aitana romero
¿Esto era real? ¿O estaba soñando como las otras mil veces que había pensado en este momento?
—Pellízcame y dime que esto no es cierto —le dije a Martina cuando aterrizamos en Qatar.
—Te puedo pelllizcar si quieres, pero no te diré eso porque sería mentirte en la cara.
—No arreglas nada, Martina —me quejé, y ella se rió de mi.
Le di un leve empujón y empezamos a caminar hasta la salida del aeropuerto, donde había una larguísima cola de taxis. Como si la estuviera invocando, Lorena me envío un mensaje diciendo que nuestro coche acababa de llegar. Un Mercedes negro que se encontraba el último de fila. Mi mejor amiga y yo arrastramos las maletas hasta allí y nos subimos al vehículo.
Con suerte solo tardamos quince minutos en llegar a nuestro hotel. Había estado todo el trayecto en coche grabando la ciudad, apenas acababa de llegar y ya estaba más que enamorada. No me podía creer que este sería mi hogar durante los próximos dos meses. Parecía mucho, pero en realidad tenía claro que se me pasaría volando.
El calor aquí era bochornoso, y eso que estábamos en septiembre. Además de que venía de Manchester y allí me estaba pelando de frío.
Aún quedaba un mes y pico para que comenzara el mundial, pero ya la cosa se iba poniendo seria y a la mayoría de trabajadores e incluso jugadores nos pedían estar aquí desde ya; para el tema de publicidad, entrenos, etc...
—Tranquilízate un poco, no va a pasar nada —escuché que decía Martina.
La miré con los ojos abiertos, a veces odiaba que me conociera tan bien. Sabía cosas de mí que hasta a mi misma me costaba entender.
—No quiero tener que verle.
—Pero te va a tocar, Aitana. No te va a quedar otra opción. Estás cumpliendo tu sueño y eso es lo que realmente importa.
Asentí con la cabeza porque no quería tocar el tema. En estos cuatro años no había dicho ni una sola palabra sobre ello y ahora tampoco estaba dispuesta a hacerlo.
Alejé esos pensamientos de mi cabeza y me centré en el hecho de que estaba en Qatar, a pocos días de empezar a trabajar de lo que más me gustaba. Poca gente tenía esa suerte y yo lo sabía de sobra, no pensaba malgastar ni un solo minuto aquí. Y mucho menos pensando en cosas que podrían haber sido pero no fueron.
—¿Te apetece bajar un rato a la piscina?
Me preguntó Martina. Asentí con la cabeza y las dos nos dispusimos a ponernos el bikini. Yo elegí uno de lo más básico pero que seguía siendo precioso igual, era de un tono rosa chillón que me quedaría genial cuando me pusiera más morena.
Nos subimos en el ascensor para bajar y en cinco minutos estuvimos dejando las cosas sobre las hamacas. Empezamos a hablar de tonterías y de planes que podríamos hacer en nuestro tiempo libre.