aitana romero
Me desperté sintiendo que me había pasado un camión lleno de elefantes por encima, no sabía por cuánto tiempo había estado durmiendo pero podía asegurar que no demasiado. Estaba muy cansada.
Intenté abrir los ojos con un poco de dificultad, lo poco que lograba ver lo veía borroso. Durante unos minutos intenté acostumbrarme a la luz de la habitación, así que me restregué los ojos varías veces intentando recuperar la visión. Cuando lo conseguí no tardé en fruncir el ceño con confusión. ¿Dónde cojones estaba y por qué no en mi habitación?
No me costó mucho entender que estaba en un hospital, fue obvio en cuanto miré por la ventana desde la camilla. Vi un par de vías conectadas a mis brazos y algunas máquinas alrededor que no sabía qué estaban haciendo. Recorrí con la mirada el lugar y entonces distinguí una figura masculina en el sofá.
Era Pedri.
Llevaba sin verle semanas. Desde que le había contado lo de Gavi había desaparecido completamente de mi vida, y aunque tuve la oportunidad de verlo ayer en el partido mi mente estaba 100% concentrada en el sevillano.
Joder.
Hablando de él; necesitaba saber cómo estaba.
Me levanté más rapido de lo normal de la camilla, aunque me costara la vida. Todavía me sentía débil, así que no me extrañé cuando me mareé un poco. Intenté olvidarlo y empecé a desatarme los cables del cuerpo, solo quería salir de ahí e ir a buscar a Gavi.
Pero entonces una alarma empezó a sonar. Suspiré con pesadez porque estaba segura de que eso era alguna máquina chivata que detectaba el momento exacto en el que dejaba de estar conectada.
Vi a un Pedri adormilado levantarse con rapidez del sofá, un poco desubicado y sin entender nada.
—¿Aitana? —dijo, ¿qué se suponía que tenía que decir?— Acuéstate, hazme el favor.
—¿Qué te haga el favor? —solté una risa, bastante falsa de hecho— ¿Me has hecho tu alguno estas semanas cuando más lo he necesitado? Pues ya está.
—Aitana, te lo estoy diciendo en serio, tienes que calmarte.
—No me puedes decir lo que hacer, no tienes derecho ninguno ahora mismo.
Abrió la boca para contestarme, pero entonces la puerta de mi habitación se abrió y pasaron unas doctoras.
—Aitana, ¿verdad? —dijo una no muy mayor.
Asentí un poco desconfiada con la cabeza.
—Está todo bien, cariño. Solo tienes que acostarte y descansar un poco antes de que te hagan otras pruebas. Lo único que ha pasado es que te has desmayado, se te ha bajado la presión, probablemente por alguna situación de estrés o algo por el estilo.