aitana romero
Aguanté las ganas de aferrarme del brazo de Gavi cuando salimos del cine y nos dirigimos hacia el parking. Estaba todo oscuro, solo se escuchaban un par de grillos, los típicos cuando estás en la calle por la noche y está todo desierto.
A pesar de la hora y de la oscuridad, seguía habiendo un par de personas a nuestro alrededor, así que tuve que respirar dos veces y hacer como si no me estuviera cagando del miedo por dentro. Eso sí, en cuanto llegamos al coche miré a Gavi.
—No vuelvo a ver ninguna película de miedo en lo que me queda de vida.
—Que es todo mentira, boba —se burló él.
—No mientas, al principio ponía que estaba basado en hechos reales —contesté como una niña pequeña.
—Y tú vas y te lo crees —me revolvió el pelo.
—Eso, tú sigue picándome —fruncí el ceño peinándome.
—Siempre.
Le dediqué una mala mirada de broma y nos dirigimos a mi apartamento. Al llegar lo primero que hice fue darme una ducha mientras Gavi se hacía un sándwich para cenar, yo me había quedado llena con la comida del cine así que no me apetecía nada.
Salí del baño con unos pantalones largos y finos y una sudadera de Gavi, bastante cómoda y calentita, aunque gracias a la calefacción no hacía tanto frío dentro de mi casa.
Gavi ya estaba tirado en la cama, estirado, boca arriba y sujetando el móvil con las dos maños sobre su barriga. Dejé las cosas en la silla y me subí a la cama, trepé hasta llegar a él y me puse encima, causando que rápidamente sonriera y dejara el móvil a un lado.
Lo miré con unos ojos que sabía que lo volverían loco, y no me equivoqué, porque enseguida se lamió los labios, desesperado.
—Me vuelves loco, Romero —dijo mientras me cogía de la nuca para acercarme a él y unir por fin nuestros labios.
Sonreí al escuchar sus palabras porque yo ya sabía perfectamente el efecto que causaba en él, pero jamas me cansaría de que me lo dijera.
—Echaba de menos que me llamaras Romero —comenté aún en sus labios.
—Te llamaré así las veces que tú quieras —contestó llevando sus manos a mi cintura.
Sonreí y una vez más y luego bajé mis besos hacia su cuello, dejando un camino de estos a su alrededor. Suspiró pesadamente en mi oído, así que lo volví a mirar.
Escaneó mi cara y devoró mis labios, apretando sus manos en mi trasero. Me pegué más contra su miembro y comencé a moverme de adelante hacia detrás. Por una vez, me apetecía a mi llevar el control de todo.
Me acerqué a la mesilla de noche para coger un preservativo, momento que Gavi aprovechó para dejar una palmada en mi culo.
Ya estábamos los dos en ropa interior, y más calientes que un horno a doscientos grados, así que no tardé mucho en pasar el condón por su longitud y sentarme encima. Agarré su miembro y lo dirigí hacia mi entrada despacio, traté de acostumbrarme un poco y en segundos ya estaba moviéndome sobre él.
Gavi me miraba desde abajo, recorriendo mi espalda con las manos y llegando hasta mi culo, haciendo el mismo recorrido una y otra vez. Lo que provocaba que se me erizara la piel.
Arqueé la espalda cuando con ambas manos empezó a tocar mis pechos sin remordimiento. Seguí moviéndome encima, cada vez más rápido, y terminando sacando y metiendo su miembro de mi.
Me tiré a su lado exhausta, tratando de recobrar un poco la respiración.
—Estás guapísima después de follar —dijo dejando un beso en mi mejilla y pasándome el brazo por encima de la barriga, rodeando mi cuerpo para pegarme a él.
—¿Solo después de follar?
—No, tú estás guapa siempre, pero después de follar eres otro rollo.
Me reí y noté cómo volvía a besar mi mejilla, para luego salir de la habitación e ir a por un vaso de agua en la cocina. Cogí el móvil y me puse a ver instagram después de vestirme de nuevo, aunque solo me puse la ropa interior y un top sin mangas que había encontrado en la silla de mi habitación, me había dado calor ya.
Gavi entró en la habitación y yo me di la vuelta, acostándome larga en la cama boca abajo.
—¿Quieres agua? —escuché que preguntaba.
Negué con la cabeza como pude sobre la almohada, y poco rato después, sentí como se pegaba a mi lado. Mi piel reaccionó a su contacto cuando su dedo índice se posó en mi espalda y comenzó a trazar líneas sin sentido, haciéndome cosquillas por el camino. Me estremecí un poco, pero dejé que siguiera.
No tardé demasiado en darme cuenta de que estaba dibujando un corazón sobre mi espalda. Giré la cabeza aún estando apoyada en la almohada y lo miré sonriendo.
—Te quiero —le dije sincera.
—Te quiero, Romero —contestó besando mi pelo.
Me rodeó las lumbares con un brazo mientras se ponía de lado, quedando nuestras caras frente a frente. Cerré los ojos y dejé que mi respiración y la del sevillano se juntaran en una, mientras aún podía oler los restos de su perfume que tanto me encantaba.
Entendí entonces que ese era mi lugar, que ahí me sentía bien y feliz y que jamás querría separarme de él. Bajo ninguna circunstancia.