Capítulo 85

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Narra Sebastián

Una vez llegamos al estacionamiento del centro comercial, aparcamos el auto y salimos mi esposo y yo primeramente. Luego me dirigí a una de las puertas traseras y la abrí para quitarle el cinturón a mi niña y tomarla en brazos.

–Creo que sería mejor si dejas tu muñequita, bebé– solté, recibiendo una mirada de desilusión que me partió el alma –. Podrías perderla, nena. Ya no estamos en casa, si se pierde aquí, será difícil encontrarla, bebita– le expliqué en un tono de voz cariñoso y lento para lograr calmarla.

–Amor, si la pierde podemos comprarle otra– respondió mi marido risueño, recibiendo la mirada de ambos.

La nena frunció el ceño, lo veía como si su muñequita fuera un ser vivo irremplazable, y al instante él entendió la razón de mi comentario, comenzando a reír junto conmigo.

–¿Ves por qué lo dije?– le pregunté divertido, comenzando a mecer a la nena.

Finalmente, decidió dejar a su muñeca en el auto, y la consolé haciéndole saber que la estaría esperando aquí para cuando volvamos. Mateo le dijo que no tardaríamos mucho, y lo creo, solo vamos a comprar una pañalera y unos cordoncitos para sus chupetes.

Bajé a mi niña, dejándola de pie sobre el suelo y le indiqué que tome la mano de papi, pues seguíamos en el estacionamiento, afortunadamente no tardó en obedecerme. Cerré las dos puertas del auto que aún se encontraban abiertas, y después de colocar el seguro con la llave, traté de abrir una, asegurándome de que estaba cerrada.

–Vamos, bebita– le indicó mi marido a la pequeña una vez finalicé mi cometido. Ella estaba distraída viendo una florecita brotando por una grieta en el cemento del suelo, haciéndome agradecer que haya estado sosteniendo la mano de su papi este tiempo que dedicó su atención a algo que no fueran los autos pasando por alrededor.

Acaricié su cabecita, y finalmente comenzamos a caminar en dirección a la entrada del edificio. En el trayecto, noté una sonrisa disimulada de parte de Mateo llamando mi atención. Al dedicarle una mirada sonriente, me señaló con sus ojos a la nena, a quien no tardé en mirar disimuladamente, dándome cuenta de que su faldita se alzaba un poco con el viento de vez en cuando, mostrando su pañal y haciéndome sonreír.


Narra Julia

Recibí un beso en mi cabeza por parte de daddy que me tomó por sorpresa, pero no de una mala manera, adoro que me den mimos. Al llegar a la entrada, se abrieron las puertas y papi se puso a mi altura para hablarme.

–Mi amor, a esta hora del día hay más gente de lo normal... no tienes permitido soltar mi mano, ¿okay, princesa?– me indicó autoritario, a lo que asentí y aproveché que se encontrara a mi altura para abrazarlo, pues no siempre lo hago –Mi niña– soltó sonriente, respondiendo a mi gesto.

Un par de segundos después, lo solté y me dirigí a daddy para repetir el proceso, y este no tardó en colocarse a mi altura para permitírmelo, abrazándome de vuelta.

–Mi nenita– soltó dándome dos palmaditas sobre el pañal.

Nuevamente me separé, y me dirigí a papi para tomar su mano como indicó, recibiendo una sonrisa de su parte.

Atravesamos el primer pasillo y daddy señaló al fondo una tienda.

–¿Ves el letrero azul, bebé?– me preguntó –Ahí es a donde vamos– agregó sonriente, a lo que le respondí con la misma sonrisa, para luego volver a mirar en aquella dirección.

Pronto noté uno de esos kioscos de comida al centro del pasillo, unas cinco o siete tiendas antes de donde estaba el letrero azul que mencionaba daddy. Habían aún algunos metros de por medio entre él y nosotros, pero ya podía oler los roles de canela del mostrador. Tragué saliva y desvié la mirada, tratando de ser objetiva y dejar de guiarme por el instinto animal de comer.

Afortunadamente mis daddies no lo notaron.


Narra Mateo

Al llegar a la tienda, abrí la puerta, permitiéndole entrar a la nena y posteriormente a mi marido, quienes me agradecieron. Entré yo, y la cerré finalmente.

La princesa parecía fascinada con la decoración del lugar. Es un sitio donde venden carriolas, sillas altas, cubertería infantil, entre otras cosas. Aunque no era una tienda específicamente abdl, no nos dio mucha importancia pues lo que buscamos comprar nos servirá igualmente.

Mi princesa comenzó a caminar, alertándome, pues lo último que quiero es que se pierda o que le hagan algo, y su daddy al notarlo corrió en su dirección para luego colocarse a su altura y hablarle, a lo que no tardé en llegar.

–Nena, no puedes separarte de nosotros, tienes que estar acompañada– le explicó mi marido con gentileza.

–Perdón– respondió ella con un pequeño puchero.

–¿Por qué no la llevas a donde se dirigía y yo me encargo de buscar las pañaleras?– le sugerí a mi esposo, enternecido por la situación.

–¿Seguro?– me preguntó.

–Claro, amor– solté comprensivo, sé que ama estar con ella tanto como yo lo hago.

–Gracias, amor. Será rápido– respondió alegre tomando la manita de la nena, para luego darme un corto beso en los labios y dirigirse a ella mientras yo me alejaba en busca de mi cometido.


Narra Sebastián

–¿A dónde querías ir, bebita?– le pregunté a mi princesa, comenzando a caminar en la dirección a la que ella se dirigía hace unos segundos, pero ahora tomando su manita.

Ella me miró un par de segundos para luego mirar al frente suyo y hablar.

–Quería ver las ovejitas de la pared– soltó señalando una pared al fondo.

–Muy bien, monita– le respondí haciéndola sonreír.

Al llegar, noté los adornos un poco altos para el panorama visual de mi niña, así que bajé la mirada en su dirección y le hablé.

–Ven aquí, bebé– solté tomándola en brazos, para luego colocarla en mi cintura, haciéndola sonreír al ver la decoración en el muro.

–¡Mira esa, daddy!– exclamó en voz baja, señalando una oveja diferenciada al resto con un par de cuernos marrones.

–¡Wow, bebita! ¡Está preciosa!– solté exagerando emoción, haciéndola reír.

Se removió un poco en mis brazos para poder ver al resto, supongo que buscando una segunda con cuernos, haciéndome reír en voz baja por el sonido que hacía su pañal al cambiar de posición sobre mi mano. Pasé mi otra mano de su cinturita a su espalda, subiendo y bajándola mientras se mantenía concentrada en los animalitos. Besé su frente y finalmente se recostó en mi pecho para luego hablar.

–Es la única con cuernos– soltó confundida, tal vez hasta con tristeza.

–Tal vez sea la ovejita líder– le respondí yo para luego comenzar a mecerla.

–¡Pero qué nena más linda!– exclamó mi marido tomándome por sorpresa, para luego acercarse a darle un beso en la mejilla a mi princesa, haciéndola sonreír.

–¿Las encontraste, cariño?– le pregunté.

–Están detrás de ti– me respondió sonriente, y yo me giré para comprobarlo. Una vez volvió a hablar, le volví a dirigir la mirada –. Estaba yendo a verlas y los vi a ustedes– agregó acercándose a ellas.

Lo seguí, colocando a la nena un poco más arriba y con su carita viendo detrás mío, para que de esta forma pudiera seguir observando a las ovejitas mientras yo buscaba una pañalera con mi esposo.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora