aitana romero
Me sentía sumamente estúpida llorando en medio de aquella terraza, con un par de personas a mi alrededor mirándome un poco raro. Pero no me importaba demasiado, porque lo que sentía en ese momento era mucho más que cualquier tipo de vergüenza.
Me pasé los dedos por debajo de los ojos para eliminar los restos de agua que anteriormente habían brotado de mis ojos sin cesar y sin poder impedirlo. Agradecí en ese momento no haberme maquillado, porque si no en ese momento parecería un mapache.
Se me había ido el apetito por completo, así que dejé el plato a un lado y pensé durante media hora que contestación podía ponerle a Gavi. ¿Qué se suponía que tenía que decirle después de todo eso? ¿Es que acaso tenía opciones?
"Gracias por esforzarte, por querer cambiar e intentar luchar por recuperarlo. Te quiero, Pablo. Y buena suerte hoy aunque tú tampoco la necesites"
Fue lo que le puse. Sentía que era muy soso comparado con lo que me había puesto él, pero es que no tenía cabeza para más.
Un rato después, ya estuve a las puertas del Estadio Internacional Khalifa. Con los nervios a flor de piel y el corazón saliéndome de la boca. En cualquier momento explotaba.
Claro que no era mi primera entrevista, había hecho mil durante las prácticas y el tiempo que me contrataron después. Pero joder, no me podía creer que de esas mujeres que vi entrevistar en el mundial del 2010 ahora yo fuera una de ellas. La Aitana de siete años no me creería jamás.
Estuve metida en la oficina todo el día, con Lorena pegada a mi trasero ayudándome en todo lo que podía. Confiaba en ella ciegamente, lo había hecho desde los primeros días y nunca me había fallado. Siempre me daba los mejores consejos y conseguía calmarme en cada ataque de nervios, aunque esta vez dudaba que funcionara.
Solo deseaba que todo saliera bien, y ya no solo lo mío, sino lo nuestro, lo de todos, lo de España. El último mundial ganado fue en el 2010, así que sólo de imaginar que una vez más podríamos vivir eso, se me ponían los pelos de punta.
Por aquella época yo solo era una niña a la que no le emocionaba demasiado el fútbol. Solía preferir jugar con las muñecas en el salón de casa mientras que mi padre veía los partidos en la televisión y mi madre hacía una cena de picoteo para ver el partido todos juntos, aunque hacíamos de todo menos eso porque yo nunca me callaba. Con siete años no me interesaba mucho el fútbol, pero era una niña que necesitaba saberlo todo con lujo de detalles, así que se me olvidaron las incontables veces que mi padre me explicó lo que era un penalti y por qué se provocaba.
¿Quién me diría que hoy estaría aquí?
—Cielo, llevas todo el día aquí, creo que deberías volver al hotel y descansar un poco antes de que empiece todo —escuché que decía Lorena a mis espaldas.
—¿Ahora? Solo quedan dos horas.
—Pues por eso, te da más que tiempo para darte una ducha tranquila, descansar y prepararte.
—No quiero dejar nada a medias —excusé nerviosa.
—Amor, tranquila, que todo va a salir bien. Hazme caso, vete y descansa.
Le terminé haciendo caso porque no me quedaba de otra, me terminaría obligando de una manera u otra.
Había procurado mantenerme ocupada durante todo el día, y no solo por el hecho de la cantidad de cosas que tenía que hacer, sino porque cuanto más ocupada estaba menos pensaba en lo que me esperaba hoy.
Confiaba plenamente en mi, no iba a negarlo, pero aquel miedo e incertidumbre siempre estaría ahí.
Llegué al hotel y fui directamente a mi habitación, quedaban poco menos de cinco horas para el partido, pero yo tenía que estar allí dentro de dos, así que tenía que apresurarme si quería llegar a tiempo.
Me metí en la ducha para despejarme un poco y dejar de pensar, puse música un poco baja para no molestar a los de al lado y dejé que el agua recorriera todo mi cuerpo.
A la media hora salí con una toalla en mi pelo y otra en mi cuerpo, pensé en secármelo, pero decidí hacerlo al aire hasta que llegara a allí y me lo arreglaran ellos.
Me puse unos pantalones grises de chándal y un top negro, total, luego me cambiaría así que por ahora procuraría ir cómoda. Me senté en la cama un rato mirando el móvil, y cuando vi que quedaban cincuenta minutos, decidí coger mis cosas dispuesta a salir, hasta que una videollamada entrante interrumpió mi mano que estaba a punto de abrir la puerta.
—¿Gavi? —dije apartándome el pelo de la cara y viendo si había leído bien.
—Hola, rubia —contestó con una sonrisa, la cual me contagió.
A pesar de estar sudado y que no había demasiada luz, estaba tan guapo como siempre, e incluso más.
—¿No se supone que estás en el entrenamiento? —le interrogué.
—Acabamos de terminar. Debería de estar con el fisioterapeuta pero prefería perder un rato y llamarte.
Mi sonrisa se ensanchó aún más, aunque intenté ocultarlo para regañarlo unos segundos más tarde.
—Gavi no puedes hacer eso, no te lo puedes saltar. En un par de horas es el partido.
—Si dejas de echarme la bronca a lo mejor no pierdo tanto tiempo —bromeó—. Necesitaba verte antes del partido.
—Bien pensado, porque no puedo ir a verte al vestuario antes de salir —fruncí los labios.
Esa era una costumbre que había tenido siempre, la de ir a verle al vestuario antes del partido. Incluso cuando nos llevábamos mal lo hacía. Al principio era porque acompañaba a Sira y a Martina y no me quedaba de otra, pero más tarde fue convirtiéndose en rutina y lo hacía siempre. Hoy no podría ser así porque obviamente estaría trabajando.
—Ten cuidado, por si te veo al entrar y me acerco a darte un beso —dijo riéndose.
—Ni se te ocurra, Gavira, porque te lo juro que te llevarás la cobra de tu vida.
—Era broma, tonta.
—Te veo capaz.
—Ganas no me faltan, no te voy a mentir —sonrió.
Imité su gesto y nos quedamos un rato sin decir nada, hasta que me di cuenta de la hora que era.
—Oye, tengo que irme ya porque me tienen que preparar, ¿vale? Suerte, te quiero mucho.
—Te quiero más. Chao.
Lanzó un beso a la cámara y colgué.