Capítulo 26

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Narra Julia

Apenas salimos de la juguetería y después de haberles agradecido por centésima vez por la muñeca, Sebas me ayudó a sacarla de su caja. Una vez fuera, la abracé con tanto cariño, es preciosa, se sentía como abrazar a la real Rapunzel, y su cabellera es tan suave. Para cuando la separé ligeramente de mí, me di cuenta de que Mateo se había dirigido hacia un basurero para tirar en él el cartón, y mientras, Sebas se dedicó a tomarme fotos abrazándola.

Sentí que me sonrojaba, pero no lo suficiente como para dejar de mostrarle cariño. Sebastián me sonrió y acarició mi cabeza camino al auto. Una vez volvió finalmente Mateo, subimos a este y Sebas condujo devuelta a su casa.

Durante el trayecto, me dediqué a analizar cada pequeño detalle de Rapunzel. Sus pecas, su vestido, incluso sus ojos eran perfectos. La abracé nuevamente, esta vez de manera más discreta.


Narra Mateo

Sé que tal vez no sea buena idea, pero esta experiencia me derritió el corazón y ahora estoy reflexionando sobre comprarle un juguete nuevo a Julia todos los días. Se ve tan feliz con su muñeca, no puedo esperar a descubrirla jugando en su habitación con ella.

–¿A qué hora vendrán por ti, corazón?– le preguntó Sebas desde el asiento del conductor a Julia.

–A las ocho– respondió sin despegar sus ojitos de ella.

–¿Ocho?– le pregunté extrañado, pero ella parecía confundida por mi sorpresa –¿Dura menos de una hora y media el concierto?


Narra Julia

Mierda.

–Bueno, comienza antes de las ocho, pero esa es la hora a la que Miranda y su hermano podrán pasar por mí– solté antes de hacerlos sospechar más.

–Oh– respondió Sebas tras el volante y sin despegar la mirada de la calle –, ¿segura de que no necesitas que te llevemos?

–Sí, no se preocupen, pero muchas gracias– respondí sonriente.

Okay. Sonó creíble. Tranquila.

Al llegar a su casa, Max nos recibió dispuesto a recibir su merecido cariño, el cual no dudé en darle. Rasqué su cabecita con mi mano izquierda mientras sostenía a mi muñeca con la derecha, al menos hasta darme cuenta de la alta probabilidad que había de ensuciarla o que Max la utilice como juguete para perro. Decidida, la llevé escaleras arriba y la coloqué sobre mi cama temporal, al lado de Koda.

Al bajar nuevamente al primer piso, me pude encontrar a Mateo y Sebastián hablando en la cocina. Busqué a Max con la mirada, hasta encontrármelo con una pelota de tenis en la boca, aproximándose a mí. Tomé la pelota de su hocico, y la rodé por el suelo del pasillo, pues no estaba en mis planes ser imprudente, lanzarla y terminar rompiendo algo.

–Le preguntaré– escuché a Sebas formular en voz baja –. Bebita, ¿quieres ir a la piscina?– me sugirió, y yo no dudé un segundo en decirle que sí.

Ambos me sonrieron, y me dirigí nuevamente escaleras arriba, ahora en busca de mi traje de baño. Una vez en mi habitación, me puse en cuclillas para buscar en mi maleta, y apenas lo encontré, me dirigí con él en mano hacia el baño. Era un bikini negro con puntos blancos, hermoso, quizás mi favorito. Me desvestí y me coloqué la parte de abajo, posteriormente la de arriba, y tomé la perilla de la puerta para salir. Desgraciadamente, no la giré. Había un espejo a mi izquierda, uno de cuerpo completo que me exigía ser utilizado.

Suspiré, sabía que era una mala idea. Solté la perilla y miré mi reflejo en él.

No sé cómo describir aquella sensación. Me sorprendí tanto, ¿iba a salir viéndome así? Traté de meter la panza, y deseé poderme ver así sin tener que hacer el esfuerzo de contraer los pulmones. Giré para verme en otros ángulos, pero seguía insatisfecha.

Al salir del baño tomé una camisa larga de mi maleta y me dirigí con ella puesta sobre mi traje de baño, al primer piso. Ahora Mateo y Sebas no estaban, pero Max seguía esperando que alguien le lanzara su pelota. Me entretuve con él un par dude minutos como mucho, hasta que finalmente bajaron los antes mencionados.

Esta vez no traían puesto un traje, o ropa deportiva, o incluso algo casual. Estaban en su respectivo traje de baño tipo shorts holgados que les llegaban casi hasta las rodillas. Me sonrojé. Era la primera vez que los veía sin camisa.

–¡Hola, bebita!– me llamó Sebas con emoción, mientras se acercaban ambos con una sonrisa.

–¿No quieres nadar, nena?– me preguntó extrañado Mateo mientras tomaba mi mano.

Antes de responder, comencé a seguir su paso en dirección al patio.

–Sí– solté.

–¿En camisa nadarás?– me cuestionó risueño Sebastián.

Pronto caí en cuenta de mi situación. ¿Cuál es el plan ahora? ¿Nadaré con ella?

–No sé– dije –, supongo que no– agregué haciéndolos reír accidentalmente.

Al llegar a la puerta que conducía al jardín, Mateo soltó mi mano para abrirla invitándome a salir. Coloqué un pie afuera, luego el otro y di un par de pasos mientras apreciaba lo bonito que era todo. La piscina era bastante grande para una casa de dos personas, había un asador y una mesa de tipo picnic de un lado, del otro una especie de sala común con sillones dobles e individuales.

–¿Tienes puesto tu traje de baño?– me preguntó Sebastián colocándose a mi altura.

Asentí sin pensarlo mucho, de igual forma aún estaba inmersa en la belleza de su jardín. ¡Incluso el pasto estaba bien cuidado!

–Muy bien, bebé, vamos a ayudarte– soltó tomando mi camisa por el borde de abajo, decidido por quitármela.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora