Capítulo 100

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Narra Julia

Vi las linternas adentrarse en el cielo, más arriba que cualquiera que haya soltado cualquiera de las otras familias. Pero aún más importante; las tres estaban juntas. Y cada que llegaba una leve brisa para empujar a una, las otras dos se reunían con ella enseguida, para luego continuar subiendo al mismo ritmo lento y constante.

Sé que solté un par de lágrimas.

Pero me pareció una reflexión genuinamente hermosa.

Me giré sobre mi lugar para volver a ver a mis daddies, percatándome al instante de que ellos no miraban las luces; me miraban a mí.

Me sonrieron, y daddy limpió una lágrima que resbalaba por mi mejilla.

Les sonreí de vuelta, y finalmente corté con el silencio que, lejos de ser incómodo, parecía el silencio más bonito del que he sido parte.

–Quiero quedarme con ustedes– solté dándole la bienvenida a un par de lágrimas nuevas.

Su semblante cambió por completo, pero no en el mal sentido. Y sí, sus sonrisas desaparecieron para ser remplazadas por un gesto de incredibilidad en cada uno. Estaban ligeramente boquiabiertos, y sus cejas arqueadas me confirmaban que en cualquier momento comenzarían a llorar.

Pero ahí volvieron a sonreír, ahora con una respiración agitada y no tardaron en abalanzarse sobre mí para abrazarme y llenarme de besos.

–¡MI PRINCESA!– exclamó papi.

–¡Mi niña, mi niña, mi niña...!– pronunció rápidamente y repetidas veces daddy, abrazándome contra su pecho.

No podía estar más segura de mi decisión. No hay manera de que me pueda arrepentir de haber elegido esto.

Y lloramos los tres, ahí abrazados, frente al mar de luces flotantes.

Será difícil superar este cumpleaños.


Narra Sebastián

Era muy tarde ya para la nena, no le costó quedarse dormida a lo largo de los asientos traseros poco después de que mi marido la subiera al auto.

Esta vez condujo él, y yo me mantuve observándola desde el asiento del copiloto. Aún me encontraba lagrimeando, y más me costaba detenerme de hacerlo si estaba girado sobre mi asiento para poder verla dormir, pero es que se veía tan tranquila... tan tierna. Abrazada de su muñequita con una mano, y con el puño de la misma cubría su boquita y naricita de mi visión.

–Ya casi llegamos... quince minutos más– soltó mi marido en voz baja, como si mi princesa no estuviese acostumbrada ya a todos los otros sonidos de la carretera.

–Está súper dormidita– solté risueño en el mismo tono de voz, pues comenzaba a preocuparme la idea de que la nena despierte por el capricho mío de hablar en un tono normal.

–Tomale un foto, ¿sí?– me pidió él, y no tardé en seguir sus instrucciones con una sonrisa –No le tomé ninguna estando en el bosque– agregó con frustración, pero manteniendo el mismo volumen en su voz.

–Tranquilo, yo sí– solté para luego guardar mi teléfono de vuelta en mi bolsillo, haciéndolo soltar un suspiro de alivio.

–Gracias, amor– pronunció ahora sonriente, y yo tomé su mano libre del tacto del volante para acercarla a mis labios y besarla, haciéndolo sonreír aún más y por ello haciéndome sonreír a mí.

Al llegar a casa mi marido aparcó el auto y bajamos de este, haciendo despertar a mi niña con el sonido de las puertas cerrándose, quien comenzó a tallar sus ojitos.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora