Capítulo 46

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Narra Julia

Como por arte de magia, una limonada apareció frente a mí. Supuse que mis daddies la habían pedido sin que yo me percatase. Aún así, por miedo a que fuera de alguien más, la miré con confusión, ocasionando que papi me haga saber que era mía. Les agradecí y bebí un sorbo, pues no tenía mucha sed.

–Mira, princesa...– me llamó daddy, antes de volverme a sumergir en la distracción que se estaba volviendo aquella hoja de actividades para mí –estos...– dijo mostrándome su menú para luego señalarme uno de los platillos –se llaman harumaki, son como rollitos de verduras y poquita carne, esos tal vez te gusten.

–Espera, amor– le indicó mi ahora preocupado papi –. ¿Eres alérgica a algo, bebita?– me preguntó.

Reflexioné un momento por si algo se me estaba olvidando, pero no, no soy alérgica a nada.

–No, papi– le hice saber, haciendo que se calme.

–¿Segura, nenita?– me cuestionó daddy, y no dudé en asentirle para hacerle saber que estaba completamente segura.

–Okay, pequeña... ¿qué se te antoja? ¿sushi?... ¿una sopita?... ¿los rollitos que te dijo daddy?– me preguntó nuevamente papi.

–¿Puedo pedir los rollitos?– les pregunté.

–Claro, nena, lo que quieras– me respondió ahora daddy.

–Gracias– les respondí con una sonrisa, recibiendo un cariño en la mano por parte de daddy y un beso en la cabeza por parte de papi.

–¿Tú que pedirás, amor?– le preguntó daddy a papi.

–No lo sé... creo que tempura udon– respondió finalmente –. ¿Tú?

–Yo pediré uramakis de atún– contestó daddy.

Me limité a verlos con curiosidad, ¿cómo podían recordar esos nombres? No pasó mucho tiempo más para que finalmente llegase el mesero de un inicio a tomar nuestra orden. Papi pidió su comida y luego daddy lo hizo, y cuando caí en cuenta de que pronto sería mi turno, no pude recordar el nombre de mi platillo. Me puse nerviosa, y daddy lo notó, supongo que por esa razón pidió por mí, lo cual agradezco muchísimo.

Estuvimos conversando unos veinte minutos. Bromeamos, contamos anécdotas y reímos, adoro este tipo de momentos con ellos. Y más aún, debo admitir, ahora que me puedo referir a ellos como mis daddies. Me gusta verlos sonreír cuando los llamo por su respectivo apodo, me hace sentir querida.

Cuando finalmente llegó nuestra comida, me sorprendí al ver mi platillo. No mentiré, se veía delicioso, lo confieso... pero tenía... mucho aceite. ¿O era grasa? Ni siquiera conozco la diferencia, solo sé que se veía muy calórico. Tomé mis palillos y partí uno de los rollitos utilizándolos, permitiéndome ver el interior que contenían. Pude distinguir la lechuga, bueno... el rollo estaba compuesto en un ochenta por ciento de lechuga, así que más bien pude distinguir los otros ingredientes, había zanahoria, algo de pollo y... ¿calabacín? A excepción de eso, no pude distinguir nada más.

–¿No se te antojan, nena?– me preguntó papi al notar que no había dado ningún bocado aún.

Lo último que quería era ser grosera con ellos. Lo deseo aún menos que el engordar.

–Sí, papi, solo quería ver el interior– solté, para luego morder el primero.

Dios mío, ¡estaba delicioso! ¿Cómo había pasado casi dieciocho años de mi vida sin conocerlos?

–¿Qué tal?– me preguntó daddy.

–¡Está muy rico, daddy!– exclamé después de tragar.

Si tan solo no tuviese tanto aceite, lo comería a diario. Pero está bien, una vez al año no hace daño, ¿no? Ambos rieron por mi respuesta, y yo continué comiendo, deseando que no me llegue el remordimiento al volver a su casa.

–Nos alegra que te haya gustado, bebita– me comentó papi una vez tomé el segundo rollito con mis palillos.

Desgraciadamente, este resbaló por el aceite, lo cual me hizo sentir tan culpable. Pronto mi sonrisa se borró de mi rostro, y me mantuve analizándolos con la mirada unos segundos.

–¿Se te dificulta con palillos, princesa?– me preguntó daddy.

–¿Por qué no lo intentas con la manita, bebé?– me sugirió papi sonriente.

Los miré unos instantes, para luego volver a mirar mi platillo. Tomé uno con mis dedos, pues ¿qué se suponía que hiciera? ¿explicarles que me siento mal por las calorías y no porque se me haya resbalado? Ambos me sonrieron con dulzura, y mantuve mi comida ahora sosteniéndola con mis dos manos, para luego darle una mordida con culpa y algo de tristeza.

Siento que estoy comiendo mucho, esta ya es mi segunda comida del día, y a este paso seguro llegaré a una tercera.

Es suficiente, estoy harta. Comeré todo e iré a vomitarlo.

Y ahora decidida, terminé mi plato rápidamente y me puse de pie.

–Iré al baño– solté sonriente.

–¿Sabes dónde está, corazón?– me preguntó daddy.

–Bueno, no... pero puedo preguntarle a un mesero– respondí, ambos intercambiaron miradas y finalmente me dejaron ir.

Estuve buscando a alguien del personal, hasta divisar accidentalmente los baños al fondo del restaurante. Sin perder más el tiempo, me encaminé a ellos y entré al de mujeres. Esta vez me tomé mi tiempo, pues no quería dejar nada de aquellos rollitos en mi estómago. Sé por google, que no tiene sentido vomitar la comida pasada una hora de haberla comido pues ya se habrán absorbido todas las calorías para ese entonces, pero al ver salir mi desayuno de mi boca, no me molestó continuar.

Limpié mi boca, mis ojos y soné mi nariz con el papel de baño a mi derecha. Me solté nuevamente el cabello y me aseguré de no verme sospechosa al abrir la puerta. Una vez salí y caminé hasta los lavabos, pude ver a una mesera, específicamente la que me dejó aquella hoja de actividades en la mesa. Hicimos contacto visual, y se veía preocupada. El miedo me invadió, ¿cuánto tiempo llevaba allí? Le sonreí brevemente y tomé algo de jabón para luego lavarme las manos.

No dijo nada. Pero no despegó la mirada de mí.

Me sequé las manos y finalmente salí del baño deseosa de no tener una experiencia como aquella nunca más en mi vida. Al dirigirme de vuelta a la mesa, pude ver a mis daddies conversando y riendo.

Tranquila. Ellos no tienen ni idea.

Solo actua normal.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora