aitana romero
Llevaba sentada en el escritorio todo el día.
Aún no llegaba la época de exámenes pero me habían puesto uno muy por la cara. Era viernes y tenía el examen el lunes, había decido faltar a clase hoy porque tampoco teníamos nada que hacer en especial, así que aproveché para quedarme estudiando porque me hacía falta.
Me había levantado a las ocho, cogí un paquete de galletas, un zumo, agua y me apalanqué en mi habitación para empezar a estudiar. Ya eran las tres de la tarde y desde entonces no había parado, y tampoco tenía pensado hacerlo, tenía que aprobar este examen sí o sí.
Había cogido el móvil para hablar con mi familia diez minutos y para contestarle un mensaje a Pedri, que me había estado contando que estaba con Gavi jugando a la play en su casa. Le avisé de que estaba estudiando y de que no le contestaría y dejé el móvil a un lado.
Estaba repasando el antepenúltimo bloque cuando escuché que alguien picaba la puerta, cerré los ojos y me apoyé en mis manos esperando a que la persona que estuviera detrás de la puerta se decidiera a marcharse y pudiera seguir estudiando, pero parece que ignorarlo había sido aún peor, porque no paró.
-¿Qué haces aquí? -fruncí el ceño al ver que quien estaba picando mi puerta era Gavi.
-Hola, ¿no? -dijo entonces él.
Me quedé dudando en si dejarlo entrar o no, pero al final terminé echándome hacia un lado para que pudiera pasar.
-¿A qué has venido?
No era a malas, pero no me lo esperaba.
-He venido a buscar mi sudadera -contestó.
Joder, su sudadera. A mi ya se me había olvidado eso, la había lavado y la había guardado en mi armario como si fuera mía, se me había ido la olla. Pero entonces fruncí el ceño.
-¿Has venido solo para eso? -interrogué enarcando una ceja.
-Sí, ¿por qué? -dijo alzando los hombros.
-Porque podrías haberme avisado por lo menos, o esperar a que quedáramos con los demás.
-Iba a mandarte un mensaje pero Pedri me ha dicho que seguramente no contestarías porque estabas estudiando.
Dijo él, y yo asentí con la cabeza.
-Ven -hablé indicándome que me siguiera.
Llegamos a mi habitación y busqué entre mi ropa hasta encontrar su sudadera. Se la tendí y le di la espalda, supuse que ya que la tenía se iría, pero me equivocaba. Cuando ya estaba en la silla dispuesta a seguir empollando se me acercó por detrás.
-¿Qué estudias?
-La historia de la comunicación -levanté la cabeza para mirarlo mientras arrugaba un poco la cara para subirme las gafas.
Se me quedó mirando unos segundos, hasta que dirigió la mirada de nuevo a la mesa y vio todo el desastre que tenía encima. Estaba lleno de papeles con apuntes, la mayoría con todo subrayado, algunos eran tapados por mi ordenador y mi Ipad. Era todo un desastre.
-Llevas todo el día aquí, ¿no? -se interesó, yo asentí con la cabeza-. ¿Has comido?
-No, he perdido la noción del tiempo -le quité importancia.
-Pues tienes suerte, porque yo tampoco -me guiñó un ojo bromeando.
-Si lo que insinúas es que vaya a almorzar contigo lo llevas claro, Gavira. Tengo que estudiar -contesté.
-No tenemos por qué salir. Además, desconéctate un poco, si te saturas de nada te sirve estudiar tanto.
-Si cocinas tú... -le dije.
No sé por qué había aceptado su propuesta, al final tenía razón, me iba a terminar saturando, pero de ahí a dejarle almorzar conmigo había una distancia importante.
Me quedé en la habitación repasando un poco más, aunque me fue imposible porque a cada momento me acordaba de que el sevillano estaba haciendo a saber qué potingues en mi cocina. Decidí salir de mi cueva e ir hacia allí para ver qué tramaba.
-Te has despertado de buen humor hoy, ¿eh? -dije yo.
-Lo mismo digo, estás muy receptiva -habló.
-Receptiva no, hasta los cojones sí -contesté.
Me medio recosté sobre el mármol de la cocina, a su lado. Él se movió y se colocó a un lado para poner sus manos en mis hombros y empezar a masajearlos, yo en ese instante me quería morir de lo bien que se sentía.
-Me caigo -acerté a decir con los ojos ya cerrados.
-Pues hazlo al menos en el sofá -habló dirigiéndome hacia este.
Llegamos a mi sala y nos sentamos, él continuo el masaje mientras yo me dormía. Cuando terminó, me dejé caer hacia atrás, quedando entre sus piernas y mi cabeza en su pecho. Noté como me quitaba las gafas que usaba cuando estudiaba y las dejaba sobre la mesa mientras continuaba haciéndome mimos en la cara.
Qué raro estaba este chiquillo hoy.
Abrí los ojos y me encontré con los suyos. Mi mirada fue directamente a sus labios, que en ese instante estaban para comérselos. Pareció leer mi mente, porque agachó un poco la cabeza y la inclinó hacia un lado para comerme la boca. Yo, por supuesto, dejé que lo hiciera, me caería fatal, pero besaba que daba gusto.
La cosa se fue calentando poco a poco, y cuando me di cuenta estaba sentada sobre él a horcajadas. Con sus manos masajeando mi culo a su gusto y las mías recorriendo su pelo y su nuca mientras nuestras lenguas se entrelazaban.
-Te vas a ir a casa sin polvo, no se me ha olvidado que tengo que estudiar -dije levantándome. Había vuelto a la realidad.
Él me insultó con la mirada en mil y un idiomas distintos, pero a pesar de ello no dio palabra.
Terminó de hacer la pasta mientras yo leía algunos apuntes en la isla de la cocina y le indicaba dónde estaban algunas cosas. Pusimos la mesa entre los dos y empezamos a comer.
No hablamos demasiado, sólo un poco de nuestra vida y nada más allá de ello, tampoco es que de repente me cayera bien ni mucho menos, pero ahora mismo lo estaba soportando raramente.
Cuando terminamos de comer, agradecí a Gavi por haber venido a hacerme compañía, ya que era claramente mentira que había venido a por su sudadera, de hecho, la volvió a dejar en mi habitación. Nos despedimos y se fue, yo volví a mi habitación y continué estudiando.
¿El día de hoy parecía una ilusión o tengo ojos yo sola? Se ve que hoy Pablo Gavi se despertó con buen pie.