Capítulo 35

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Narra Julia

Finalmente pude volver a mi cuarto para dormir ahora más tranquila, despertándome a la mañana siguiente como si nada.

Al levantarme de la cama, me dirigí al baño, oriné y salí finalmente de mi habitación con Koda en brazos. Traté de hacer el menor ruido posible bajando las escaleras, y al llegar al primer piso y ver que posiblemente ni siquiera habían despertado Mateo y Sebas aún, me dirigí al gimnasio, encontrándome con Max en el camino. Debo admitir que a pesar de que amo a este perro, odié su emoción al verme. Ni siquiera entiendo por qué se emociona, sólo me fui una noche. Cuando por fin se calmó, pude entrar al gimnasio, y cerrar la puerta silenciosamente detrás de mí, con seguro, por si acaso. Busqué de igual forma si es que habían cámaras de seguridad alrededor, y al no encontrar ninguna, me dirigí a la báscula, desvistiéndome antes de subir a ella.

Me alegré mucho al ver los dígitos que se mostraban en ella, y rápidamente me volví a vestir mientras pensaba en los frutos que me dio el no haber cenado más que agua, y vomitado lo que almorcé. Tenía mucha hambre, es verdad, pero por el momento me encontraba feliz.

Tomé a Koda y salí de aquella habitación encontrándome nuevamente con Max, a quien finalmente saludé como merecía ser saludado; rascándole la panza. Él se tiró boca arriba sobre el suelo y yo no dudé en cumplir sus demandas.


Narra Mateo

Desperté agradeciendo internamente la llegada del Domingo por fin, pues se trata del único día de la semana en el que no hacemos ejercicio Sebas y yo. Me bañé de una vez por todas y salí del baño para vestirme, encontrándome con Sebastián recién despertado.

–Buenos días, amor– le dije acercándome a él para besarlo en los labios.

–Hola, cariño– me respondió permitiendo el gesto, y apenas me giré para ir en dirección al armario por ropa, aprovechó mi despiste para darme una nalgada.

–¡Ah!– exclamé, pues genuinamente me tomó desprevenido. Le sonreí de manera amenazante, mientras él no paraba de carcajear –¿Quieres jugar así? Okay... okay– agregué dirigiéndome finalmente al armario –. Jugaremos así.

Mientras me vestía, lo pude escuchar caminar hacia el baño. Estuve a punto de ponerme la camisa, cuando él abrió la puerta. Me acerqué sigilosamente, pero por desgracia esquivó mi mano en el momento preciso.

–Mierda, ¡no!– exclamé riendo.

–Tienes que ser más sigiloso, amor– me comentó risueño mientras cerraba la puerta del baño.

Ahora solo en la habitación, reí nuevamente por lo sucedido y tomé mi camisa para colocármela al salir de la habitación.

Saliendo de esta, me acerqué a la habitación de Julia para despertarla y llevarla al comedor, pero no estaba en su cama. Entré y me fijé en el baño, pero la puerta estaba abierta y no se veía a nadie dentro.

Supuse que ya estaba en la primera planta, así que decidí bajar las escaleras. Apenas llegué al primer piso, pude escuchar los jadeos de Max y la vocecita de la niña hablándole, y no dudé en acercarme a donde provenían aquellos ruidos.

Estaban al inicio del pasillo, Julia estaba en cuclillas rascándole la panza y Max permitía cada movimiento suyo. Sonreí, o al menos lo hice hasta que un movimiento de Julia me permitió ver a su osito en sus brazos.

–Julia– solté cruzando los brazos, sorprendiéndola. La niña me miró con preocupación de pies a cabeza.

–Me estoy portando bien– susurró finalmente.

Es como si nunca fuera a aprender. Mantuve mi tono de voz firme y me incliné en su dirección para hablarle.

–¿Te metiste a nuestra habitación y sacaste tu juguete de su escondite?– la cuestioné, y pude notar cómo su carita se palidecía. Creo que necesitará otro castigo.

–¡No, no!– negó ella, y yo incliné mi cabeza con una sonrisa burlona. ¿De verdad me estaba mintiendo? ¿Después de lo de ayer?

–¿No?– la cuestioné.

–¡No! ¡Lo prometo!– exclamó casi en súplica. Para ese entonces Max ya se mostraba confundido por el fin de sus caricias.

–Julia, no me mientas... pensé que ya habías aprendido esa lección– le advertí decepcionado. Genuinamente creí que hubo un progreso ayer después de su castigo.

–Sebas me lo dió– soltó aún preocupada, pero ahora captando mi atención –. Ayer en la noche, porque me dio miedo– agregó encogiéndose ligeramente en hombros.

¿Sebas? Pero él insistió en que no se lo diéramos. Me parecía raro, porque la nena sí parecía estar diciendo la verdad, se veía preocupada de que la fuera a regañar nuevamente.

–Entonces, ¿si le pregunto a Sebas me dirá lo mismo?– le pregunté a Julia.

–Sí– respondió al instante, mientras asentía con su cabecita.

–Okay, pero hasta entonces yo lo tendré, ¿okay?– le dije, y repentinamente su carita pasó de la preocupación a la desilusión. Miró a su osito, le dio un corto beso, lo abrazó y finalmente me lo entregó – Muy bien– la felicité, pero ella no se veía feliz.

Mantuve al peluche en mi mano derecha, mientras que con la izquierda tomé la manita de Julia para guiarla al comedor. Se sentó en la cabecera como suele hacer, y yo me dirigí a la cocina.

–¿Qué quieres desayunar, nena?– le pregunté mientras inspeccionaba la alacena.

Se mantuvo callada unos instantes, y luego subió sus piernitas a la silla, para poderse girar y mirarme desde el comedor.

–Mateo– soltó.

–¿Sí?– le pregunté mientras tomaba tres platos del cajón donde los guardamos. Nuevamente tardó en volver a hablar.

–¿Puedo... tener a Koda mientras llega Sebas?– me preguntó, pero desde antes de que terminase su oración yo ya estaba negando con mi cabeza.

–No, nena... porque yo no sé si estás diciendo la verdad– respondí, mientras dejaba al peluche en una estantería lo suficientemente alta como para que la pequeña no lo alcance.

–Mateo...

–¿Sí?

–Yo te quiero mucho– soltó haciéndome reír por la ternura. Yo utilizaba esa jugada con mis padres.

–Yo también te quiero mucho, bebita– le respondí acercándome al comedor para dejar un plato en cada lugar –. Es más, te amo– agregué tocando su naricita con mi dedo índice, haciéndola sonreír finalmente.

–Yo también te amo– me respondió, y no dudé en dejar un besito sobre su cabecita.

–Y porque te amo... debo educarte– le dije yendo de vuelta a la cocina, ahora por cubiertos.

–Y... y porque me amas... ¿no quieres verme feliz?– me cuestionó haciéndome rodar lodo ojos, ahora divertido.

Una vez con los cubiertos en mano, volví al comedor y los dejé sobre la mesa en sus respectivos lugares. Al finalizar, me mantuve de pie frente a ella, le sonreí de manera juguetona y acaricié su mejilla.

–Buena respuesta... pero no tendrás tu osito– solté finalmente, haciéndola suspirar.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora