Capítulo 42

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Narra Julia

Sin dudarlo, Mateo me despojó de mi camiseta, dejándome más que en calzones y el pantalón de mi pijama. Por un momento quise llorar, y creo que él lo notó, pues me miró confundido justo antes de ponerme la camisa que habían elegido. Me la colocó rápidamente y traté de retener mis lágrimas.

–Bebita...– me habló, pero no respondí más que mirándolo, pues sabía que mi voz seguramente se escucharía quebradiza –no estabas lista, ¿verdad?

Sin poderlo retener más, comencé a lagrimear, y él no dudó en tomarme nuevamente en sus brazos.

–¿Qué le pasó?– le preguntó un preocupado Sebastián a su marido.

–No quería que la vistiera– le respondió él, acariciando mi espalda con su mano.

–Oh, linda...– soltó Sebastián –creímos que sí querías.

Paré de sollozar finalmente, y pude explicarles mi situación sin mucho detalle.

–Es que sí quería...– dije e hice una pausa para luego continuar –pero... creo que no estaba lista.

–Tranquila, bebé... sh, sh... aquí está papi... ¿okay, nena?– me dijo Mateo en voz baja, buscando calmarme.

Asentí escondiendo mi rostro en su cuello.

Ahora sí que necesitaba su cariño.

–¿Quieres que te dejemos solita para que termines de vestirte?– me preguntó Sebastián.

La realidad era que lo peor ya había pasado. Me vio Mateo sin camisa, y mi panza es mi mayor inseguridad, pero no mis muslos o mi trasero, de igual forma, este último al igual que mi vulva se encontraban cubiertos por mi calzón, así que no me molestaba continuar. Simplemente necesitaba un pequeño respiro.

Negué tomándolos por sorpresa.

–Linda, recuerda que debemos ir a tu paso... hacer solo las cosas para las que te sientas lista, porque nosotros ya estamos preparados para todo... al final eres tú quien dirá el ritmo– me explicó Sebastián.

–Sí, mi amor– me dijo Mateo, meciéndome –. No trates de complacernos a nosotros, sabemos que seguro será difícil para ti ir a nuestro paso– agregó.

Tallé mis párpados y los miré, agradeciendo su compasión y empatía.

–Estoy lista– solté –. Simplemente, me tomaste por sorpresa, papi– agregué haciéndolos reír.

Podría acostumbrarme a llamarlos por esos apodos.

–¿Estás segura, nena?– me cuestionó Sebastián.

Limpié mi nariz y nuevamente tallé mis párpados.

–Sí, daddy– le respondí, provocando que él sonría y bese mi frente.

–¿Tú la terminas de vestir?– le sugirió Mateo... bueno... papi, a... daddy.

–Claro– respondió él tomándome de los brazos de mi papi –. Amor, estaba viendo el horario del restaurante, y al parecer es por reservación, ¿podrías llamarlos?

–Sí, yo lo hago, cariño– le respondió dándole un corto pico en los labios para después sacar su teléfono del bolsillo y alejarse unos metros.

–Muy bien, nena valiente, ¿dónde dejó papi tu overol?– me preguntó balanceándome ligeramente de arriba a abajo. Le señalé el borde de la cama, pues se encontraba allí al lado de las almohadas.

Daddy no perdió más el tiempo y se acercó para tomarlo. Me dejó sobre la cama y puso la prenda a mi derecha.

–¿Lista?– me preguntó poniendo sus manos en el elástico de mi pantalón.

Asentí sin dudarlo, pero él parecía seguir preocupado por mi reacción. Aún así, bajó mis pantalones hasta quitármelos y miró mi rostro (supongo para ver qué tal me encontraba), así que le sonreí, haciéndole saber que estaba bien.

Me devolvió la sonrisa y dejó mi pijama sobre la cama, para finalmente tomar el overol con sus manos. Lo desdobló y desenganchó las hebillas para luego pasarlo por mi cabeza con cuidado de no lastimarme, hasta llegar a mi cintura, una vez allí, tomó los extremos colgantes y los enganchó a las hebillas en mi pecho. Finalizó la sesión con un corto ataque de besitos por su parte, haciéndome reír.

Pude ver de reojo a papi guardar nuevamente su teléfono en el bolsillo para después acercarse a nosotros.

–¿Qué tal se portó mi niña?– le preguntó a daddy.

–Muy bien, ¿verdad, nena?– le respondió él, confirmándolo conmigo, a lo que no tardé en asentir sonriente.

–A ver, ponte de pie para verte– me incentivó papi.

No tardé en bajar de la cama y ponerme de pie frente a ellos, recibiendo halagos por su parte mientras daba una corta vuelta sobre mi lugar, para que me pudiesen ver bien.

–¡Qué linda te ves, monita!– me exclamó daddy con una voz infantil que me hizo reír

–¿Sabes cómo se vería más tierna?– le preguntó papi, y sin tener que responder, daddy parecía haber comprendido, o eso me daba a entender por el "aww" que soltó enternecido.

–¿Cómo?– pregunté confundida. Ambos me sonrieron con dulzura y finalmente daddy se acercó a mí, haciéndome creer que me respondería.

–Eventualmente sabrás, bebita– soltó pasando su dedo índice rápidamente por la punta de mi nariz.


Narra Mateo

Al llamar al restaurante, me comentaron que solo había lugar hasta las 4:30pm, y se los hice saber apenas lo recordé.

–Falta una hora, ¿qué quieren hacer mientras?– nos preguntó mi marido.

Fue ahí, en ese mismo momento y lugar, que recordé algo que teníamos planeado Sebas y yo para cuando Julia fuera nuestra baby.

–¿Qué les parece...– comencé a hablar –si hacemos una lista de reglas para seguir?– sugerí, haciendo sonreír de oreja a oreja a Sebastián.

–¿Reglas?– preguntó mi niña, ligeramente preocupada.

–Tranquila, nena, solo son reglas que deberás seguir... ¿está bien?– le explicó mi esposo.

–Okay– soltó ella finalmente, aún algo dudosa.

Tomé su mano y nos dirigimos los tres a aquella habitación donde dejamos los dibujos a medio terminar, donde la princesa me llamó "papi" por primera vez.

La nena se mostraba algo nerviosa, pero no se despegaba de mí, como si se sintiera segura conmigo a su lado, lo cual por cierto, me conmovió.

La senté sobre la silla en la que se había sentado esta mañana, y Sebas recogió los dibujos para luego colocar una hoja en blanco frente a ella. Los lápices de colores se quedaron allí, y ella se entretuvo jugando con ellos.

–Mira, daddy– le dijo a mi esposo, supongo porque él se encontraba más cerca.

–¿Qué sucede, monita?– le preguntó colocándose a su altura, sonriente.

La nena tomó uno de los colores y lo mantuvo a la vista de Sebas utilizando su pulgar y dedo índice. Pronto, con movimientos de muñeca, logró causar una ilusión óptica, haciendo parecer que el lápiz se torcía.

Nos causó ternura a ambos su carita de asombro, y mi esposo no tardó en besar su frentecita.

–¡Wow, hermosa! ¿Cómo lo hiciste?– le pregunté exagerando ligeramente mi tono de voz, lo cual supongo que la hizo sentir especial, pues no paró de sonreír mientras me lo explicaba.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora