pablo gavi
Para mi, mi cumpleaños siempre había sido una fecha más en el calendario. Nunca lo había tomado como algo importante y supuse que esta vez tampoco sería la intención.
Cuando cumplí diecisiete años mi vida tomó un rumbo del que no estoy muy orgulloso a día de hoy. La gente se pensaba que jugar en un equipo como el Barcelona significaba que todo lo tenías en bandeja de plata, pero en mi caso había sido todo lo contrario. Si estaba ahí era porque había luchado por ello, pero yo sin duda era la persona más autoexigente del mundo y nunca iba a estar conforme conmigo mismo.
Un par de veces había intentado algo con las chicas con las que me solía liar en las fiestas, pero siempre terminaban siendo una más para la lista de gente que se interesaba por mi por mi fama. Desde entonces empecé a salir de fiesta más seguido, tanto en Barcelona como en mi propio pueblo cada vez que iba de visita, era una de las pocas formas aparte del fútbol que conseguían mantenerme al margen de mis pensamientos.
Una y otra vez me pasaba lo mismo cada vez que intentaba algo con alguien; solo veían a Gavi, no a mi verdadero yo, a Pablo. Y en parte la alegro de ello, porque esa versión de mi no era para cualquiera.
Empece a pensar que quizá siempre sería lo mismo, así que me limite a tratarlas igual que me trataban a mi.
Pero entonces llegó ella. Llegó aquella rubia que entró al reservado dando tumbos. Mis oídos se cerraron a la historia que me estaba contando Balde y yo solo pude escuchar como se presentaba a mis amigos con aquella voz que me atrapó desde el primer momento.
Aitana, encantada.
Se sentó en uno de los sofás porque estaba que se caía. Iba muy borracha pero ni siquiera eso le quitaba lo preciosa que era. No la había visto en mi vida y maldije en mi interior por ello. ¿De dónde había salido aquella chica? ¿Y por qué no la conocía?
Hicimos contacto visual. Me miró con aquellos ojos que me enamoraron desde que se clavaron en mi por primera vez. No es que los pudiera ver demasiado bien por las luces de la discoteca, pero ese segundo que me había dedicado había sido suficiente para saber el color cielo que reflejaba en ellos.
Tenía pensado acercarme a ella un poco más tarde, cuando ella ya estuviera mejor y fuera del reservado, no quería que los chicos se pusieran con tonterías, y menos aún sabiendo todas las veces que me había ido mal. Pero al parecer la chica fue más lista que yo y fue ella quién se acercó a mi. Yo hubiera empezado presentándome o algo por el estilo, lo normal, pero ella en cambio decidió mirarme un poco mal y decirme "¿Qué miras tanto?"
Me daba igual que el pelo se le hubiera pegado a la frente del sudor. Que casi no quedara maquillaje en su cara. Que su vestido negro se hubiera subido más de la cuenta. O que me hubiera hablado así. Solo quería probar sus labios en ese instante.
Y así deseo aún a día de hoy. Besar sus labios cada segundo del día. Porque es mi droga, y de las buenas.
Yo nunca había sentido algo por alguien, y menos aún después de darme cuenta de que no me querían a mi realmente, sino a mi fama y a mi dinero. Sin embargo, aunque al principio traté de evitarlo, me terminé enamorando perdidamente de Aitana.
Caí en ella de cabeza. Y lo haría mil veces más con los ojos cerrados.
Como iba diciendo, antes de haberme ido por las ramas y haber empezado a hablar sobre mi fantástica novia; nunca me había emocionado celebrar mi cumpleaños. No me gustaba hacerme ilusiones, pero quizá este podría ser un poco diferente, tenía a Aitana e iba a estar con mi familia en Sevilla, eran las personas que más quería en el mundo, incluyendo a algunos de mis compañeros de equipo que ya consideraba como hermanos, porque aunque ellos no estuvieran en ese mismo momento siempre estaban presentes de alguna forma.
Me puse un poco triste cuando Aitana me dijo que estaba muy liada con sus cosas en Barcelona y que no podría viajar conmigo. Estaba seguro que ya lo celebraríamos con los demás cuando volviera, pero no iba a ser lo mismo y me daba pena.
Estuve raro los días que pasé en mi pueblo. No salí mucho a la calle, me limité a hacer los recados que me pedía mi madre y pasar tiempo con la familia. Ni siquiera me molesté en salir con mis amigos, habíamos quedado en vernos el día de mi cumpleaños por la noche para ir a tomarnos unas copas. Aunque conociéndome después de la primera ya estaría llamando a Aitana para hablar con ella.
—¿No te piensas levantar de la cama o qué?
Esperé a que mis ojos se acostumbraran un poco a la claridad y en cuanto divisé a mi hermana apoyada en el marco de la puerta la asesiné con la mirada.
—Aurora, son las once de la noche. ¿Qué otra cosa voy a hacer que no sea dormir? La gente normal lo hace.
—Pues tú eres de todo menos normal, que lo sepas —me devolvió—. Mamá está encendiendo las velas, baja al jardín —ordenó.
—Guardad la tarta para mañana, por favor —me acurruque en la cama.
—Han venido los abuelos.
—Como me estés mintiendo...
—Que no, te lo juro. Baja a ver si quieres.
—¿Los habéis hecho venir a esta hora solo para cantarme el puto cumpleaños?
—Relájate, que ha ido papá a buscarlos. Han llegado hace un rato pero tú estabas aquí hibernando.
Rodé los ojos e hice el amago de levantarme de la cama. Que aunque me costó un poco, lo logré.
—Seguro que si Aitana estuviera aquí tendrías más ganas de celebrar tu cumpleaños, ¿no? —insinuó con una risita.
—Exacto, pero no es el caso.
No tardé en estar en una de las sillas del jardín, con la tarta de cumpleaños delante y parte de mi familia alrededor cantando.
El momento más incómodo del mundo.
Casi beso el suelo del alivio cuando soplé por fin las velas y empezaron a aplaudir. Cuando noté unos brazos rodearme el cuello, supuse que era Aurora así que sin muchas ganas le acaricié el brazo con cariño.
Pero olí su perfume. Era ella, tenía que serlo. Reconocería ese olor en cualquier lado, me encantaba.
Miré al frente y me di cuenta de que mi hermana miraba sonriente.
Vale, ya no me cabía ninguna duda.
—Feliz cumpleaños, mi amor —murmuró en mi oído, dejando un beso en este al terminar.
Mi sonrisa se intensificó más y en un segundo estuve de pie, rodeándola con los brazos y besando sus labios con ímpetu. Solo esperaba que mi familia no estuviera mirando, o le estaríamos dando el show de su vida.
—Eres una mentirosilla.
—Pero ha valido la pena, ¿o no? —rió.
Esa sonrisa...
—Y tanto que sí. Todo contigo vale la pena.
—Me sonrojas, Gavira —hizo una mueca.
—Qué tonta —balbuceé dándole un beso en la frente.
Ni todos los regalos del mundo me podían hacer la mitad de feliz que me había hecho verla aquí; conmigo en un día como hoy y disfrutando con mi familia como si fuera la suya.
A partir de ahora, mis cumpleaños sí que se iba a volver una fecha importante, y estaba seguro de que sería solo por ella.