aitana romero
Desde que habíamos vuelto de Tenerife los días se nos habían pasado volando, o a mi, por lo menos.
Nos lo habíamos pasado tan bien —como solíamos hacer siempre—, que de un día para otro en julio decidimos irnos un fin de se mana a Menorca. Fue algo que no teníamos planeado pero que salió más que bien, lo pasamos genial. Además esta vez había ido absolutamente toda la plantilla, e incluso Xavi estuvo a punto de venir, pero al final no quiso dejar a sus hijos ni con su madre ni con nadie y se lo tuvo que perder.
Durante todo el verano no nos separamos los unos de los otros, convivimos cada día juntos y siempre intentábamos hacer algo diferente, aunque teniendo en cuenta que teníamos cien cámaras apuntando hacia nosotros no es que fuera muy cómodo. Algunos días lo único que hacíamos era quedarnos en cualquier casa sin hacer nada, hablando de cualquier tontería y jugando a juegos en los que Dios sabe todas las trampas que nos hacíamos.
Nos daba igual el plan, con estar juntos nos bastaba.
Y por no hablar de mi relación con Gavi, que lo único que hacía era mejorar. Habíamos discutido unas cuantas veces pero no era nada que no se pudiera solucionar con un par de besos.
Ahora ya estábamos en Agosto y en dos días era el cumpleaños de Gavi. Yo estaba empezando a tener que asistir a eventos y hacer algunas campañas, así que mientras que él viajaba a Sevilla yo tuve que quedarme en Barcelona trabajando.
Le había dicho que no podría ir por su cumpleaños, pero la verdad es que le había mentido porque quería darle una sorpresa. Aunque bueno, del todo mentira no era, iba a ir el día cuatro por la tarde y volvería el cinco al mediodía. No era broma lo de que estaba muy ocupada, pero sabía que tenía que estar con él un día así de especial.
Garnacho había venido a Barcelona aprovechando los días de vacaciones que tenía, así que ahora estaba con él dando una vuelta por el centro comercial. No sabía qué regalarle a Gavi, y aunque él no estuviera del todo dispuesto a ayudarme con eso al menos me acompañaba para que no fuera sola; ya que Martina estaba en Tenerife con Pedri, Sira y Ferran estaban en Valencia y Mikky y Frenkie en Ibiza. Bueno, y mejor no hablo de Ansu y Balde, que llevaban perdidos del mapa al menos dos días. Eran un desastre.
—Tampoco puedo tardar mucho, tengo que hacer la maleta —dije mirando el reloj de mi muñeca.
—¿La maleta? ¿La maleta para qué?
—Te lo he dicho, me voy a Sevilla mañana por la noche.
Mi mejor amigo me miró con el ceño fruncido, parecía bastante confundido.
—¿Entonces para qué he venido?
—¿Cómo que para qué has venido?
—Pues eso, si hubiera sabido que ibas a irte a Sevilla no hubiera perdido el tiempo viniendo a Barcelona. Que si he venido es para estar contigo.
—Es el cumpleaños de Gavi. Voy por la noche y vuelvo a la tarde siguiente, cuando vuelva aún estarás aquí y podremos hacer más cosas.
—Como quieras —contestó un poco raro.
—No te enfades —me aguanté una risa.
—¿Pero cómo me voy a enfadar contigo? —comentó empujándome levemente.
Le devolví el empujón mientras caminábamos y dimos un par de vueltas más por el centro comercial. Luego me dejó en mi casa y él se fue a su hotel. Desde que Gavi se había ido se había estado quedando en mi apartamento, porque a pesar de que hubiera reservado una habitación de hotel, me había ofrecido quedarse conmigo para no estar tan sola. Me había acostumbrado a tener a Gavi siempre revoloteando por ahí y ahora lo echaba en falta, aunque no era ni de lejos lo mismo.
No tenía muy bien preparada la habitación de invitados porque no los solía tener, pero como pasábamos más tiempo en la calle haciendo planes o en el sofá hablando de la vida pues tampoco le dio mucho uso.
Llegué a casa e hice una maleta pequeña, al fin y al cabo iba a estar literalmente un día, pero como nunca se sabía lo que iba a pasar yo siempre llevaba de más.
Cuando terminé de hacerla hablé un rato con Gavi por llamada y luego me fui a dormir.
En cuanto me di cuenta estaba aterrizando en Sevilla el día siguiente. El sol ya empezaba a irse y la noche a llegar, lo que significaba que mientras que llegaba a casa de los Paéz seguramente empezarían a montar aquella pequeńa fiesta que tenían planeada.
Eran las diez de la noche, y aunque todavía quedaba dos horas habíamos quedado en que su familia le cantaría el cumpleaños desde que yo llegara, para así poder darle la sorpresa. Así que así fue.
Una vez estuve en la puerta del jardín le envié un mensaje a Aurora para avisarle de que estaba fuera. Me dijo que esperara un momento y al rato me abrió al puerta con una sonrisa de oreja a oreja.
—No se lo espera para nada, va a flipar —dijo en cuanto me vio—. Por cierto, estás preciosa, mi niña.
Miré mis pintas un momento antes de sonreírle. La verdad es que no me había arreglado demasiado, llevaba unos pantalones blancos de seda y un top de punto de rayas azules y naranjas. Además tenía unas cuantas ondas en el pelo que me habían hecho ayer en una campaña y tampoco me había molestado en quitármelas.
—Tú sí que estás guapa —le dije sincera. Se notaba que estaba más bronceada por el sol y aquellas mejillas rosas le quedaban geniales.
Me dio un abrazo y se hizo a un lado para dejarme pasar. Pude ver a Gavi en un extremo de la mesa, con la tarta delante mientras que se removía un poco incómodo cuando empezaron a cantarle el cumpleaños.
Su familia me sonrió al verme llegar pero trataron de disimular lo mejor posible. Su hermana se separó de mi y se juntó a sus familiares en el canto. Yo los miré feliz desde la espalda de mi novio, que no se esperaba nada.
En cuanto sopló las velas lo abracé por la espalda y susurré en su oído:
—Feliz cumpleaños, mi amor.