Capítulo 8

6.4K 290 2
                                    


Narra Sebastián

–Hola, Sebastián– dijo ella, y sentí cómo mi corazón quería salir de mi pecho. No pude evitar sonreír, es preciosa, y su timidez al hablar solo ayudaba a que se viera más tierna aún.

–Hola, pequeña– respondí colocándome a su altura, y planeaba continuar la conversación pero quien parecía ser su tía me interrumpió.

–¿Se conocían?– preguntó curiosa –Lo siento, no me presenté, soy Emma– agregó extendiéndome su mano, en seguida la estreché y pasó a extendérsela a mi pareja para presentarse con él también.

–Yo soy Julia– dijo la pequeña, integrándose a la conversación, haciendo el mismo gesto con su mano con cada uno de nosotros cuatro, a pesar de que, según tengo entendido, ya conocía a Fernanda.

–Siéntense, por favor– insistió amablemente Emma, permitiéndonos pasar al comedor, donde ya se encontraba la comida servida en forma de banquete.

–Muchas gracias, señora, no debió molestarse– le dije sonriente al sentarme junto a Mateo.

–Por favor, dime Emma, y no te preocupes, Sebas, es un placer tenerlos aquí– respondió imitando mi gesto.

Mis ojos se posaron sobre Julia apenas la vi sentarse junto a su tía, enfrente mío.

–Y, ¿cómo se conocieron?– nos preguntó Emma a su sobrina y a mí.

–Antes de ir al cine con Dani, pasamos al Starbucks y lo conocí– dijo ella justo antes de servir agua en su vaso.

–Mhm... así que hablando con extraños, ¿eh?– le comentó su tía en voz baja. La pobre se hizo pequeñita en su asiento.

Entiendo que está mal que hable con gente que no conoce, le pueden hacer algo malo, pero agradezco tanto que lo haya hecho esa vez.

–En realidad, me dijo eso– comenté riendo, y Julia me miró con una sonrisa, como agradeciéndome –. La pobrecita se cayó y yo fui a ayudarla, eso fue todo– agregué.

La señora dio un pequeño suspiro de alivio al escuchar lo que dije, y me agradeció por haberla ayudado. Al escuchar mi historia, Mateo me miró con una sonrisa. No tuvimos que decirnos nada para entender que comprendió que se trataba de ella. Con una sonrisa y enternecido por el suceso, se dirigió a todos en la mesa para hablar.

–Bueno, ¿qué les parece si comenzamos? Si no te molesta, Emma, claro– dijo amablemente –. Porque muero de hambre y todo se ve delicioso.

Emma se llevó la mano al pecho con una sonrisa, soltando un "gracias".

–Claro que no me molesta, sírvanse lo que gusten.

–Muchas gracias, Emma– dijeron mi suegro y su novia casi al unísono.

La conversación fluyó con normalidad, y la comida era muy rica, pero hubo algo que me mantuvo alerta, y fue que le dieron un cuchillo a Julia. Estaba nervioso, y discretamente mi mirada se posó sobre ella de vez en cuando, solo para asegurarme de que lo sostenía bien y que no se lastimaría.


Narra Julia

Sebastián no me quitaba la mirada de encima mientras partía mi comida. En un momento nuestras miradas se cruzaron y le sonreí, él hizo lo mismo pero agregando un pequeño y discreto movimiento con la mano, saludándome, para luego volver a prestarle atención a Esteban, quien estaba hablando.

El almuerzo continuó con normalidad, y antes de percatarme, las miradas de todos se posaron sobre mí. Algo sorprendida y asustada, miré a mi tía buscando su ayuda, ella rió.

–Hablamos de tus dibujos, corazón– me dijo ella.

–Oh– solté con alivio.

–¿Por qué no se los enseñas? Para que vean lo bonito que dibujas– agregó.

Sin pensarlo mucho, asentí poniéndome de pie. Y me dirigí a mi habitación para tomar mi carpeta de este mes. Una vez con ella en mano, regresé a la mesa, pero no me senté, sino que se la extendí a Sebastián, quien era con quien tenía más confianza de lo cuatro, por ahora.

–Veamos...– dijo tomándola con una sonrisa, yo me mantuve de pie a su lado –¿sabías que Mateo también dibuja?– agregó señalándolo con la mirada. Giré la vista en su dirección y le sonreí.

–¿En serio?– pregunté curiosa.

–Sí, linda– respondió sonriente mientras su esposo abría con cuidado la carpeta detrás mío.

–Julia, son divinos– dijo hojeando cada una de las páginas.

–Yo también quiero ver, amor– dijo Mateo, y Sebas le extendió los dibujos que él ya había visto.

Mateo hizo un gesto de sorpresa mientras le enseñaba a su papá el primero.

–Eres toda una artista, pequeña– dijo Mateo sin despegar la mirada de mi obra.

–Gracias– susurré apenada.

Me gustaba que alagaran mis dibujos, me subía el ego, y sé que estaban siendo honestos por dos razones: 1) yo misma estaba orgullosa de los de este mes, y 2) sus gestos parecían genuinos.

Pronto concluyó mi minuto de atención, y se cambió el tema de conversación casi por completo, desanimándome y causándome aburrimiento. Mateo notó mi mirada de cansancio, terminó rápidamente con el último bocado que quedaba en su plato y se dirigió a mí al hablar.

–¿Qué te parece una competencia de dibujo, princesa?– me sugirió en voz baja con una sonrisa retadora –Así dejamos a los adultos aburridos hablando– agregó rodando los ojos, haciéndome reír.

–Ey, yo no soy aburrido– se quejó Sebastián integrándose a nuestra conversación.

–Ajá– respondió sarcástico su esposo, provocando otra risa de mi parte, y ahora una de mi tía –. ¿Verdad que sí es aburrido?– agregó ahora mirándome a mí

Asentí siguiéndole el juego, y Sebastián fingió un gesto de ofensa.

–Tía, ¿puedo ir a dibujar con Mateo?– le pregunté, ahora dirigiendo la mirada a ella.

–Claro que sí, corazón– respondió y susurré un "sí" con emoción, a lo que Mateo respondió con lo mismo, incluso el mismo gesto.

–Yo también participaré en la competencia, porque no soy un adulto aburrido– dijo Sebas poniéndose de pie, acto que copió Mateo.

–Provecho– dijeron ambos.

–Provecho– dije al escucharlos, pues creo que no recordé mis modales por un momento.

–Gracias, chicos– respondió Esteban, y Fernanda y mi tía respondieron un "gracias" casi unísono.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora