pablo gavi
—Venga hermano, levántate ya que no llegamos —escuché que decía alguien con un acento canario.
No sabía ni cómo ni cuándo había entrado Pedri en mi habitación, pero el caso es que estaba abriendo las persianas para que entrara el sol y quitándome las sábanas de encima. Cogí la almohada y me tapé la cara con ella cuando terminó de abrir la ventana.
—Estoy hasta los cojones, déjame en paz.
—En diez minutos te quiero listo para ir al entrenamiento. Espabila —repitió.
—Que te vayas, Pedri, que no pienso ir hoy —insistí.
—Ayer faltaste a la cena y no te dije nada, porque si no te apetecía no te iba a obligar, pero al entrenamiento vienes como que me llamo Pedro.
—Pues vete cambiando de nombre porque no me pienso mover de aquí.
—¿Pero qué te pasa? ¿Cómo vas a faltar?
—Total, para lo que voy a hacer.
—Mira, Gavi, mañana tenemos un vuelo a Tokio para jugar contra el Vissel Kobe, y si no vas hoy al entrenamiento sabes perfectamente la bronca que te va a echar Xavi.
—Que me la suda, que no quiero jugar.
A todo esto, él no había dejado de gesticular todo el rato, insistiendo en que me moviera. Pero pareció quedarse estático.
—¿Qué?
—¿Que qué?
—¿Qué has dicho?
—Que no quiero jugar —me alcé de hombros, sentándome en la cama.
—¿Cómo no vas a querer jugar? —cogió un sitio a mi lado. Parecía que se había calmado.
Tomé aire y miré a una esquina de la habitación con una de mis típicas muecas de asco, lo hacía sin darme cuenta.
—Estoy planteándome dejar el fútbol —solté.
Dirigí mi mirada hacia él para encontrarme con su expresión, que parecía casi de horror.
—Pablo, llevas jugando a fútbol desde que saliste de la barriga de tu madre. Es tu pasión, por lo que te despiertas cada mañana y te acuestas cada noche, ¿cómo vas a estar pensando eso?
—Te equivocas, sabes perfectamente quién era el motivo de que me despertara y me acostara, y no era precisamente el fútbol.
—La cagaste, hermano. Y tienes que afrontarlo.
—Y lo intento hacer, pero ¿crees que es fácil?
—Pues no, pero lo es menos aún si dejas de hacer lo que te gusta.
—No lo dejo de hacer porque sí; lo dejo de hacer porque me duele que algo he amado con tanta pasión toda mi vida ahora se esté convirtiendo en una carga.
—¿Cómo que una carga?
-Joder, Pedri, pues una carga. Cada vez que fallo un pase se me cae el mundo encima. Un puto mal pase, Pedro, solo por eso monto un drama.
—Eso nos ha pasado a todos —dijo en un intento fallido de animarme.
—Me da igual lo que les pase a los demás.
Abrió la boca para contestarme, pero no tardó en volver a cerrarla y guardarse sus palabras.
—Tienes cinco minutos para prepararte. Te espero abajo.
Me pasé las manos por la cara, pero aún así le hice caso. Cuando salió de mi habitación fui al baño para darme una ducha, no es que tuviera mucho tiempo pero no podía salir de casa sin hacerlo.
Cuando salí me vestí, cogí lo necesario y bajé las escaleras de La Masia pitando. Me monté en el Masserati de mi amigo y condujo dirección al Joan Gamper.
—A ver cuando te sacas el carnet —levantó las cejas.
—Ahora mismo no tengo ni ganas ni cabeza para nada, Pedri.
—Te vendría bien, estarías distraído durante unas horas al menos.
—Sí, estudiándome señales de tráfico que luego probablemente me saltaría.
Llegamos al entreno e hice lo que mejor se me daba hacer; jugar al fútbol. Supongo, aunque últimamente la vida no estaba de mi lado.
Al día siguiente, cuando llegamos a Tokio, no pude estar más cansado. Todos querían ir a cenar por ahí e ir a dar una vuelta por el centro de la ciudad, pero solo de pensarlo me daba una fatiga. Al final se decidieron por ir a cenar y ya luego volver a las habitaciones para descansar, mañana teníamos entreno y era un poquillo tarde. Por no hablar del jet lag que llevábamos encima.
Era nuestro segundo partido contra el Vissel Kobe, y puesto que el primero no había terminado como lo esperaba; tenía un poco de miedo, aunque me costara admitirlo. Y digo que no había terminado como lo esperaba porque no me había hecho demasiada gracia la contusión de cabeza que me llevé esa noche, y mucho menos las miles de discusiones con Aitana que llegaron después de eso.
El primer partido había sido en el Camp Nou, en nuestra casa, pero ahora... Ahora era a diez mil kilómetros de su puerta. En Tokio.
O bueno, la que solía ser su puerta. Hacía unos meses que había visto que estaba en Manchester, no sabía si se había mudado o si estaba de vacaciones. Tampoco tenía ninguna forma de averiguarlo porque todos mis amigos se habían dejado de hablar con ella, y no por su propio gusto, sino porque al parecer Aitana no quería a nadie de mi entorno cerca de ella.
Lo único que me quedaba ahora era buscarla por la lupita de instagram y esperar a que alguien como ella apareciera. Me había bloqueado y eso era lo único que había hecho durante las últimas semanas; buscar mil veces su usuario para encontrarla, pero nunca lo lograba y siempre me salían otras cien chicas que no me interesaban para nada.
Y por no hablar, de los mensajes que me había enviado hacía ya unos meses. Eran un total de cinco, cuatro mensajes de texto y un audio de voz. Se me ponían los pelos de punta cada vez que lo escuchaba. Nunca le llegué a responder, porque ni tenía la cabeza para hacerlo ni podía procesar todo aquello. Había optado por el camino fácil, aunque luego me odiara por ello; si es que le cabía dentro del cuerpo más odio hacia mi.
Estoy a diez mil kilómetros de tu puerta
Pensando más en el prestigio que en las ventas
Yo que siempre hice esto por pasión
Pero dime: ¿Quién dice que no al dinero cuando entra?
...
Busco una como tú en la lupita de Instagram (No la encuentro)