Capítulo 33

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Narra Julia

–¿Por qué nos mentiste? ¡Llegamos y el concierto aún continuaba!– exclamó molesto Sebastián.

No supe qué responder, me quedé callada.

–¡Y ni siquiera contestaste nuestras llamadas!– me reclamó Mateo.

–Ni mensajes– agregó Sebastián aproximándose a la sala de estar, a donde lo siguió Mateo.

–Ven aquí– me ordenó Mateo, y por miedo a que el regaño fuera peor, obedecí.

Me sentaron en el sofá y se mantuvieron de pie a poco más de un metro de mí.

–Desobedeciste, nos mentiste, y te pusiste a ti misma en peligro, jovencita– me dijo Mateo –. Estoy muy decepcionado.

Bajé la mirada, para esos momentos yo ya había comenzado a lagrimear.

–¡Julia, di algo! ¿Ni siquiera te vas a justificar?– me cuestionó ahora Sebastián.

–Lo siento– solté finalmente, pero ahora con la voz quebradiza.

Suspiraron. Y finalmente comencé a sollozar.

–Estás castigada...– me comenzó a hablar Sebastián, llamando mi atención, a esto sí sabía cómo responder –no tendrás tu teléfono, ni podrás ver la televisión...

–Ni mucho menos salir de esta casa– agregó Mateo con los brazos cruzados.

–Y olvídate de tu oso y tu muñeca, no los verás hasta que demuestres que aprendiste una lección, ¿entendiste, jovencita?– dijo nuevamente Sebastián.

–¡No pueden castigarme!– respondí, tal vez más alto de lo que debí.

–¿Ah, no?– me preguntó burlonamente Mateo.

–A nosotros no nos levantes la voz, Julia, ¿quedó claro?– me dijo Sebastián acercándose a mí mientras me apuntaba con su dedo índice.

Miré hacia otra parte, estaba enojada. Sebastián me tomó por la mandíbula y giró mi cabeza en su dirección, con tal de que lo mirase a los ojos.

–¿Quedó claro?– me preguntó ahora en un tono de voz mas alto.

–Sí– susurré finalmente.

–¿Qué dijiste?– me cuestionó.

–¡Que sí!– repetí, y finalmente soltó mi mandíbula.

–Hablamos con tu tía– me comentó Mateo, llamando nuevamente mi atención –. Le dijimos lo que hiciste y lo mal que te estás comportando.

Mierda, no.

–Ella está de acuerdo en que debes tener un castigo– soltó Sebastián.

Los miré con el ceño fruncido, seguía sollozando pero ya no estaba triste, estaba molesta.

–¡No es justo!– exclamé poniéndome de pie.

–Siéntate, jovencita– me ordenó Mateo, pero yo dudé primero en si obedecer o no. Se inclinó hacia mí, pero seguía siendo notoriamente más alto, lo que me intimidó un poco –. Ahora.

Finalmente, obedecí y me volví a sentar, pero esta vez no los miré a la cara. Estaba furiosa.

–Te estás comportando como una niña malcriada– me dijo Sebastián –. Y nosotros vamos a cambiar eso.

–¡Ya déjenme en paz!– volví a exclamar.

–¿Qué te dije sobre alzarnos la voz?– me cuestionó Sebastián –Lo dejé pasar hace rato, pero esta vez no– agregó, y nuevamente me asusté –. Ponte de pie.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora