Capítulo 93

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Narra Mateo

Venía desde mi oficina a recoger a la princesa, así que hubo más tráfico del que esperaba, y se lo hice saber para que no piense que olvidé recogerla. Afortunadamente llegué solo unos diez minutos más tarde de lo que pensé, me acerqué a la entrada, y la nena más tierna del mundo subió para sentarse en el asiento trasero de en medio, dejando su mochila al lado suyo.

–Hola, papi– soltó ella sonriente.

–Hola, bebita, ¿cómo te fue hoy?– le pregunté enternecido por la imagen de ella colocándose el cinturón. Me hubiera gustado el ponérselo yo, pero no quería avergonzarla frente a sus compañeros.

Pronto noté que tenía una hoja de papel en su manita, y ella no tardó en responderme.

–Muy bien, papi– soltó una vez logró colocarse el cinturón, regalándome una sonrisa.

–¿Qué tienes ahí, nena?– le pregunté con curiosidad, para luego comenzar a conducir.

–Oh, nada. No es importante– respondió tranquilamente para luego guardarla en su mochila.

Adoro que el trayecto a casa sea tan corto, siento que así tengo más tiempo para disfrutarla. Al llegar me bajé del auto y me dirigí a la puerta trasera. Tomé la mochila de la nena y me la coloqué sobre el hombro, luego le quité el cinturón y la pude tomar en brazos por fin. Se recostó en mi pecho y al entrar la dejé de pie sobre el suelo para que pudiera saludar a Max. Siento que ese perro comienza a alegrarse más de verla a ella que de verme a mí.

–Vamos, princesita– le indiqué para que me siga –, papi debe ponerte tu pañal– agregué y después de unos pocos segundos más de caricias para Max, finalmente se dirigió a mí para tomar mi mano y subir las escaleras.

Dejé la mochila sobre su cama y la tomé en brazos para recostarla sobre el cambiador. Le quité sus zapatitos, pero le dejé sus calcetines puestos por miedo a que el suelo frío la haga enfermar. Le quité su pantalón y luego las bragas, iniciando finalmente con una de mis actividades favoritas cuando la tenemos de visita. Siguiendo el proceso de siempre; tomé uno de sus pañales y lo extendí para colocarlo debajo suyo, le puse crema antirozaduras y talco, y terminé cubriéndola con la parte frontal y pegando las cintas de los costados a esta, ajustándolo. Finalicé dándole un par de palmaditas mientras guardaba la crema y el talco en uno de los cajones del cambiador, y luego me dirigí de nuevo a ella para besar su pancita, haciéndola reír.

La tomé en brazos y dejé su ropita junto a su mochila, doblada. Esta vez su camiseta era de manga larga y le quedaba un poco grande, así que se cubría un poco su pañal, pero no del todo.

–¿A qué hora llegará daddy?– me preguntó acurrucándose en mi cuello. La comencé a mecer, dándole nuevamente esas palmaditas sobre su pañal que tanto la calman.

–Daddy llegará como en una hora, monita– le respondí para luego dejar un beso sobre su cabecita, seguido de un pequeño bostezo suyo –. Creo que alguien aquí está cansadita. ¿Qué te parece una siesta mientras llega?

–No– pronunció, aferrándose a mi cuello.

–¿No?– pregunté risueño, me parecía tan tierno que no quisiera soltarme –No tienes que soltar a papi para tener tu siesta, mi amor– le confesé.

–¿En serio?– me preguntó ella con ilusión, y dejé un segundo beso en su cabeza.

–Así es– solté, y aunque dejé de mecerla para caminar en dirección a mi cuarto, continué con sus palmaditas en busca de que caiga dormida –. Papi también está cansado, nena, hoy trabajó mucho– confesé recordando mi atareada mañana.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora