Capítulo 69

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Narra Julia

Papi tomó el pantalón de mi pijama y daddy me tomó en brazos para luego dejarme de pie sobre el suelo. Él se agachó y remangó las piernas del pantalón para luego acercarlo a mí, indicándome que coloque un pie posterior al otro, mientras daddy acariciaba mi cabellera risueño.

Mi pijama no está hecha pensando en que alguien la usaría llevando un pañal puesto, así que el pantalón no sube ocultándolo por completo, deja una franja de unos cinco centímetros de grosor al descubierto. Eso le parece muy tierno a mis daddies, o al menos eso me hacen suponer esta segunda vez que me llenaron el rostro de besitos al notarlo.

Daddy tomó mi mano y justo antes de comenzar a caminar, recibí un par de palmaditas de papi en mi trasero. Me sonrojé un poco y me escondí en el brazo de mi daddy.

–Ay, monita, seguro ni lo sentiste– se defendió risueño, haciendo reír a quien tomaba mi mano.

Finalmente papi se apartó para dirigirse a la puerta del baño, y daddy (supongo para que no lo vea poner la clave) me tomó en brazos. Al entrar, me volvió a dejar sobre el suelo para permitirme caminar, y me dirigí a lavarme los dientes mientras papi buscaba algo en un cajón del lavamanos.

Al terminar, enjuagué mi boca y sequé mis labios, pero dejé mi chupete sobre la encimera, más que nada porque sentía vergüenza de volverlo a agarrar.

–Abre la boquita, corazón– me indicó daddy detrás de mí. Me giré y lo pude encontrar a mi altura con la medicina que me dio Joaquín, en mano. Obedecí y le permití ponérmela, pero debo admitir que esta vez me dolió, no demasiado, pero sí me dolió.

Apenas tocó mi herida, me aparté y cerré mi boca con un pequeño quejido de dolor. Él me miró con preocupación y papi acudió a mí.

–¿Te dolió, princesa? Ayer no te dolía– soltó acariciando mi mejilla.

Bajé la mirada, no quiero preocuparlos.

–Monita...– comenzó a hablar daddy, llamando mi atención –... ¿vomitaste?

Mi semblante cambió por completo, no quería que pensaran eso, y negué rápidamente con mi cabeza.

–No, no lo hice– solté rogando que me creyeran.

Intercambiaron miradas de preocupación y papi habló finalmente.

–¿Qué hacemos?– le preguntó a mi daddy, quien se mantuvo callado unos segundos.

–¿Prometes que no lo hiciste, nena?– me volvió a preguntar, y no dudé en asentir.

–Lo juro– solté, y nuevamente intercambiaron miradas.

Parecían preocupados, tristes, pero era verdad lo que decía. No vomité.

Finalmente permití que continuara poniéndome aquella pasta, tragándome la molestia. Papi besó mi cabeza y al terminar me llevaron a la cama.

Daddy me arropó bajo las sábanas, y papi salió de la habitación sin previo aviso, confundiéndome.

–Daddy– lo llamé, ahora yo estaba preocupada. Él me miró con una leve sonrisa y besó mi frente –. Sí me creen, ¿verdad?

Se mantuvo en silencio unos segundos, justo antes de sonreírme ahora más notoriamente y responder.

–Sí, nena... tranquila– soltó con tranquilidad, contagiándome la sensación –. Confiamos en ti.

Le sonreí y me despojé de las cobijas para abrazarlo, gesto que correspondió al instante. Pocos segundos después, entró papi nuevamente a la habitación, ahora con el libro de la otra vez, en mano. Solté a daddy y me volví a recostar en la cama, cada uno se colocó a un costado mío, y me turné para dejar un beso en la mejilla de ambos, haciéndolos sonreír.


Narra Mateo

Le leí el cuento a la nena, tal como se lo prometí, y no tardó mucho en quedarse profundamente dormida.

–Amor– me llamó Sebastián, haciéndome saber que por fin logró conciliar el sueño.

Sonreí al verla, recordando cuando la conocí. Recuerdo lo mucho que hablaba mi marido de aquella niñita que conoció en el Starbucks, y cuánto deseaba volver a verla. Tuvimos tanta suerte de que resultara ser la sobrina de Emma.

–Esta será nuestra última noche con ella– soltó Sebas, llamando mi atención.

Era cierto, mañana llegará su tía a recogerla.

Suspiré, al menos ya es nuestra little, tal vez podamos hablar con Emma para poderla ver más seguido de ahora en adelante.

–La voy a extrañar– susurré para luego besar su frente.

Mi marido acarició su cabecita, para luego responderme con un "yo también".

Cerré el libro y sigilosamente, con tal de no despertarla, volvimos a nuestra habitación para finalmente acostarnos a dormir.


Narra Julia

Esta vez sí me despertó mi alarma, pero hubiera preferido mil veces que lo hubiese hecho alguno de mis daddies. Me removí sobre la cama para alcanzar mi teléfono y silenciarlo, luego me senté y tallé mis ojos en busca de terminar de despertarme.

Nuevamente faltaba una hora para ir a la escuela. Me puse de pie y, por memoria muscular supongo, me dirigí al baño a hacer pipí, llevándome una sorpresa al intentar abrir la puerta.

Suspiré, lo había olvidado por completo. Caminé de vuelta a la cama en busca de Koda, y apenas lo tomé en brazos, papi abrió la puerta llamando mi atención.

–Hola, nena, buenos días– me saludó sonriente.

Sonreí al verlo y me dirigí a él para darle un abrazo que no dudó en corresponderme.

–Buenos días, papi.

Se inclinó para besar mi cabeza y luego tomarme en brazos. Me recosté en su pecho, y él se tomó unos segundos para revisar mi pañal, pasando su mano de un lado al otro, haciéndome sonrojar. Me removí un poco y escondí mi rostro en su cuello haciéndolo reír.

–Tranquila, monita... papi solo quería saber si tuviste un accidente– soltó risueño, para luego besar mi frente y salir de la habitación aún conmigo en brazos.

Bajamos las escaleras encontrándonos con daddy en el primer piso, quien se encontraba cocinando. Al notar nuestra llegada, dejó lo que estaba haciendo para tomar dos platos a su izquierda, uno con cada mano. Cada uno tenía un sándwich, pude distinguir el jamón, la lechuga, el jitomate y no mucho más... pero se veían deliciosos.

–Buenos días, cariño– saludó a papi sonriente, dándole un beso en los labios, para luego dirigirse a mí –. Buenos días, bebita– agregó besando mi cabeza para luego dirigirse al comedor.

–Buenos días– respondimos papi y yo casi al unísono.

Daddy dejó los sándwiches en los lugares que ellos dos suelen ocupar, y luego volvió a la cocina. Papi me dejó sentada en la cabecera para luego alejarse.

–¿Qué le pongo a tu sándwich, bebé?– me preguntó daddy sonriente, aproximándose a mí para luego colocarse a mi altura. Lo miré unos instantes, quería decirle que no tenía hambre, pero ya conocía la respuesta que me daría –Además de mucho amor– agregó para luego besar mi frente.

Reí, pero pronto se desvaneció mi sonrisa. Ayer comí tres veces. Bajé la mirada en dirección a mi peluche, y daddy notó mi estrés.

–¿Qué tal solo queso y jamón?– soltó enderezándose –Y tenemos pan integral.

Lo miré con ilusión, le sonreí y asentí. Agradecía tanto que fueran tan flexibles conmigo.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora