aitana romero
Llegué a la habitación y lo primero que hice fue dejar las cosas en la cama de mala manera y hundir la cara en la almohada para gritar. Necesitaba descargarme de algún modo, y era eso o pegarle un puñetazo a la pared.
Me metí a la ducha para calmarme y poder pensar las cosas un poco mejor.
Por un lado me alegraba de haber podido solucionar las cosas con mis amigos, los había echado muchísimo de menos y al final no había terminado siendo tan malo como suponía. Por suerte, ellos no me guardaban ningún tipo de rencor, cosa que en realidad me sorprendía porque hasta yo misma me seguía culpando de ello.
Cuando salí me puse un conjunto blanco de falda larga y top y me maquillé lo mínimo. No tenía planeado nada para lo que quedaba de día, pero por ahora bajaría al chiringuito a por algo de beber. Una copa era lo que me hacía falta en ese momento.
Salí de la habitación y me arrepentí al instante de haberlo hecho, porque cuando lo hice vi que a unos metros más adelante estaba Gavi saliendo de la habitación con Unai. Solo deseé en ese momento dos cosas: La primera, que no me vieran; y la segunda, que esa no fuera su habitación. Para lo único que tenía pensado volver a hablar con Gavi era por cualquier motivo de mi trabajo, y compartir pasillo con él no me ayudaba nada en eso.
Pensé en volver a entrar y esperar a que bajaran en el ascensor, pero decidí que no iba a dejar de hacer cosas por nadie, y mucho menos por Gavi. Así que respiré hondo y caminé por el pasillo.
Maldita sea la hora en la que decidí ponerme las sandalias que me quedaban grandes, cada vez que daba un paso se escuchaba, y además tenía la sensación de parecer un pato caminando.
Se giraron cuando notaron mi presencia —o la de mis sandalias—, y yo evité a toda costa su mirada. Pasé por su lado mientras miraba el móvil y cuando llegué al ascensor recé para que viniera rápido.
Cuando lo hizo me metí dentro y pulsé el piso esperando que se cerraran las puertas antes de que ellos llegaran. Cómo no, la suerte nunca de mi lado. Por lo menos era lo suficientemente grande como para no tener ni que rozarlo.
—¿Has pulsado el uno? —preguntó Unai.
Levanté la cabeza por inercia porque no sabía si me lo preguntaba a mi o a su amigo. Y maldito el segundo en el que lo hice, porque con lo primero que me encontré fueron los ojos de Gavi. No apartó la mirada ni siquiera entonces.
Levanté las cejas en señal de cansancio y luego miré a Unai para asentir con la cabeza. Me sonrió y yo imité su gesto para devolver la vista a mi móvil, quería evitar a toda costa la mirada del sevillano, porque sabía que él la tenía clavada en mi.
Cuando las puertas se abrieron me apresuré a salir, pero Gavi fue un poco más rápido que yo y se puso casi a mi lado cuando empecé a caminar, Unai había desaparecido porque se había ido por otro lado. Maldito el momento.
—¿Me vas a seguir mirando o quieres una foto? —dije parándome en seco y cruzándome de brazos.
—Si es tuya no te la voy a negar.
—Sigues siendo el mismo niñato de siempre.
—Es la única manera de que te dignes a hablar conmigo —excusó.
—No hay ninguna manera de que haga eso. Y menos aún esa.
—Pues claro que sí, ¿no ves que lo estás haciendo?
—Idiota.
Murmuré mientras caminaba.
Llegué fuera con el sevillano como si fuera mi sombra. Me senté en uno de los taburetes del chiringuito y él siguió caminando hasta que llegó a una mesa que había bastante alejada de donde estaba yo, pero aún así pude distinguir a algunos jugadores de la selección española y también del barça.
A algunos los conocía por unos amistosos que habían hecho, pero nunca en un mundial porque hasta entonces nunca habían convocado a Gavi. Ojalá pudiera decir en voz alta todo lo que me alegraba por él. Al fin y al cabo fue una persona en mi vida con la que compartí todos mis logros y él los suyos conmigo, a pesar de cómo terminamos.
A veces deseaba que me hubiera visto graduarme.
Si las cosas no hubieran terminado así...
—Sira me lo ha contado, ¿cómo te sientes?
Me sobresalté un poco al notar aquellas manos frías en mis hombros, pero cuando vi que era Martina solo me llevé la mano al pecho y sonreí.
—Mucho mejor. He sentido que me quitaba un gran peso de encima.
—Me alegro mucho, Tati. Y con Gavi ¿qué tal?
—Baja la voz, tonta, que está ahí —le dije haciendo un gesto mientras señalaba la mesa.
—Joder Aitana, ni que tuviera un oído de murciélago.
Reímos.
—He hablado con él, pero no muy a buenas, la verdad. Estaba insistiendo en que me sentara para decirme algo, yo no quería hacerlo, así que cuando le pregunté que qué es lo que quería me ha contestado que me quería a mi. Con eso te lo digo todo.
Hice una mueca, y Martina frunció los labios.
—Tal vez sí que debáis hablar.
—¿Para qué? ¿Qué me tiene que decir a estas alturas?
—Pues un lo siento no estaría mal.
—Prefiero que se lo ahorre. Ni en mil años ni con mil lo sientos va a poder arreglar algo.
—Al menos dale la oportunidad.
—Oportunidad de nada. A Gavi ya no le doy ni la hora.
Qué suerte que mi amiga se rió un poco
para calmar el ambiente. Hablar de él siempre me ponía tensa.