Capítulo 91

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Narra Julia

Al llegar a la salida, pasamos al dichoso baño familiar y daddy cerró la puerta detrás de él. Papi se agachó a mi altura y dejó la pañalera a su izquierda, sobre el suelo. Se colocó viendo mi perfil, y sostuvo mi vientre con su mano izquierda para alzar mi falda por detrás con la derecha.

–Creo que sí necesita un cambio– soltó daddy risueño, en un tono enternecido, haciendo reír levemente a papi. Sé que me sonrojé, pero también sé que quejándome empeoraría la situación.

Pronto sentí la mano de papi sobre mi pañal, haciéndome una ligera presión mientras la pasaba de un lado al otro. Seré sincera, daddy tenía razón, sí estaba mojada, pero prefería que ellos se enterasen solos a tener que decirlo en voz alta.

Papi rió y bajó mi falda para luego tomarme en brazos.

–¿Sí?– le preguntó daddy risueño, y él se limitó a asentir con una sonrisa, dirigiéndose conmigo en brazos al cambiador a nuestra derecha –Aww, pobrecita– soltó enternecido, yo me limité a esconder mi rostro en el cuello de papi.

Me dejó recostada sobre el cambiador. Era fijo, no de esos que se desdoblan del muro, sino una especie de torre desde el suelo y con compartimentos en cada nivel que parecían tener papel de baño, toallas y otras cosas. Afortunadamente era de esos, pues si era uno de pared y se rompía por todo mi peso llegaría a casa a suicidarme directamente.

Daddy acercó la pañalera y se dedicó a distraerme mientras papi comenzaba con el proceso. Debo confesar que, existe la pequeña posibilidad de que haya fingido ligeros nervios solo para recibir mimos de daddy, pues siendo sincera, no me estresa el cambio, lo que me estresa es el hecho de que se den cuenta de que necesito uno.

Al terminar, papi alzó la parte frontal, cubriéndome, y colocando una cinta de cada lado terminó ajustándolo a mi cintura. Finalizó con las dos palmaditas de siempre, informándole a daddy con el sonido de estas que ya había terminado, y guardó las cosas que utilizó permitiendo que me tome en brazos.

–Mi niña valiente– soltó daddy para comenzar a mecerme.

Me acurruqué en su cuello. Debo comenzar a fingir tener nervios más seguido.

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Al volver a su casa, Max nos recibió con brincos y no tardó en recibir caricias de mi parte. Daddy le dio de comer, y yo me dirigí al castillo de almohadas y mantas que habíamos dejado. Entré, abracé a Koda, aún manteniendo mi muñeca en mano y me recosté sobre los cojines. Pronto entró papi, y se abalanzó sobre mí con cariños y cortos besitos, haciéndome reír.

Esa tarde vimos los tres una película ahí dentro. Traté de convencerlos de ver una de terror, pero no me lo permitieron, así que en su lugar vimos La Sirenita.

Creo que fue a unas tres cuartas partes de la película que me quedé dormida, y me sentí genuinamente triste al despertar en el auto de mi tía.

–Hola, corazón, ¿cómo dormiste?– me preguntó ella desde el asiento del conductor.

–Hola, tía– solté tallando mis ojos. Y creo que notó la confusión en mi rostro, pues al instante me respondió una pregunta que yo nunca formulé en voz alta.

–No quisieron despertarte, linda. Te veías tan cansada– los justificó.

No me gusta que hagan eso. Quiero tener mi momento para despedirme.

–Oh– pronuncié, y ella pareció haberse dado cuenta de mi inconformidad con su justificación.

–¿Quieres que los llame para que te puedas despedir?– me preguntó sonriente, y yo me alegré por la sugerencia.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora