Capítulo 27

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Narra Julia

Me paralicé, todo ocurrió tan rápido. Incluso pensé en gritarle que pare, pero eso solo empeoraría la situación. Sabía que tenía que actuar normal, aunque me estaba costando mucho retener las lágrimas.

–Qué lindo traje, peque– me comentó Sebas, colocando mi camisa sobre la mesa detrás suyo.

Apenas dejó de verme, limpié mis ojos rápidamente, asegurándome de que no se noten mis nervios.

–Gracias– solté, y juntos nos dirigimos a la piscina.

Mateo ya nos estaba esperando dentro con una sonrisa. Sebastián entró de un chapuzón, mojándome ligeramente, haciéndome reír al igual que a su esposo. Una vez sacó su cabeza del agua, dirección su cabello hacia atrás con su mano derecha, y se giró sobre su lugar para verme.

–¿Quieres que te atrape?– me preguntó sonriente mientras extendía sus brazos en mi dirección.

No. No hay forma. Qué vergüenza me daría pesar mucho y lastimarlo.

Negué con la cabeza.

–No, gracias– respondí, cambiando los gestos de ambos de sonrientes a preocupados.

–Monita...– me llamó Mateo mientras se acercaba a la orilla –¿sabes nadar?

Sabía nadar, esa era la verdad, aprendí alrededor de los ocho años, cuando mi tía me comenzó a enseñar. Pero me quedé callada por la sorpresa que me dio el hecho de que me preguntaran eso, creí por un momento que estaba siendo demasiado obvia con mi problema de autoestima. Primero negar comida, luego pesarme en la báscula, y ahora esto.

–Sí– respondí pasados un par de segundos.

Ambos me sonrieron con ternura mientras se acercaban más a la orilla.

–Princesa, está bien si no sabes– me dijo Sebas buscando consolarme.

–Pero sí sé hacerlo, sólo...– respondí –es que... me da miedo saltar.

–Ven, bebé– me indicó Sebas mientras se movía lentamente dentro del agua hasta una esquina. Al acercarme a esta pude descubrir unos escalones que terminé utilizando para bajar.

El agua estaba calentita, y al llegar a lo que yo cría, era el último escalón, comencé a caminar con confianza hacia donde ellos se encontraban. Desgraciadamente, como podrán deducir, no era el último escalón, y descubrí que no toco el fondo de la piscina más que con las puntas de los dedos de los pies.

–¿Necesitas ayuda, corazón?– me preguntó Sebastián.

No sé cómo despreocuparlos. Sé nadar. Antes de que pudiera responder su pregunta, Mateo se acercó a mí con sus brazos ligeramente extendidos.

–Ven aquí, nena– soltó el antes mencionado para luego recogerme y colocarme sobre el lado derecho de su cintura. Movimiento que totalmente permití, pues amo estar en los brazos de cualquiera de los dos.

No tardó Max en llegar y saltar como si nada a la piscina, provocándonos risas a los tres.

–Max– solté risueña mientras cubría mi rostro de sus salpicaduras con el pecho de Mateo.

Mateo besó mi cabeza mientras frotaba mi espalda ligeramente. Poco a poco me mostraban cada vez más cariño, y eso me gustaba.

–Mira, Max– lo llamó Sebastián. Al descubrir mi rostro pude ver que tenía una pelota de tenis en su mano derecha, dispuesto a lanzarla al otro lado de la piscina, y así lo hizo, ocasionando que aquel perrito fuera lentamente detrás de ella.

Sin previo aviso, Sebas salió de la piscina por la orilla de esta.

–¿A dónde vas, amor?– le preguntó Mateo con confusión, mientras yo me limitaba a mirarlo dirigirse hacia una especie de bodega en una esquina del jardín.

–Ya vuelvo– soltó sin despegar la mirada de su objetivo.

Supongo que porque no parecía estar interesado en contarnos la razón de su ida, Mateo se giró dándole la espalda, dirigiendo su total atención a mí.

No dijo nada al principio, pero no crean que hubo un silencio incómodo. Sus caricias en mi cabeza hacían del momento, lo más cómodo posible. Y más aún una vez comenzó a mecerme de arriba a abajo, genuinamente me estaba arrullando. Sonreí, pero mantuve mis ojos cerrados y mi cabeza recostada en su pecho.

–¿Qué te parece si pedimos algo de comer? ¿mhm?– soltó finalmente.

Me removí ligeramente en su pecho, estaba comenzando a tener sueño.

–Okay– dije, haciéndolo reír levemente.

–Amor, ¿qué hora...– comenzó a decir Mateo, pero antes de que pudiera completar su oración, el disparo de una pistola de agua cayó sobre su espalda, sorprendiéndonos a ambos.

Él, instintivamente, supongo, se giró para cubrirme del disparo, y pude en ese momento escuchar las carcajadas de Sebastián, haciéndome reír a mí también.

–¡Al menos danos algo para defendernos!– exclamó Mateo mientras reía, y al girarse nuevamente pudo ver a su esposo colocando un precioso inflable de cisne sobre el agua.

–Pásamela– le pidió a Mateo, extendiendo sus brazos en mi dirección, y quien en esos momentos me cargaba pasó rápidamente a ser Sebas, colocándome finalmente sobre el inflable –. Toma, nena– me dijo ahora a mí, extendiéndome un arma que no dudé en tomar con mis manos.

Antes de llenarla de agua, la analicé unos segundos; era de Nerf, y muy bonita, incluso me atrevería a decir que se veía cara (obviamente para ser una pistola de agua). Sin perder más el tiempo, la sumergí bajo el agua de la piscina, llenándola todo lo posible, o al menos hasta recibir un chorro de agua por parte de quien parecía ser Sebas.

–En su carita no, la puedes lastimar– escuché a Mateo regañarlo, pero yo no podía parar de reír por la sorpresa que me llevé.

–Se está riendo, mi amor– se justificó un risueño Sebastián, que pronto recibió un disparo de mi parte, ocasionando que Mateo estalle a carcajadas.

–¡Esperen! Yo no he llenado la mía– comentó él con una sonrisa, provocando que Sebastián y yo nos mirásemos mutuamente, como decididos por formar una breve alianza. Al par de segundos, le estaban lloviendo disparos a Mateo, quien no podía parar de reír.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora