Capítulo 79

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Narra Julia

Movimos los muebles, o más bien; papi y daddy los movieron para hacer espacio, y colocamos un colchón entre los dos sofás grandes. Trajimos todas las mantas que habían y varias almohadas y cojines. Reflexionamos un poco sobre cómo colocar el techo para caber dentro estando sentados, pues yo sí cabía pero mis daddies son bastante altos. Así que cual torre de naipes, colocamos dos colchones no tan grandes sobre el respaldo de los sofás que utilizábamos como pared, en diagonal y apoyados el uno sobre el otro.

Alejándome para apreciar el progreso, me percaté de la similitud que tenía con una casa de dibujos animados y no con un castillo. Reí, y papi me sorprendió tomándome en brazos para cargarme como princesa, algo que nunca había hecho. Al instante de hacerlo y sin perder un solo segundo, daddy se acercó para alzar ligeramente mi camisa y permitirle a ambos soplar sobre mi estómago de aquella manera indescriptiblemente graciosa que he mencionado antes.

Reí a carcajadas para luego recibir un beso en la frente por parte de cada uno, y que papi cambie la posición en la que me encontraba sin el más mínimo esfuerzo, ahora cargándome cual costal de papas, haciéndome reír nuevamente. Me sostuvo colocado su mano derecha (o me imagino que era la derecha) sobre mi pañal, donde estaba mi trasero, y utilizó su otra mano para hacerme cosquillas en la planta de los pies.


Narra Sebastián

Mi marido no podía borrar su enorme sonrisa con las risueñas súplicas de la nena por que detenga las cosquillas.

–¡Papi, no! ¡Basta!– exclamó entre risas, y me decidí por dirigirme a sus espaldas para poder ver su carita.

Mi niña. Se veía tan feliz. Apenas vi su rostro saqué mi teléfono para grabarla, pero a ella no parecía importarle en lo más mínimo, ni siquiera teniendo en cuenta el precioso atuendo que le puso mi marido. Supongo que fue por estar concentrada en rogarle a esposo que pare, y fue en ese momento que me di cuenta de que también intentaba zafarse de su agarre, pero la pobrecilla tenía tan poca fuerza en comparación que parecía como si ni se inmutara, y Mateo solo la estaba sosteniendo con una mano sobre su pañal. Eso me dio aún más ternura.

Una vez dejé de grabar y mi esposo cesó con las cosquillas, la nena finalmente pudo tomar un respiro, y vaya que lo tomó. Se veía tan agotada y risueña a la vez.

Mi princesa.

Ella siempre se ha visto preciosa en cualquier cosa que hace o dice.

Pasado un minuto tal vez de mimos tranquilos y cariños para que logre calmarse, finalmente pudo regular su respiración. Nos sonrió manteniéndose recostada sobre el sofá, donde la colocamos para tranquilizarla.

Cuando alguien te sonríe por la calle, uno sonríe por cortesía, pero es que con la nena es distinto. Uno no sonríe por cortesía, sonríe porque cuando ella lo hace... te emana una ternura y calidez que nunca antes has experimentado. Yo no conocía este sentimiento. O al menos no hasta conocerla a ella.

Extrayéndome de mis pensamientos, logré ver que su pañal ya no mostraba los dibujos de Winnie the Pooh que mostraba en un inicio. Traté de disimular mi sonrisa enternecida, pero creo que no lo logré, pues apenas ella notó mi reacción; recogió sus piernitas contra su pecho, dejando de permitirme verlo, y trató de evadir el contacto visual.

–¿Qué pasa, corazón?– le preguntó su papi, extrañado.

Aproveché un momento en que acomodó sus piernitas para acercarme y poner la mano asegurándome de ello, haciendo que se resigne a la revisión, y me permita por completo el hacerla.

–¿Mojó su pañal?– me preguntó mi marido mientras pasaba mi mano, palpando de un punto a otro.

Asentí enternecido, y Mateo se encargó de tranquilizarla con mimos.

–Pobrecilla, está empapada, debieron ser las cosquillas– solté sonriente, aún enternecido por la situación.

–Aww, ¿fue por eso, bebé? ¿Fueron las cosquillas de papi?– le preguntó mimándola.

–Iré por las cosas para cambiarla, ahora vuelvo– solté para luego dirigirme escaleras arriba, aún pudiendo escuchar durante el trayecto, los mimos que le dedicaba mi esposo para calmarla.

Tomé un pañal nuevo, el talco, las toallitas y la crema antirozaduras, dándome cuenta de que debíamos buscar una pañalera para la próxima vez que salgamos de casa con la nena.

Al volver, encontré a Mateo hablando con algo más de seriedad con ella. Tal vez "seriedad" no es la palabra cien por ciento adecuada... ¿"autoridad"? Me aproximé al sofá y traté de seguir la conversación.

–Princesa, te terminarás rozando eventualmente si no nos dices cada que necesites un cambio– soltó él, haciéndola evitar el contacto visual.

Lo que decía mi marido era cierto. Nunca me había pasado por la mente. Entiendo que le dé vergüenza, pero debemos saberlo al momento, por su bien.

–Lo siento– soltó en un susurro, recibiendo una caricia en la mejilla y una sonrisa de comprensión por mi parte.

–¿Crees que puedas intentarlo, corazón?– le pregunté.

La pobrecilla me miró con sus ojitos ya cristalizados, nuevamente bajó la mirada y finalmente respondió.

–Es que me da vergüenza– se justificó tratando de retener un puchero.

–Lo sabemos, princesa, pero si no te cambiamos lo antes posible, terminarás lastimándote– respondió mi marido con gentileza, colocando un mechón suyo detrás de su oreja.

–Voy a cambiarla ya, quien sabe cuánto tiempo lleve así, pobrecita– le informé con algo de preocupación a Mateo, quien asintió para luego dirigirse a la princesa y besar su frente, pues apenas escuchó mi comentario se tensó ligeramente.

Desdoblé el pañal nuevo y lo deslicé debajo de mi princesa, luego abrí el empaque de las toallitas húmedas para poder tomarlas con facilidad apenas las necesite.

–¿Hay algo que podamos hacer para que no te dé vergüenza, bebita?– le preguntó, manteniéndome alerta de lo que fuera a responder –¿O que no te avergüence tanto?

Ella se mantuvo en silencio mientras yo despegaba ambas cintas. Aprovechando la espera de su respuesta, me concentré en mi cometido abriendo el pañal mojado para luego tomar un par de toallitas y comenzar a limpiarla por la parte frontal. Ella se removió, recordándome aquella vez que se quejó del frío. Mateo logró divisar a su osito sobre el suelo para luego tomarlo y entregárselo en sus brazos.

Lo abrazó con fuerza mientras terminaba mi tarea, y una vez la finalicé, la despojé del pañal mojado, permitiéndole relajar su agarre al peluche.

Mateo me miró como buscando una sugerencia, pero yo estaba tan lejos de llegar a un plan como él.

O al menos eso creí, hasta que alrededor de unos treinta segundos después, su rostro parecía delatarlo de haber tenido una idea.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora