Capítulo 13

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Narra Julia

Apenas se marchó mi tía después de despedirse, tomé el último bocado de mi comida. Por alguna razón que desconozco, el recuerdo de los comentarios de María, cuando estaba en la escuela, se hicieron presentes hasta ese momento, cuando ya había terminado mi comida.

No tardé en sentirme mal emocionalmente por el recuerdo, pero lo disimulé lo suficientemente bien al principio, hasta claro, que se dieron cuenta.

–¿Qué quieres hacer ahora, princesa?– me preguntó Mateo acercándose a mi silla, casi al instante de ver mi expresión se mostró preocupado– ¿Qué tienes? –habló nuevamente.

–¿Qué le pasó?– preguntó su esposo integrándose a la conversación conforme se acercaba.

–Nada, estoy bien –respondí en un intento de despreocuparlos.

–Aww, nena... ¿ya extrañas a tu tía? –me preguntó un conmovido Sebastián al llegar a donde nos encontrábamos.

Reflexioné unos segundos sobre qué decir, afirmar que se trataba de eso me ahorraría muchas preguntas incómodas sobre mi alimentación. Preguntas que genuinamente no quiero responder. Me limité a asentir, recibiendo un "ay, cielo" junto con un cariño en mi mejilla por parte de Mateo.

–No te preocupes, linda, ella volverá en unas horas, ¿qué te parece si jugamos algo mientras?–respondió Sebastián colocándose a mi altura con una sonrisa. Asentí nuevamente, ahora sonriente, sabía que convivir con ellos me distraería de mis pensamientos.

–¿Qué quieres jugar, bebita? –me preguntó Mateo ahora menos preocupado. Nuevamente analicé mis opciones, pero a los segundos me di cuenta de que no las conocía.

–¿Tienen juegos de mesa? ¿O juguetes?– pregunté.

–Juguetes no, corazón –dijo Mateo, para luego continuar–. Pero tenemos juegos de mesa.

Antes de poder detenerlo, Sebastián tomó mi plato y lo llevó a la cocina.

–Sígueme, princesa –me indicó su novio, quien me guió a la sala de estar.

En el centro de esta había una mesa rodeada con unos sillones preciosos, pero la mesa me sorprendió aún más. En un movimiento giratorio, Mateo la abrió, mostrando en su interior múltiples cajas con juegos de mesa. Habían un par de Monopolys, cartas de UNO normales, un Rummy, uno de esos juegos de mímica, y otros múltiples juegos que no logré identificar.

–Tenemos estos, nena –dijo Sebastián apareciendo detrás mío. Giré la mirada en su dirección y luego hacia la mesa.

–¿Podemos jugar Monopoly? –pregunté.

–Claro, monita –respondió Sebas, haciéndome sonreír.

Tomé de dentro una de las cajas de Monopoly, era una especie de edición para tramposos que no lograba comprender del todo. Mateo cerró la mesa y coloqué la caja sobre esta. Me explicaron cómo se juega, al parecer es un "Monopoly normal", a excepción de que se colocan unas cartas al centro con las "trampas permitidas". De entre ellas tú escoges cuál hacer sin que nadie te descubra, y si nadie lo hace te llevas un premio escrito al reverso de la respectiva carta, pero si te descubren te vas a prisión.

Me divertí tanto jugando, tengo la sospecha de que me estaban dejando ganar, pero no estaba del todo segura. En una parte traté de hacer una de las trampas pero Sebastián me descubrió.

–¡Ey! Alto ahí, pequeña tramposa –exclamó haciéndome cosquillas, ocasionando que ría.

–¡No! –supliqué, pero él no se detuvo hasta pasados unos segundos.

Mateo me puso las esposas y pasó su índice por mi nariz como suele hacerlo, sacándome una sonrisa, me gusta que haga eso.

–Pequeña ladroncita –me llamó Sebas entrecerrando los ojos con una sonrisa.

Transcurrió la partida con normalidad, y apesar de todas las veces que estuve a punto de quedarme sin dinero, me recuperé y gané.

–¿Qué les parece si vemos una película? –sugirió Mateo mientras guardábamos las piezas del juego de mesa.

–¡Sí, veamos Enredados! –exclamé y me sonrieron, no perdería la oportunidad de ver mi película favorita.

–¿Quieres ver Enredados, nena? –me preguntó Sebastián como si la respuesta no fuese obvia.

–Por favor –supliqué.

–Claro, princesa, veámosla aquí en la sala –respondió Mateo, dirigiendo su último comentario a Sebas mientras este guardaba el Monopoly de vuelta dentro de la mesa.

–Sí, y hacemos el sofá una cama –comentó Sebastián.

Me puse de pie al verlos hacer lo mismo, Mateo puso su mano en mi espalda y me guió a unos metros de distancia del sillón dónde estaba. Ellos levantaron fácilmente el asiento, estirándolo y convirtiendo el sofá en una cama.

–Wow –susurré, pero fui escuchada, o al menos eso me hicieron sospechar las risas de la pareja.

Mateo se dirigió al armario mientras Sebastián terminaba de acomodar las almohadas.

–Sube, pequeña –me indicó, y no dudé en hacerle caso. Era cómodo, y las almohadas lo suficientemente suaves como para hacerme sonreír al recostarme.

–Ay, qué tierna –susurró Mateo llamando mi atención. Sentí haberme sonrojado, pero no parecía importarles. Me cubrió con una manta que supuse había sacado del armario, y ellos se recostaron cada uno de un lado mío.

Sebastián tomó una parte de la cobija que me extendió Mateo, mientras éste ponía Disney+ en el televisor.

–¡Uy! ¿Quieren palomitas?– sugirió Sebastián. La simple idea sé que me iluminó la mirada.

–¡Sí! ¿Podrías hacerlas tú, amor?– respondió Mateo.

–Claro, yo voy– dijo Sebas mientras se ponía de pie.

Mi atención se dividió entre los pasos que siguió Sebastián calentando las palomitas en el microondas y los movimientos con el control remoto que hizo Mateo. Una vez este último localizó la película, me emocioné. Mateo giró la mirada en mi dirección al escuchar una pequeña risa de mi parte, me sonrió y yo le devolví el gesto. Seleccionó la portada y la solo faltaba ponerle play para iniciarla, pero estábamos esperando a Sebastián.

–¡Vamos, Sebas!– exclamé lo suficientemente alto como para que escuche. Ambos rieron, y por los instantes que tardó el mencionado en responder, me sentí avergonzada.

–Ya voy, monita– respondió mientras servía las palomitas en dos cuencos medianos y uno grande.

Al acercarse me extendió uno de los medianos, al igual que a Mateo, quien no retuvo un segundo la carcajada que soltó al ver el cuenco de su novio.

–Yo las hice– se justificó llevándose algunas a la boca –. Estoy en mi derecho.

Reí ligeramente ante la actitud que estaban tomando los dos.

–¿Listos?– preguntó Mateo con el control remoto en mano.

–¡Ya ponle play!– exclamé.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora