Capítulo 41

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Narra Julia

Disfruté mucho ese momento con ellos. Incluso llegué a agradecer internamente el haberme equivocado llamando a Mateo, pues de no haber ocurrido, supongo que no habríamos llegado a este punto. Y sé que los asusté, sé que no debí huir, ni siquiera pensé que los haría llorar. Pero ahora me siento más unida a ellos que nunca.

Me sorprendió enterarme de que Dani tenía razón con sus sospechas, yo no lo veía tan obvio. Cuando lo vea en la escuela mañana, le contaré todo, y supongo que también a Miranda, pues no quiero que piense que no confío en ella, es solo que aún me siento incómoda tocando el tema con ella.

Mateo miró la hora en su teléfono, para luego hablar.

—Ya son casi las tres, ¿quieren salir a comer para celebrar?— sugirió sonriente.

—Pero, ¿no estaba castigada?— le pregunté confundida, arrepintiéndome al instante de haber abierto la boca.

—Sí, nena, sigues castigada— me respondió Sebas con un rostro serio que me intimidó —. Pero creo que podemos hacer una pequeña excepción esta vez— agregó sonriente.

Lo miré con una sonrisa, para luego mirar a Mateo en busca de su aprobación.

—¿Dónde quieres comer, bebita?— me preguntó acariciando mi mejilla.

—Tú elegirás— me hizo saber Sebas.

Al instante traté de recordar algún restaurante en mi memoria cuya comida tuviese pocas si no es que nulas calorías. Pronto me llegaron a la cabeza ideas de lugares con comida deliciosa que yo ya había visitado, pero todas eran opciones extremadamente calóricas. Reflexioné también en la idea de escoger uno con comida rica, ir al baño y vomitarla, pero ya no quería provocarme el vómito, por miedo a lastimar mi lengua o mis dientes.

Quería utilizar mi teléfono para buscar las calorías de tantos platillos que me venían a la cabeza, pero ni siquiera tenía acceso a él.

Pausando mi tiempo de reflexión, miré a Sebas y a Mateo, quienes se mantenían atentos a mi respuesta con una sonrisa tierna.

–No sé– solté finalmente, pues me comenzaba a estresar sentir aquella presión sobre mí.

–Mhm– dijo Mateo, para luego entrecerrar los ojos y mirar a su marido de manera pensativa.

–¿Qué se te antoja, corazón?– me preguntó Sebastián –¿Comida rápida? ¿Italiana? ¿Argentina?– agregó.

–Emm– formulé, pero no llegué a ninguna respuesta útil.

–¿Qué te parece el nuevo restaurante cruzando la calle?– me sugirió Mateo –Creo que es de sushi, ¿no, amor?– le preguntó ahora a su marido, quien asintió.

Me pregunto cuántas calorías tendrá el sushi. No creo que muchas, ¿o sí? Después de todo, los nigiris son pequeños, ¿no?

–Sí– respondí finalmente, regalándoles una sonrisa.

–Muy bien, mi amor– me respondió Sebas, antes de inclinarse para besar mi frente –. ¿Quieres que te ayudemos a vestirte, o tú puedes solita?– me preguntó.

Okay, supongo que no había porqué esconderlo más, los tres queremos tener este tipo de relación. Me sentí algo avergonzada, pero creí que sería lindo que me ayuden a vestirme. No sé, tampoco quiero que vean mi cuerpo. Creo que me mantuve en silencio mucho tiempo, pues Mateo comenzó a pasar su mano por mi espalda, como buscando calmarme.

–Está bien si quieres tu espacio, bebé– soltó, y volteé a verlo rápidamente para luego bajar la mirada, volviendo al silencio.

Pude escuchar a Sebas reír ligeramente, para luego hablarle a su esposo en un tono lo suficientemente alto como para que yo escuche.

–Yo creo que sí quiere que la vistamos, pero le da vergüenza decirlo– comentó risueño mientras yo sentía cómo mi rostro se tornaba rojo.

–Aww, ¿sí quieres, monita?– me preguntó Mateo colocándose a mi altura.

Nuevamente silencio, giré la mirada hacia otra parte, evitando el contacto visual mientras asentía ligeramente.

Okay. Que pase lo que tenga que pasar.

–¡Aw, ven aquí!– exclamó Sebastián mientras me tomaba en brazos. Me colocó en su cintura y yo escondí mi rostro en su cuello –Claro que quiere que papi y daddy la vistan– agregó burlón, dejando un beso en mi cabeza para luego comenzar a caminar al lado de Mateo en dirección a las escaleras.

Subimos las escaleras (bueno, ellos las subieron mientras yo los observaba desde los brazos de Sebas), y finalmente llegamos a mi habitación. Él me dejó sobre el borde de la cama mientras Mateo se colocaba en cuclillas frente a mi maleta, por fortuna no había traído nada indecente a la casa. Sebastián miró a su esposo para luego mirarme a mí, como buscando mi aprobación, le sonreí, y me devolvió la sonrisa para luego acercarse a donde Mateo se encontraba.

Mientras ellos analizaban qué ponerme, yo me distraje con Koda. Jugué unos instantes con él a que era mi bebé y lo estaba cuidando, al menos hasta escuchar un comentario de Mateo.

–Nena, creo que tu ropa es... muy de señorita– soltó haciéndome reír, pues logré divisar que se encontraba analizando un vestido corto que traje, por si acaso llegaba a salir con Miri.

–Habrá que comprarte ropa– comentó Sebas, extrañándome.

–¿Por qué?– le pregunté con confusión, dejando de prestarle atención a Koda.

–Porque no tienes atuendos... tiernos– dijo finalmente, ocasionando que los tres riamos.

–Tengo un overol de falda– confesé poniéndome de pie para examinar con ellos la maleta, extrayendo de esta la antes mencionada prenda.

–Oh, creí que eran unos jeans– dijo Mateo.

Le extendí la prenda de mezclilla y no dudó en tomarla para analizarla.

–Aww– soltó Sebastián, y Mateo sonrió al verlo.

–Sí, te pondremos esto– dijo finalmente, volviéndola a doblar.

Sonriente por haber logrado mi cometido, me encaminé de vuelta a la cama en busca de Koda.

–Hay que ponerle esta camisa– escuché decir a Sebas.

–Nena, ven, vamos a vestirte– escuché decir a Mateo mientras unas sonoras pisadas se escuchaban acercándose a mí.

Me giré en su dirección y alcé la mirada para poder verlo a los ojos. Dejó la ropa sobre la cama y me tomó en brazos sin previo aviso, para nuevamente colocarme en su cintura.

Me puse nerviosa, todo estaba pasando muy rápido y me estaba comenzando a arrepentir. No quería que vieran mi cuerpo, sigo siendo notoriamente gorda.

Mateo me dejó sobre la cama y Sebastián besó rápidamente mi frente para después salir de mi perímetro visual.

–Alza tus bracitos, mi amor– me indicó Mateo sonriéndome tiernamente, tomando el final de la camisa de mi pijama.

Miré sus manos, y luego lo miré a los ojos. Temerosa, me armé de valor y alcé mis brazos para que pudiera quitarme la camiseta.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora