Capítulo 50

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Narra Mateo

La nena estaba dormida aún, pero se había despojado de las sábanas. Traté de acercarme a Max sigilosamente, evitando despertarla, pero el desgraciado no dudó en ladrar por enésima vez.

–¡Max!– exclamé nuevamente en un susurro, para luego dirigir la mirada a la pequeña, quien ni se había inmutado. El perro continuó ladrando con desespero, justo antes de que lo lograse atrapar. Miré a Julia, seguía dormida –Max, ya basta– susurré a regañadientes.

Tomándome por sorpresa, él hizo algo que nunca antes había hecho. Me mordió, estoy seguro de que no con toda la fuerza de su mandíbula, pero sé que no lo hizo como juego. Instintivamente lo solté, y él saltó sobre la nena.

Ahora estaba furioso, me acerqué a la cama y él comenzó a lamerle el rostro y a llorar, pero ella nuevamente ni se inmutó. Seguía con sus ojitos cerrados, fue ahí cuando caí en cuenta, de que tal vez Max había querido decirme algo todo este tiempo.

–¿Nena?– la llamé buscando despertarla. Sus ojitos seguían cerrados y se mantuvo sin hacer el mínimo movimiento –¿Julia?– volví a llamar, ahora asustado, y removí su bracito para levantarla.

No se movía. La nena no se movía. Comencé a llorar y revisé su respiración, calmándome ligeramente al notar que era continua. Julia se desmayó.

–¡Sebastián!– grité para luego tomarla en brazos –¡Sebastián!– volví a llamar, ahora con más desespero, y en menos de un par de segundos mi esposo ya se encontraba en la habitación.

–¿Qué le pasó? ¿Qué tiene?– me preguntó asustado al verme llorar.

–¡Se desmayó! ¡No sé qué le pasó!– respondí en desespero.

–¿Monita?– la llamó Sebas con miedo, y ella no respondió –Llévala al auto, llamaré a Joaquín– soltó corriendo en dirección a nuestro cuarto.

Sin pensarlo más tiempo, la llevé escaleras abajo, y una vez en el primer piso me detuve para mirar su rostro. Estaba pálida, y con temperatura, ni siquiera sabíamos cuánto tiempo llevaba así. Una vez llegó Sebastián al primer piso, intercambiamos miradas, ahora él también estaba llorando.

–Traje nuestros teléfonos– me hizo saber mientras salíamos por la puerta –. Ya llamé a Joaquín, él la recibirá en emergencias– agregó y subimos al auto por fin.

Me senté en el asiento del copiloto, manteniendo a la nena recostada en mi pecho, y Sebas condujo en dirección al hospital. Durante el trayecto tratamos de averiguar qué le había ocurrido, pero ninguno de los dos llegó a algo razonable.

Al llegar finalmente, preguntamos por nuestro amigo a una de las enfermeras, y esta nos permitió ingresar a una de las salas de emergencia. Recosté a la nena sobre la camilla y un enfermero se acercó a nosotros para atenderla.

–¿Qué le ocurrió?– nos preguntó, y no pudimos darle más información de la que teníamos –Está bien, le colocaré una intravenosa mientras llega el doctor– agregó, y pronto mi niña ya tenía una aguja en la parte interna de su codito, una que le proporcionaba a la sangre dos líquidos colgando de un monitor; uno era transparente, y el segundo de un amarillo fosforescente. Para finalizar, colocó un pequeño aparato gris alrededor de su dedito índice, y luego se dirigió nuevamente con nosotros –. Por favor llenen este formulario, el doctor viene en camino– agregó extendiéndonos una hoja que Sebas no dudó en tomar.

–Muchas gracias– le dije, y finalmente se marchó, dejándonos a solas con la nena en aquella habitación.

–¿Tienes un lapicero?– me preguntó Sebastián limpiando una de sus lágrimas.

Al no tener uno, busqué con la mirada alrededor de la habitación encontrándome con una pluma sobre la mesita junto a la camilla. Se la entregué, y se sentó finalmente en el sofá de la habitación, apoyándose con el formulario sobre la mesa frente a él.


