aitana romero
Llegué hasta el salón y vi a Gavi sentado en el sofá jugando con la Play, parecía un niño pequeño, y aunque me quería quedar mirando cómo de mono se veía ahí sentado no pude evitar fijarme también lo guapísimo que estaba con ese traje.
De por sí todo le quedaba genial, puesto que su estilo era también increíble, pero verlo tan arreglado era simplemente de otro mundo.
Segundos después notó mi presencia y me miró de arriba a abajo, soltando el mando de golpe y abriendo la boca y los ojos, me reí y me acerqué a él.
—Qué guapa estás, joder —murmuró pegándose a mi.
Sonreí cuando sus labios encontraron los míos, juntándose en aquel caos que me hacía querer más y más.
Nos montamos en el coche y llegamos a un restaurante bastante conocido de Barcelona, pero que a pesar de eso esa noche estaba vacío. No había nadie, y supe enseguida que había sido porque Gavi lo había querido así. Lo miré en busca de una respuesta y sus ojos me dijeron al momento que tenía razón.
—¿De verdad has hecho que cierren todo un restaurante solo para cenar los dos solos?
—Pues sí, me gustaría poder actuar como hacen las parejas normales, sin necesidad de estar amargado porque hayan tres cámaras apuntándonos.
Asentí con la cabeza dándole la razón. Sabía que a él en realidad le daba igual lo que hiciera la gente al vernos juntos, pero era por mi por quién hacía todo eso, porque sabía que yo no estaba lista para oficializar nuestra relación a toda España.
—Nunca dejas de sorprenderme —reí sentándome en la silla.
—Y no tengo pensado dejar de hacerlo —susurró acariciándome la mano.
Cuando cada uno se acabó su postre estuvimos listos para irnos a aquella sorpresa que Gavi me tenía. Bueno, estaba listo él, porque yo quería verlo ya pero a la vez me quería morir de los nervios que llevaba encima.
Sabía que iba a ser bueno y que me iba a encantar, era lo que menos me esperaba viniendo de él.
Llegamos a nuestro sitio de siempre. Nuestro favorito. Donde siempre acudíamos cada vez que podíamos; los búnkers de Barcelona. Nunca iban a dejar de parecerme increíbles. Lo bonita que era mi ciudad y lo bonito que era el motivo por el cual estaba tan enamorada de este lugar.
Nuestra primera cita fue aquí, en los búnkers. Aunque en ese momento ni siquiera lo sabíamos. Recuerdo que me había traído aquí para arreglar las cosas, ya que nos habíamos peleado, pero creo que al final las cosas salieron más que bien. Si no, no estuviéramos aquí, disfrutando el uno del otro como habíamos deseado desde el principio.
—Te he comprado algo —murmuró.
Joder, Gavi siempre igual. Yo no le había comprado nada, ya había dicho antes que no teníamos nada planeado, no pensé que fuera a comprarme un detalle, que me llevara a cenar o que viniéramos aquí. Y mucho menos que me fuera a dedicar un gol. Yo únicamente creía que nos íbamos a quedar en casa viendo pelis, que iba a ser un planazo también.
—Gavi, me sabe mal —comenté con pena.
—No quiero que me regales nada, rubia. Esto lo hago porque quiero, no por recibir nada a cambio.
—Ya lo sé, pero yo también quiero regalarte algo cuando tú lo haces, pero nunca me lo espero.
—¿Qué puedo decir? Soy todo un mago —habló con superioridad.
Rodé un poco los ojos y me acerqué a él para besar sus labios de una forma cálida y tierna. Lo quería mucho, tanto que no sabía cómo explicarlo.
Gavi sacó de su bolsillo una cajita rosa pequeña en forma de corazón. La abrí con cuidado cuando me la acercó y vi enseguida un montón de fotos nuestras, con chuches a su alrededor que tenía ganas de comerme ahí mismo. Era toda una monada.
Viniendo de Gavi, me esperaba algún detalle como un collar, una pulsera o cualquier cosa así, pero de todo menos aquello. Era precioso, y pensaba guardarlo hasta el resto de mis días.
Lo abracé agradeciéndole por todo lo que había hecho por mi hasta ahora, no solo en ese instante.
Nos comimos las chuches mientras veíamos el cielo oscurecerse cada vez más y algunas luces apagando la cuidad.
Supe entonces que ese era mi lugar, donde debía estar y dónde iba a tratar de permanecer para el resto de la eternidad.