Capítulo 28

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Narra Julia

Estuvimos un tiempo jugando con aquellas pistolas, en un punto incluso los perdí de vista mientras recargaba mi arma, y me vi envuelta en nerviosas risas mientras los buscaba con la mirada, aún sobre el inflable. Sorprendentemente no los encontré, hasta llegué a creer que se habían ido sin mí. Me sentí mal, estaba triste, ¿por qué me dejarían sola?

Ahora decaída, miré la pistola en mis manos, mientras mis pensamientos se veían interrumpidos por el sospechoso sonido del agua. Redireccioné la mirada hacia el provenir de los ruidos de salpicaduras, encontrándome con Max.

Ahora sí estaba lista para comenzar a sollozar. Max se aproximó a mí, y lo ayudé a subir al inflable en el que me encontraba yo. Apenas logró subir, comencé a recibir múltiples disparos de agua en mi espalda. Sabía que no me habían dejado. Limpié mis lágrimas ahora risueña y giré la cabeza en su dirección. Supongo que el sonido de los pataleos de Max, no me permitieron escucharlos a ellos.

–Princesa, ¿qué tienes?– me preguntó un preocupado Sebastián, bajando su arma. Puso su mano izquierda sobre la pistola de Mateo, invitándolo a bajarla también.

Moqueaba ligeramente mi nariz, y me di cuenta al respirar hondo, haciendo un ligero sonido con ella.

–Nada, estoy bien– solté decidida a no tocar el tema.

–Oh, princesa, ven aquí– respondió Mateo llevando sus brazos en mi dirección. Permití que me cargara, bajándome del inflable y colocándome nuevamente en su cintura.

–¿Pensaste que te dejamos solita?– me preguntó Sebastián, y no pude retener más tiempo las lágrimas.

No sollocé, no comencé a llorar, solo lagrimeaba, pero parecía como si eso les rompiera el corazón.

–Lo sentimos tanto, bebita– me consoló Mateo colocando con su mano derecha, mi cabeza en su pecho.

–Estábamos debajo del cisne– agregó Sebastián, y pronto todo cobró sentido –. Queríamos sorprenderte por la espalda.

Limpié mis pocas lágrimas y abracé a Mateo, quien no dudó en dejar nuevamente, un beso plantado en mi cabeza. Pasados un par de segundos, también pude sentir, casi en el mismo lugar, un beso por parte de Sebas, quien se mantenía a nuestro lado acariciando mi espalda.

–Creo que ya fue mucho juego por hoy– escuché comentar a Sebastián, y pude sentir cómo Mateo asentía–, ¿qué les parece pedir algo para comer?

–¡Qué buena idea!– exclamó Mateo en un tono infantil, mirándome.

Reí, pues era graciosa su voz infantil, y de igual forma me ponía nerviosa que me hablasen así. Es lindo.

–¿Qué se te antoja, hermosa?– me preguntó Sebastián.

Dios, a estos no se les escapa una sola comida del día.

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que el cambio radical de tema de conversación, y el tono dulce con el que me hablaban, era a causa de su preocupación por verme llorar de nuevo.

–No tengo hambre– solté, deseosa de que me creyeran, pero la realidad es que mi estómago estaba a nada de comenzar a rugir.

Me miraron confundidos.

–Pero más al rato sí tendrás, peque– me respondió Mateo mientras me comenzaba a mecer de un lado al otro lentamente.

–¿Qué tal una cajita feliz de McDonald's?– me sugirió Sebas acomodando un mechón detrás de mi oreja.

–Uy, creo que ahora los juguetes son de Enredados– comentó Mateo captando mi total atención.


Narra Mateo

Los ojitos se le iluminaron, y me miró con toda su atención, creo que la convencimos.

–McDonald's será– anunció Sebas con una sonrisa que me terminó contagiando.

Al parecer el lugar no está en Uber Eats, pero afortunadamente tiene su propia aplicación, por lo que no dudé en descargarla. Le pedí a Julia una cajita feliz con una hamburguesa y papas fritas, y por suerte, aquellos juguetes de Enredados que vi el otro día, seguían disponibles. También le pedí un jugo de manzana en lugar del refresco que incluye, pues al parecer no le gusta el agua con gas.

Sebas, mientras tanto, se encargaba de pedir algo de comer para él y para mí. Él sí estaba utilizando Uber Eats, y más específicamente, pidió un par de ensaladas de un nuevo restaurante que nos fascina. No recuerdo su nombre, pero creo que era algo relacionado con el veganismo.

–Listo– comentó justo cuando logré concluir el pedido para la nena.

–Yo también ya terminé– comenté mientras apagaba mi teléfono –, ¿quieren salir ya?– sugerí, y ambos asintieron.

Mi esposo no dudó un segundo en salir de la piscina por el borde de esta, y se dirigió hacia dentro de la casa, como si hubiésemos pensado lo mismo. Al volver, ya estaba medianamente seco y con una toalla envuelta en su cintura, colgando de esta como falda. Traía en mano dos toallas dobladas, y al verlo dirigirse a las escaleras, caminé hacia ellas también, aún con la niña en brazos. Sebas extendió una de las toallas, listo para recibir a Julia, y yo la bajé sobre uno de los primeros escalones de la piscina, permitiéndola acercarse a mi esposo. Mi marido la envolvió y me extendió la otra toalla, permitiéndome tomarla para secarme.

Pasamos la siguiente media a una hora conversando sobre anécdotas y curiosidades de cada uno. Descubrimos que Julia hace unos días tuvo que desvelarse haciendo las tareas de un imbécil que la tenía amenazada, pero afortunadamente al parecer ya lo resolvió, y el niño estará suspendido el Lunes. También nos contó que hay una niña que la molesta, no dijo específicamente qué le había hecho, pero dijo que la molestaba.

–Pero ya casi salgo de la escuela, así que no pasa nada– comentó ella, como justificándolo.

–Pero, princesa, no está bien que ella te haga sentir mal– le respondió mi esposo.

–Sí, linda, tienes que decirle a un maestro– agregué yo.

–Es que es la hija del director y dueño– dijo ella, ahora jugando con sus manitas.

–¿Y qué?– le pregunté en un intento de hacerla entrar en razón.

Ella me miró unos segundos y luego volvió a su distracción.

–¿Te da miedo?– le preguntó Sebas.

Nuevamente se quedó callada.

–¿Qué te hace?– solté ahora un poco más preocupado.

Dejó al instante de mover sus deditos, pero se mantenía viéndolos, como si tratase de evitar hacer contacto visual con nosotros.

Sé que no está bien orillarla a que nos lo diga si no lo quiere hacer, pero me preocupaba que esa malcriada le hiciera algo muy malo.

–Me hace cosas... feas– soltó en voz más baja –. Y dice cosas feas.

–¿Qué te ha llegado a hacer?– le preguntó ahora Sebas.

Nuevamente el silencio. Una rápida lagrimita pasó por su mejilla, y ella no tardó ni dos segundos en limpiarla para luego colocar su manita sobre el borde de la mesa. Aproveché el momento y puse mi mano sobre la suya, haciéndole leves cariñitos. Me miró rápidamente.

–Ella me...– su vocecita ya se escuchaba quebradiza –... me... tocó.


JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora