Capítulo 81

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Narra Julia

Iríamos nuevamente a un restaurante que no conozco, también cerca de aquí. Es un sitio de comida italiana, papi lo escogió pues dijo que con la mención de aquella pasta del refrigerador, no se pudo resistir a la idea.

Daddy tomó mi peluche y papi se dirigió escaleras arriba conmigo en brazos, siendo seguido por él. No sabía a dónde íbamos, pero no me molesta en lo más mínimo el que me carguen, disfruto tanto el sentimiento. Finalmente entramos a su habitación, y papi me dejó recostada sobre su cama para hacerme algunos mimos y cariños que me hicieron reír. Daddy besó mi frente Y me entregó a Koda para luego hablar.

–Papi y daddy se vestirán rápido, y luego te vestirán a ti, ¿okay, mi niña?– me explicó justo antes de dejar una serie de cortos besos en mi mejilla izquierda, haciéndome reír nuevamente.

Asentí y me enderecé para terminar sentada sobre la cama. Tomé a Koda y coloqué sobre mis piernas cruzadas para luego darle un corto beso en su cabeza.


Narra Mateo

Me enternece tanto verla interactuar con sus juguetes. Los cuida y les da un cariño que me hace creer que genuinamente los ve como seres vivos, pero no pienso preguntárselo, tengo miedo de que deje de hacerlo por vergüenza, o que caiga en cuenta de que no están vivos en realidad. Prefiero admirarla mientras abraza a su muñeca o besa la cabeza de su osito.

Concentrándome nuevamente en mi cometido, me quité la camisa tirándola al suelo accidentalmente, me incliné para recogerla y después me dirigí a la cesta de ropa sucia que se encuentra en el baño. Una vez la dejé allí, volví a la habitación, encontrándome con una escena en la que mi marido no podía borrar su sonrisa y parecía como si le costase tanto retener sus risas. Miré a la nena, estaba acurrucada en una esquina y me dirigí a ella para tomarla en brazos y calmarla por un contexto que desconocía. La pobrecilla comenzó a temblar, preocupándome.


Narra Sebastián

Mi pobre nena. Se vió tan asustada cuando su papi se quitó la camisa. Su carita pasó del asombro al casi llanto en cinco segundos.

–Aww, nena– solté enternecido y ella me miró con preocupación para luego acurrucarse en una esquina superior de la cama.

Sé que debí atenderla al instante, pero me pareció una escena tan adorable que tardé en contener finalmente las pequeñas risas que emanaban de mí. Al volver mi marido, se acercó a ella con confusión y la tomó en brazos haciéndola temblar un poco. Fue ahí, tal vez unos quince o veinte segundos después de su reacción inicial, que entré en acción y le pedí a mi esposo que me permitiera cargarla, lo cual no dudó en hacer.

La mantuve en mis brazos, meciéndola de arriba a abajo y balanceándome de izquierda a derecha. Vio a su papi y se escondió en mi pecho haciéndome sonreír con ternura por segunda vez, fue ahí que comencé a darle esas suaves palmaditas sobre su pañal que la tranquilizan tanto.

–¿Qué tienes, bebé?– le preguntó él con dulzura, en un tono levemente infantil mientras acariciaba su cabecita.

–Se asustó– confesé aún sonriente, confundiendo a mi marido.

–¿Yo la asusté?– me preguntó con preocupación, haciéndome reír con la suma del repentino agarre de la princesa al cuello de mi camisa.


Narra Julia

Ahora estoy en los brazos de daddy, pero sigo algo asustada.

Sé que ellos nunca me golpearían o me maltratarían en general, pero de por sí en sus regaños ya me intimidan bastante, ahora con esta imagen en la cabeza tengo miedo de volver a desobedecerles. Al instante de ver a papi me llegó a la cabeza el recuerdo de aquella vez que escribí las reglas que tenía que seguir... ellos dijeron que un castigo eran las nalgadas, ¿planeaban hacerlo con fuerza? No me podría sentar en semanas.

Me alegro de que hayan enmarcado esa hoja y la hayan colocado en la pared de mi habitación, pues siendo sincera, creo que ahora mismo no recuerdo ni la mitad de ellas.

–¿Yo la asusté?– le preguntó papi a mi daddy con preocupación, pero sé que eso le dejará de preocupar si rompo alguna regla. Me acurruqué más en su pecho y me aferré a su camiseta, tratando de concentrarme en las palmaditas que recibía por su parte.

–Amor, eres bastante grande– me defendió daddy enternecido por la situación.

–Aww, mi bebita– soltó sonriente papi para luego dejar un suave beso en mi cabeza –. Pero, princesita... tú sabes que nosotros nunca te haríamos daño– agregó con una dulzura y calidez que comenzaban a tranquilizarme.

–Sí lo sabes, ¿verdad, monita?– me preguntó daddy con algo de preocupación.

Un par de segundos después de su pregunta, asentí sin despegar el rostro de su pecho, notando al instante que daddy dejaba de tensarse.

–¿Necesitas tu chupete, muñequita?– me preguntó papi, y yo no tardé en asentir, haciéndolos sonreír.

Pocos segundos después, pude identificar la mano de papi acercando a mis labios la parte gomosa del chupete, el cual no tardé en recibir saliendo de mi escondite, pudiéndole ver su rostro enternecidamente sonriente por fin.

Seguía sin camisa, haciéndome tensar mi cuerpo un momento, al menos hasta que se dio cuenta de ello y se puso una de su armario.

–¿Mejor, bebita?– me preguntó sonriente –¿Dejarías que papi te cargue ahora?– agregó con un tono dulce que me tranquilizó. Daddy me dirigió una mirada interrogatoria y una sonrisa, pero a quien le asentí fue a papi, permitiéndole tomarme en brazos y colocarme en su cintura seguido de un beso en mi frente.

–Mi princesa– me susurró para luego comenzar a balancearse lentamente de izquierda a derecha.

–¿Por qué te asustaste, monita?– me preguntó daddy después de dejar un suave beso en mi cabeza.

Me daba algo de vergüenza responder, y terminé concentrándome en la succión del chupete pocos segundos después de que papi decidiera que era buena idea retomar las palmaditas que estaba recibiendo hace un momento. Y sí, era buena idea. No pude evitar sonreír. Ambos rieron divertidos en voz baja, pero no me importó. Saben perfectamente cómo hacerme sentir segura.

–Bebé...– comenzó a hablar daddy con gentileza y algo de firmeza, haciendo que me remueva un poco en mi lugar –por favor dinos que ocurre– agregó acariciando mi mejilla.

Miré hacia arriba, encontrándome con sus ojos y recibiendo una tierna sonrisa al instante. Fue en ese momento que las palmaditas cesaron, confundiéndome y haciéndolos reír un poco.

–Continuaré cuando nos digas, muñeca– me indicó papi justo antes de besar mi cabeza.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora