente cerrada.

Julia huyó.

–Puta madre– solté llevándome las manos a la cabeza –. Llama a Víctor, debemos buscarla cada uno en su auto– agregué y Mateo me siguió hasta la cochera.

Víctor es un agente amigo nuestro, trabaja en el departamento de policía, pero sé que accederá a hacer su día de descanso a un lado para ayudarnos a buscar a la nena.

–Llamaré a Joaquín también, y a Diego, ¡llamaré a todos, a la mierda!– respondió él mientras cada uno subía a su respectivo auto.

Ellos son, emm... amigos... de la familia.

Luego los presentaré.

Nos mantuvimos en llamada mientras conducíamos alrededor y através de toda la residencial. Preguntamos a vecinos y a guardias de seguridad, pero al parecer ninguno la había visto. A Mateo pronto le vino la idea a la cabeza de preguntar en la entrada si la vieron salir. Y no sé qué respuesta sería peor que nos den: que la vieron salir, y que ahora puede estar en cualquier parte de la ciudad, o que no la vieron salir, lo cual significaría que o uno; salió y ninguno se dio cuenta, o dos; no salió y se metió a la casa de algún extraño.

Mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho, y el estrés que me generaba el no saber dónde se había metido me daba ganas de llorar. Me sentí como un imbécil por no haber salido en ese momento para detenerla, y se lo hice saber a Mateo por la llamada, quien no pude retenerlo más y estalló en llanto, ocasionando que yo lo haga también.

—Preguntaré en la entrada, ¿okay? Seguiré en llamada para que tú escuches lo que me digan— me comentó através del teléfono —. Mientras, tú sigue buscando.

—Está bien— respondí limpiando mi nariz después de haber tallado mis ojos.

Continué conduciendo, volviendo a pasar por aquellas rutas que ya había recorrido antes, pues no quedaba un solo lugar sin revisar. Hasta que escuché el inicio de la conversación de mi esposo, instantáneamente me dirigí a la orilla de la calle, me estacioné y escuché atentamente cada palabra.

—Buenas tardes— saludó la voz de Mateo.

—Buenas tardes, señor— le respondió alguien.

—Disculpe, ¿no vio a una niña salir solita?

Hubo un corto silencio, que no duró más de cinco segundos.

—Permítame le pregunto a mis compañeros, ¿qué ropa tenía puesta?— soltó finalmente aquella voz.

—Estaba en pijama, mide metro y medio, cabello castaño, pecas... no sé qué más decirle...

—Oye, Javier...— dijo la voz desconocida, pero no parecía estarle hablando a Mateo, supuse que hablaba por su radio —¿salió una niña por la entrada? Tengo aquí al señor Mateo, dice que... ¿sí?...— para ese entonces sentí que me daba un paro cardiaco —cabello castaño... metro y medio... ¿seguro?... está bien. Gracias, Javier.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora