Capítulo 53

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Narra Julia

Estuvimos hablando un tiempo sobre cómo me sentía y cómo podían ellos ayudarme. Yo les hice saber que no volverá a ocurrir. Les dije que no volvería a vomitar, y que ya no me saltaría más comidas. Y sinceramente, lo decía en serio, bueno, lo primero, lo de ya no volver a vomitar. Pues lo que me ocurrió en la lengua me asustó mucho. Pero quería seguir bajando de peso, así que comeré solo cuando me estén viendo, y obviamente la menor cantidad de comida posible.

Intercambiaron miradas, y luego se enfocaron de vuelta en mí. Daddy tomó mi mano izquierda desde su lugar, y papi la derecha desde el otro lado de la camilla.

–Bebita...– comenzó a hablar daddy –... dejarlo de la noche a la mañana es muy difícil.

–Sí, nena... es como una adicción, te tomará tiempo... y está bien, estaremos contigo todo el proceso– me hizo saber papi.

Supongo que tienen algo de razón, digo, ya había intentado antes dejar de vomitar.

–Y sobre saltarte comidas...– retomó daddy, preocupándome por su tono de voz sobre si me regañarían –... sabemos que no estás diciendo la verdad.

Evitando el contacto visual, me decidí enfocar en las sábanas sobre mi cuerpo.

–Estás rompiendo una regla, nena– me indicó papi, y no pude hacer nada más que dirigirle una mirada de súplica –. No te castigaremos...– agregó tomándose unos instantes para mirar a daddy y luego volver a dirigirme la mirada a mí –... creo que ya tuviste muchas emociones hoy.

–Pero es una advertencia– comentó daddy.

–Okay– solté aliviada. No planeaba mencionar las otras dos reglas que rompí.

El silencio inundó la habitación, ambos se mostraban pensativos y yo trataba de buscar las palabras indicadas para pedirles que no se lo mencionen a mi tía.

–Emm...– susurré llamando su atención, y daddy acarició mi mejilla.

–¿Qué ocurre, bebita?– me preguntó papi.

Nuevamente silencio, ni siquiera había reflexionado lo suficiente para saber qué decirles.

–Es que...– solté ahora jugando con mis manos –... ¿podríamos... no decirle a mi tía?– agregué mirándolos con súplica, haciendo que intercambien miradas.

–Nena...– me respondió daddy –... tu tía necesita saber esto.

Fruncí el ceño, frustrada por la respuesta que había recibido, y direccioné mi mirada lejos de sus rostros. Sollocé un poco, y pasados unos treinta segundos papi habló.

–¿Qué te parece... si llegamos a un trato nosotros tres?– sugirió, dándome ilusión.

–¿Un trato?– le pregunté con confusión.

–Sí, pero papi y daddy deben hablar a solas las condiciones, y luego tú decidirás si aceptar o no lo que te digamos, ¿okay?– me explicó daddy.

–Está bien, okay– respondí cuanto antes, haciéndolos sonreír.

Pasadas ya poco más de las dos horas mencionadas, llegó nuevamente Joaquín a la sala, captando la atención de los tres. Cerró la puerta detrás de él y le sonrió a mis daddies mientras le entregaba unas hojas a papi.

–Pueden irse ya si se sienten listos– comentó, y mis daddies le respondieron con un casi unísono "okay"–. Cualquier malestar, mareo, dolor, etcétera, que pueda llegar a sentir, llámenme, ¿está bien?

–Lo haremos– respondió papi sonriéndole.

–De nuevo muchas gracias, amigo– soltó daddy.

–No se preocupen– respondió el doctor mientras se acercaba ahora a mí –. Cualquier cosa por esta nena valiente– agregó pasando su dedo índice por la punta de mi nariz, haciéndome sonreír –. Llamaré a una enfermera para que le quite la intravenosa– añadió yendo en dirección a mis daddies –. Debo irme, los veré luego.

Mis daddies se despidieron de su amigo y este se dirigió a la puerta, tomó la perilla y se giró para verme una última vez en aquella camilla.

–Adiós, princesa, fue un gusto conocerte– soltó sonriente.

Le sonreí de vuelta, me gustó cómo me trató y que se haya quedado conmigo para decirle a mis daddies lo que me ocurría.

–Adiós, también me gustó conocerte– le respondí manteniendo mi sonrisa, y finalmente se marchó.

Daddy se acercó a mí y se sentó en la silla de oficina que había aproximado Joaquín a la camilla. Tomó mi mano y besó mi frente, mientras, yo traté de contener las lágrimas, pues ya no quería llorar más.

A los pocos segundos entró a la habitación una enfermera, saludó con un "buenas noches", captando mi atención pues no habían ventanas a mi disposición para comprobar que hubiese oscurecido ya.

La enfermera se acercó a mi camilla y cortó el paso de los sueros a mis venas desconectándolos de la intravenosa. Se agachó y tomó de un cajón algodón, alcohol y un curita, para luego dirigirse a mi antebrazo. Me puse nerviosa, pero no lo quise demostrar así que me limité a dirigir la mirada al lado contrario, ocasionando que pronto papi acuda a mí.

–Tranquila, será rápido, ¿okay?– me susurró, y pude sentir que la enfermera comenzó con su cometido –Sh, sh... aquí está papi, nena– agregó acariciando mi mejilla, y finalmente pude sentir el algodón sobre el piquete, dándome a conocer que había finalizado.

Miré mi brazo, la enfermera estaba preparando el curita y justo antes de colocármelo, me quitó el algodón.

–Okay, linda... no levantes cosas pesadas y trata de moverlo lo menos posible, ¿sí?– me indicó y asentí.


Narra Sebastián

Una vez la enfermera terminó de atenderla, la ayudamos a ponerse de pie. Le costaba un poco caminar, lo cual me hizo sentir culpable, pues de haberle puesto más atención no habría llegado a este punto.

–Linda, ¿no quieres que te cargue?– le sugerí, y ella se mostró dudosa al principio, pero finalmente asintió, permitiéndome tomarla en brazos con cuidado.

Salimos de la sala y cruzamos por el pasillo de la zona de emergencias hasta llegar a la entrada. Me dirigí con la nena a la sala de espera en el lobby, mientras Mateo pagaba y firmaba algunas hojas que no alcancé a divisar desde mi asiento. Traté de distraerla, pero parecía tener sueño, supuse que se trataba de falta de energía por no haber comido, así que traté de recordar qué teníamos en la cocina de la casa para prepararle. Instantáneamente me llegó a la mente prepararle unos hotcakes, pues esos le habían gustado mucho el otro día.

Cuando Mateo llegó a donde yo me encontraba, la nena ya se encontraba somnolienta, así que no me molesté en distraerla de su objetivo, debe sentirse tan cansada.

Finalmente salimos del hospital y nos dirigimos al auto, donde la dejé recostada a lo largo de los asientos traseros. Me subí en el asiento del copiloto, y Mateo comenzó a conducir.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora