Capítulo 34

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Narra Julia

Me mantuvo Mateo en sus brazos unos minutos, arrullándome con sus características palmaditas en mi espalda. Por fin comenzaba a tranquilizarme, no me gustó nada verlos molestos, y yo sinceramente seguía algo frustrada, pero no me atreví a decirles nada por miedo a que se repita el suceso.

Poco a poco sentí que me comenzaba a quedar dormida, después de todo ya era tarde, y fue un día largo. Sentí cómo Mateo se ponía de pie, aún conmigo recostada en su pecho, y comenzó a caminar. Pude ver de reojo a Sebas siguiéndonos, pero no le presté la suficiente atención como para mantenerme despierta.

En un dos por tres, ya nos encontrábamos en mi habitación, pero no se molestaron en encender la luz para mi suerte. Sebastián descubrió la cama de sus sábanas, y su marido me colocó con cuidado de no despertarme, supongo (pues tal vez creyeron que estaba dormida), sobre esta. Me acurruqué entre las almohadas y Mateo besó mi frente, pronto pude sentir cómo Sebas me cubría con las sábanas para terminar dándome un suave beso en casi exactamente el mismo lugar que su esposo.

Sonreí, pero tenía demasiado sueño como para hablar o siquiera notar que ya se habían ido. Probablemente hayan pasado minutos o incluso horas, pero yo sentí que habían sido segundos para cuando comencé a buscar inconscientemente a Koda a mi alrededor. Estuve un rato así, en el limbo del sueño y la consciencia, hasta que finalmente abrí los ojos.

No pasaron más de dos segundos para que recordase que Mateo se había llevado a mi oso. Y ahora me encontraba en medio de la noche sin él. Hace años que no paso una noche sin tenerlo a mi lado. Miré a mi alrededor, encontrándome finalmente con el reloj digital en la mesita de noche, eran pasadas las doce, aún faltaba mucho para que amanezca.

Me coloqué en el centro de la cama, a la altura de las almohadas, pues siempre he tenido ese miedo de que alguien debajo de mi cama me tome del pie o del brazo. Progresivamente me comencé a estresar y hasta preocupar. Incluso me llegó a la cabeza la idea de Koda durmiendo solo también. Yo pondré haber pasado mi temprana infancia sin su compañía en las noches, pero él nunca ha dormido sin mí.

–Hola– solté en voz baja, solo para saber si había alguien más aquí, pero en el fondo deseaba todo lo contrario.

Aliviada de que nadie respondiera, pero temerosa por quienes no lo hayan querido hacer, sentí que en cualquier momento me daría un ataque de pánico. Miré a mi alrededor, de un lado al otro, vigilando que nada se estuviese moviendo, y sentí que casi me daba un infarto por las sombras balanceándose en el techo. Al buscar su proveniencia, me di cuenta de que se trataban de las cortinas siendo mecidas por la brisa que generaba el aire acondicionado. Pero aún así me mantuve alerta, de cualquier sonido, cualquier cambio y movimiento, al menos hasta comenzar a llorar. Abracé mis piernas, ocultando mi rostro entre mis rodillas y cerré los ojos, pero repetidas veces estuve dando una "última" mirada a mi alrededor, y quería que fuera mi última no por desear que me comieran viva, sino por el miedo que me generaba volver a mirar.

Traté de hacer de mi llanto lo más inaudible posible, pero creo que no lo logré por la indirecta señal que el sonido de la puerta de mi habitación me dio. Esta se abrió abruptamente, obligándome a cubrirme bajo las sábanas lo más rápido que pude. Puse mis manos en mi boca, tratando de silenciar mi llanto, pero mis lágrimas salían a más velocidad que nunca antes.

–¿Monita?– me llamó la inconfundible voz de Sebas, quien con el sonido de sus pasos sobre el suelo me informó que se acercaba a mí. Descubrí mi rostro lentamente, encontrándome con el sentimiento de seguridad que tanto había anhelado hace unos minutos –¿Qué pasó, nena? ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?– soltó invadiéndome de preguntas.

Se notaba de lejos que se acababa de despertar, su cabello estaba despeinado y seguía con la pijama puesta, pero su mirada estaba totalmente concentrada en mí, sin un rasgo de sueño.