Narra Sebastián

Respondí las primeras preguntas con facilidad, pues se trataban de su nombre completo, fecha de nacimiento, tutor legal (en este caso: tutora), etc. Pero al llegar a la parte de en medio, y leer el "alergias", me puse a pensar. Miré a Mateo unos instantes, que le prestaba su total atención a la nena, como rogándole que despierte, y luego miré nuevamente la hoja frente a mí. Ella dudó al decirnos si era alérgica a algo, tal vez haya sido eso. Mierda.

Me llevé una mano a la cabeza, frustrado, y por fin llegó Joaquín a la habitación.

–Hola, chicos– nos saludó y no dudamos en aproximarnos a él para abrazarlo –. Ella debe ser Julia– agregó sonriente mientras se acercaba a ella con un estetoscopio. Escuchó su corazón y luego dirigió la mirada de vuelta a nosotros –. Tiene arritmia cardíaca, ¿cuánto tiempo lleva inconsciente?

Antes de que pudiéramos responder, como caído del cielo; la pequeña abrió sus ojitos.


Narra Julia

Desperté sobre la camilla de un hospital, con un médico frente a mí que yo no reconocía, pero por alguna razón sabía mi nombre.

–Hola, Julia– me saludó, con la misma sonrisa que me dirigen mis daddies.

–¡Nena!– exclamó daddy.

–¡Bebita!– se le unió papi, y pronto ambos se encontraron a mis costados.

Besaron mi frente, y supongo que no me abrazaron por los cables y la intravenosa alrededor de mí. Ahora con las tres miradas sobre mí, comencé a llorar.

–Tranquila, mi amor... te pondrás bien, ¿okay?– me consoló papi mientras daddy acariciaba mi cabeza.

No quiero estar aquí. Quiero irme a casa. No quiero que vean mi lengua, no quiero que sepan que he vomitado todo desde el desayuno de ayer, pero ¡dios mío! Necesito comer algo... tengo tanta hambre.

–Julia...– me habló el doctor –¿recuerdas qué pasó antes de que te desmayaras?

Me mantuve en silencio, no iba a hablar. Comencé a llorar nuevamente y negué repetidas veces con la cabeza, desesperada porque me dejasen en paz. Mis daddies volvieron a consolarme, pero no parecían saber de qué. Se miraron mutuamente, como buscando una respuesta en el otro, pero el doctor no quitaba la mirada de mí.

–Voy a revisarte, linda– soltó aproximándose a la camilla, y al instante mis daddies se apartaron. Primero acercó una linterna a mi oreja derecha y la examinó, no dijo absolutamente nada y luego rodeó la camilla para examinar la izquierda –Okay– soltó guardando su linterna –. Respira hondo– me indicó colocando sus manos en mi abdomen. Seguí sus instrucciones, y a pesar de que había parado de llorar, seguía bastante nerviosa –, exhala despacio– me volvió a indicar.

Repetimos ese último proceso varias veces, y cada que respiraba él cambiaba sus manos de posición.

–¿Qué tiene, Joaquín?– le preguntó mi daddy nervioso. Ahora no solo sé el nombre del doctor, si no que deduzco que son amigos los tres.

El doctor rodó los ojos buscando hacerme reír.

–Qué impaciente es tu daddy, corazón– soltó sonriente para luego concentrarse en mi estómago.

Ahora estaba aún más nerviosa, y mis daddies lo notaron, ¿cómo sabía eso él? Papi se acercó a mí y me acarició la cabeza.

–No pasa nada, nena, aquí estoy– me dijo, para luego dirigirle una mirada seria al tal Joaquín.

–Lo siento, Mateo, se me salió– respondió riendo –. Tranquila, linda, yo también tengo un little– me confesó sonriente mientras masajeaba con algo de fuerza mi estómago.

Mhm... okay... con ese comentario debo admitir que mis nervios bajaron un poco. Al menos sabía que no me juzgará.

JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora