aitana romero
El resto del día no tuve ganas de hacer absolutamente nada. Me quedé encerrada en la habitación mirando hacia el techo, pensando en cómo en tan poco tiempo habían cambiado tanto las cosas.
Sira había insistido en quedarse conmigo, pero la obligué a que se fuera. Tampoco quería arrastrarla a ella con mis problemas.
Me aburrí como una pasa porque ni siquiera quería coger el móvil, no me apetecía leer todas las cosas que seguramente la prensa estuviera hablando de Gavi.
Con un poco de suerte, unas horas después me dieron los resultados de aquellas pruebas que me habían hecho por la mañana, y como había dicho la enfermera, solo había sido una bajada de tensión por estrés. No me sorprendía, últimamente estaba que no daba abasto.
Llegué a casa y lo primero que hice fue darme una ducha para despejarme un poco, aunque terminó sirviendo entre cero y nada. Me puse el pijama y me tiré bocabajo en la cama, ¿qué se suponía que tenía que hacer ahora?
Sin darme cuenta, después de haberle dado muchas vueltas a las cosas; me quedé dormida, cosa que en realidad agradecía porque estaba agotada, y eso que no había hecho nada en todo el día. Pero ya me entendéis, el otro tipo de agotamiento, que era mucho peor.
Al día siguiente, me revolví un poco en la cama cuando el timbre de mi casa sonó. Pensé en las posibilidades de que fuera Gavi, pero terminé dándome cuenta de que era muy poco posible. Ya me había dejado claro que le importaba entre cero y nada.
Fui a abrir la puerta suponiendo que era alguna de mis amigas la que esperaba fuera, pero cuando me encontré a Garnacho alcé las cejas con sorpresa. No tardé en rodearle con los brazos y abrazarle con mucho cariño, era lo que necesitaba en ese mismo momento.
Noté que cerraba la puerta detrás de él y caminaba conmigo hasta que nos sentamos en el sofá.
—¿Quieres hablar? —susurró cuando nos separamos un poco.
Cogí su mano y le di un apretón.
—No hay nada que hablar. Se acabó —contesté.
—Me he enterado de que Gavi estaba en el hospital y supuse que estabas mal por ello, por eso he venido.
—Tienes que dejar de faltar a los entrenamientos solo para venir a Barcelona —me llevé las manos a la cara, un poco desesperada. Era una forma de desviar el tema y de paso decírselo de verdad.
—Lo haré hasta que sepa que estás bien, Aitana. No puedo irme a Manchester y hacer como si nada cuando sé que te pasa algo.
—Gavi me ha puesto los cuernos.
Me miró como si estuviera congelado en su sitio. Parecía que había visto un fantasma.
—¿Que ha hecho qué?
—No me hagas repetirlo.
Empecé a contarle la historia completa, sin evitar la parte en la que le mentía a Gavi sin decirle que Alejandro se iba a quedar en mi casa durante los días que estuvo aquí.
—¿Pero el apartamento es tuyo o de los dos?
—Mío. Él vive en La Masia pero pasa más tiempo aquí que allí.
—Entonces no entiendo qué explicaciones tenías que darle sobre si me quedaba aquí o no —se alzó de hombros.
—No es eso, Alejandro, es que le dije que estaría sola, aún sabiendo 100% que tu estarías aquí.
—Desconfiaba mucho, ¿no?
—Exacto, es por eso que se lo tomó tan mal.
—Por el simple hecho de que era yo —entendió. Asentí con la cabeza dándole razón.
No nos dio tiempo de decir nada más porque el timbre volvió a sonar.
—Seguramente sea Sira —dije.
—Voy a abrir y me quedo fuera para que habléis, ¿vale? Cuando quieras que entre me avisas.
Asentí con la cabeza y me dio un beso en la frente antes de dirigirse a la entrada.
—¿Tú qué coño haces aquí?
Su voz. Su acento. Era él.
Gavi estaba en la puerta y no tenía ni la menor idea de por qué, si ya me había dejado las cosas claras en el hospital.
Me levanté del sofá intentando poner la mejor cara posible, para que no se notara que había estado llorando. Lo menos que necesitaba en ese momento era que Gavi supiera que había estado llorando, no me humillaría así.
Cuando ya estaba llegando a la entrada, vi que él empujaba un poco a Alejandro para intentar pasar. Suspiré y lo miré con incredulidad.
Qué suerte tenía de que Garnacho no fuera tan niñato como Gavi. Si hubiera sido igual que él probablemente ya se hubieran líado a piñas.
—Te podría hacer la misma pregunta —espeté.
Alejandro decidió echarse hacia un lado y salir de mi casa, dedicándole una mirada no muy amigable a Gavi antes de hacerlo. El otro, por supuesto, no se perdió la oportunidad de echarle un mal de ojo.
—¿Qué hacía él aquí? —preguntó.
—¿Qué es lo que quieres?
Tenía claro que no le debía ninguna explicación a estas alturas.
—Hablar, ¿no?
—¿Hablar? —reí irónica.
—Pues sí, es lo que tú llevas queriendo hacer mínimo dos semanas.
—Exacto, dos semanas, no ahora cuando a ti te da la gana, Gavi. Así que ya puedes irte por donde has venido.
—¿No quieres ni siquiera escucharme?
Dios, por supuesto que quería hacerlo. ¿Pero qué más me tenía que decir? Si hubiera parecido mínimamente arrepentido en ese momento quizá me hubiera planteado dos veces el hecho de escucharlo pero es que ni siquiera eso, pareciera que le importara una mierda. Que lo hacía por hacer.
—Ya me has dejado bastante claras las cosas.
—Mira, Aitana...
Respiré hondo y le corté la frase antes de que pudiera continuarla. Últimamente lo único que salía de su boca eran tonterías, y como escuchara una más, probablemente estallaría.
—"Mira" nada, Pablo. Vete de mi casa.
—Pero...
—Pero nada. Vete.
—Aitana.
—Vete y no vuelvas más.
Fui capaz de mirarle a los ojos, y lo único que pude llegar a ver fue cómo se cristalizaban. ¿De verdad se ponía a llorar ahora? No tenía ningún derecho a hacerlo después de todo. Era yo la que tenía que estar llorando, que sí, que lo estaba haciendo también, pero él no tenía por qué.
No articulé ni una sola palabra más antes de coger la puerta y cerrarla en su cara. Ya había tenido suficiente, y no tenía pensado aguantar ni una vez más cómo me repetía lo bien que se lo había pasado con Carmen.
Era algo totalmente despreciable e increíble el hecho de que la persona que se supone que más me quiere, sea capaz de tratarme de esta manera de la noche a la mañana.