aitana romero
Seguí caminando hasta asegurarme de que Gavi no me seguía. En realidad, me había dado cuenta desde hace un rato, pero prefería alejarme un poco más y evitarlo a toda costa.
Llamé a un Uber y tardó diez minutos en llegar, aunque en cambio fueron veinte hasta llegar al hotel del que todavía era mi novio.
Pagué y me encaminé tratando de fingir confianza, cuando en realidad las piernas me temblaban a cada paso que daba. Quería seguir adelante y llegar por fin a su habitación para pedirle perdón mil veces, pero antes, preferí sentarme por fuera del hotel y pensar dos veces en lo que iba a hacer.
¿Iba a llegar y le iba a pedir perdón? Cuando me escuché a mi misma entendí lo egoísta que iba a ser haciendo eso.
No sabía ni cómo había sido capaz de hacer aquello, cuando sé perfectamente de antemano cómo se siente. En ese instante, me sentía la peor persona del universo.
Alejandro no se merecía ese dolor, el mismo que yo había sentido hace años. Pero por otro lado, yo me merecía poder equivocarme y no martillarme de la manera en la que sabía que lo iba a hacer. Había luchado mucho durante estos años, contra mí y contra los sentimientos, y para una vez que intento ser sincera con ellos las cosas salen así.
Cuando me di cuenta que la recepcionista me miraba con cara rara, decidí peinarme un poco el pelo y adentrarme en el hotel. Me subí en el ascensor tapándome la cara y buscando pensar con un poco de claridad y tranquilidad.
Respiré hondo un par de veces. Incluso me senté en su misma puerta para desahogarme antes de llorar frente a él. Lo último que necesitaba en ese momento era que sintiera o pena por mi.
Sin querer pensarlo mucho más, toqué un par de veces en la puerta. Lo hice varias veces, hasta que minutos después vi a un Alejandro adormilado pasándose las manos por la cara.
—¿Aitana?
—Lo siento —murmuré con un hilo de voz.
Eso pareció despertarlo lo suficiente como para abrir un poco los ojos y ponerse en un lado para dejarme pasar. Dudé en hacerlo o no, hasta que finalmente extendió su brazo y agarró el mío para meterme en su habitación.
—Lo siento —repetí de la misma manera.
—¿Qué ha pasado?
Sollocé un par de veces mientras su mano recorría mi espalda, buscando calmarme aunque eso solo me hacía sentir más culpable. Me separé un poco para poder mirarlo a los ojos.
—He besado a Gavi.
Me rompió en mil pedazos ver su mirada, ahora tan desilusionada y confundida.
—Y no te voy a decir que no quería hacerlo, que fue sin querer y mucho menos voy a rogarte que me perdones. Fue por un estupido reto, y nadie me puso una pistola en la cabeza para hacerlo; pude haber cogido mis cosas e irme, pero no, decidí quedarme y cometer otro error más. Sé que ya no sirve que te pida perdón, porque te acabo de hacer casi lo mismo que me hizo a mi Gavi, pero al menos quiero agradecerte por todo. Por haber estado en mi vida cuando nadie más lo estuvo y por haberme soportado incluso en los peores momentos.
—Esto también es mi culpa, Aitana. Yo sabía que esto terminaría pasando.
—¿Qué?
—Desde aquel día que te besé por primera vez, yo ya sabía que nunca ibas a olvidar a Gavi. Lo sabía y aún así me empeñé en sanarte y en hacer que él saliera de tu mente, aunque muy en el fondo de mí estaba convencido de que no iba a poder ser.
—Yo de verdad quise que esto funcionara —murmuré.
—Lo sé, pero no porque estuvieras enamorada de mi, sino porque no sabías cómo agradecerme todos los consuelos que te había dado y todas las noches que pasé en vela mientras llorabas.
—Lo hice porque te quería.
—Pero no de la misma forma en la que lo quieres a él. Y, la verdad, siéndote sincero, me da mucha pena que te hayas dado cuenta ahora que lo has vuelto a ver.
—No fue mi intención que pasara, simplemente sucedió porque decidí dejar de reprimir mis sentimientos. Y lo siento, lo siento mucho porque eres la persona que menos se merece esto.
—Me duele, Aitana, pero en el fondo sabía que esto terminaría pasando, así que no es justo que tú seas la única que lleve culpa.
Me quedé callada mirándolo a los ojos. Sabía que no me merecía que me tratara así de bien, pero es por eso que sabía que a Ale siempre lo querría bajo cualquier circunstancia.
—Vete a dormir. Es tarde y tienes un pedo de la hostia —me dijo cuando nos separamos del abrazo.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por todos estos años.
Y no hizo falta decir nada más para saber que nuestra relación había terminado en ese mismo instante. Que ya no estaba con la persona que me había devuelto la sonrisa, pero que sabía que a pesar de ello iba a seguir a mi lado para siempre.
Salí de la habitación con el corazón en la mano, sabiendo que aún así parte de él lo tendría guardado Alejandro para siempre. Nunca había llegado a sentir algo tan fuerte como lo había hecho con Gavi, pero eso no quitaba el hecho de que verdaderamente sí lo quería; aunque no de la misma forma.