Miré detrás de mí una última vez, asegurándome de que no haya nadie a mi espalda, y al confirmarlo me dirigí sin pensarlo más tiempo a él, abrazándolo con fuerza. Cerré los ojos y él se sentó a mi lado. Sin despegarme de su cuerpo, me colocó sobre sus piernas y finalmente me correspondió el abrazo.

–Tranquila... aquí estoy– soltó en voz baja mientras acariciaba mi cabellera. Pero yo no podía parar de sollozar –. ¿Tuviste una pesadilla, bebita?

Cuando por fin logré calmarme, me despegué de él lo suficiente para que nos podamos ver a los ojos. Negué con mi cabeza, causándole confusión.

–Entonces, ¿qué pasó? ¿Te caiste de la camita?– me preguntó colocando un mechón de mi cabellera detrás de una de mis orejas.

Volví a negar. Sé que de esta manera solo lo confundía más, pero tenía miedo de decirle que extrañaba a Koda y que me termine dando un sermón sobre lo mal que me porté.

–Nena, ¿qué tienes?– me preguntó nuevamente, ahora algo más preocupado.

Me mantuve en silencio unos segundos antes de responder, reflexionando sobre si era buena idea o no mencionarlo.

–Es que...– sollocé, y él acarició mi mejilla –es que... quiero a Koda– solté finalmente, pero mis sollozos no me permitieron continuar hasta unos segundos después –. Hace mucho tiempo que no dormía... que no dormía sin él.

–Oh, princesa– soltó en un suspiro Sebas, y yo ya me había comenzado a preparar para que me negase verlo –. Después de arroparte en tu cama, fuimos Mateo y yo a nuestro cuarto...– hizo una pausa para limpiar una lágrima mía –y él me dijo que tal vez había sido mucho el quitarte a tu osito... pero yo pensé que tenía que ser parte del castigo, para que aprendieras– agregó dándome algo de ilusión –. Perdón, linda... ya vi que estuvo mal.

Tallé mis ojos con mis puños para poder verlo mejor. Me estaba sonriendo, me miraba con compasión.

–¿Crees que puedas quedarte aquí solita mientras yo voy por él? ¿O prefieres acompañarme?– me preguntó poniéndose de pie conmigo aún en brazos.

Instantáneamente dejé de sollozar, a pesar de seguir moqueando. ¡Por fin veré a Koda! Me llené de alegría por unos instantes, al menos hasta mirar a mi alrededor, recordando lo mal que lo pasé hace unos minutos.

–¿Puedo ir contigo?– le pregunté casi en una súplica.

Sebas me sonrió, para luego besar mi cabeza y responder.

–Vamos, nena– soltó comenzando a caminar hacia la puerta.

Me aferré a su cuello al salir del cuarto y él respondió con aquellas, anheladas por mi parte, palmaditas en mi espalda. Adoro que cualquiera de los dos me cargue, me hacen sentir segura. Continuó caminando hasta llegar a la puerta frente a la que daba inicio a mi habitación, a ese cuarto yo nunca había entrado, pero él no dudó en hacerlo. Abrió la puerta y me permitió ver una escena de Mateo durmiendo sobre la cama, supuse que era su habitación y al instante me sentí fuera de lugar.

–Tranquila, peque, dudo que le moleste– me confesó sonriente Sebastián, mientras se acercaba cada vez más a la cama. En un punto me dejó sentada al borde de esta, y se agachó para sacar finalmente a Koda de su escondite. Me emocioné, pero traté de ocultarlo, al menos hasta que Sebas me lo extendió para que lo tome, pues no me pude retener más tiempo de abrazarlo.

Él se mantuvo de pie frente a mí, acarició mi mejilla y dejó un beso en mi frente.

–¿Crees que puedas perdonarme, hermosa?– me preguntó colocándose a mi altura.

Despegué la mirada de mi peluche para verlo a los ojos, se veía suplicante. Miré a Koda nuevamente, después de todo, me lo devolvió, ¿no?

Terminé asintiéndole, haciéndolo sonreír.

–Gracias, nena– me respondió.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora