aitana romero
Abrí la nevera del apartamento de Sira y cogí de dentro una coca-cola, para luego abrirla y darle un sorbo mientras entraba a la sala de estar, donde estaba mi amiga y los jugadores más jóvenes del equipo blaugrana. Busqué con la mirada un lugar donde sentarme y lo encontré, al lado de Gavi.
Me tiré a su lado en el sofá y él puso una mano en mi muslo sin mirarme, mientras seguía su conversación con Ansu. Uno no, sino cien escalofríos seguidos recorrieron mi pierna.
Inconscientemente una sonrisa apareció en mi cara y mi mano voló a su brazo, comenzando a acariciarlo. Él apretó su mano en mi muslo y giró la cabeza por fin.
—¿Qué? —le dije al ver que me miraba con una sonrisa.
—Nada —habló.
Se acercó a mi y posó un beso sobre mis labios, yo lo agarré de la mejilla para profundizarlo un poco, pero tampoco duró demasiado, era un poco incómodo que nuestros amigos estuvieran alrededor, aunque estaban a su rollo y no se habían dado cuenta.
Gavi y yo no éramos nada, ni teníamos ningún tipo de compromiso, pero me gustaba tanto lo que teníamos en ese momento que tenía miedo de sacar el tema y tener la conversación, no quería que llegara el momento de preguntarnos lo que somos.
—¿Os apetece venir a mi casa hoy y hacemos algo? —dijo Ansu.
—Pero si ya estamos aquí ¿para qué vamos a ir a tu casa? —dijo Pedri obvio, íbamos a hacer lo mismo en una casa que en la otra.
—A lo que se refiere es que si queremos beber hoy —hablé yo, ya conocía a Ansu como la palma de mi mano.
—Alguien que me entiende, por fin —dijo este poniéndose las manos en la cara.
—¿Vosotros no os cansáis de beber o qué? —dijo Gavi.
—Tú tampoco estás para hablar —le picó Pedri.
—Por lo menos yo me controlo —le contestó entrecerrando los ojos.
—Bueno... Eso de que te controlas —murmuré yo, y todos carcajearon.
—Muy graciosa, Romero —dijo mirándome con los ojos entrecerrados.
—¿Venís o no? —repitió Ansu.
Al final todos terminamos por aceptar. Cada uno iba a ir en su coche, mientras que yo llevaba al sevillano conmigo.
—Tengo que pasar por mi casa primero —le informé cuando nos subimos.
—¿Y eso? —se interesó.
—Porque no voy a ir con estas pintas —contesté señalándome.
Esta mañana Sira y yo habíamos ido a ver a los chicos entrenar, Martina no había venido porque tenía un examen pronto y necesitaba estudiar, aparte de que se lo había dejado todo para el último momento y estaba hasta arriba de cosas, todo lo contrario a mi. Por la mañana me había dado muchísima pereza levantarme, así que terminé poniéndome lo primero que pillé cuando abrí el armario: Un chándal gris y un top blanco con las AirForce.
—Pero si vas genial —rebatió.
Y no supe si tomarme eso como un halago.
—¿Me estás intentando decir algo? —dije enarcando las cejas de forma pícara, bromeando.
—¿Que vas guapísima? Sí —contestó.
—Deja de intentar ligar conmigo —dije burlona.
—No necesito ligar contigo —respondió de la misma forma.
—Te lo tienes muy creído, ¿no?
—Solo sé lo que hay.
—Claro, lo sabes tú solo.
—No te hagas la tonta —dijo dándole un apretón a mi muslo.
¿Estaba admitiéndome poco a poco que sentía algo por mi o eran imaginaciones mías? En alguna parte de mi tenía miedo de que la respuesta fuera la segunda, por lo que me quedé callada el resto del camino hasta llegar a mi apartamento.
Me cambié rápido y me puse unos vaqueros negros ajustados, dejándome en la parte de arriba el top que ya tenía puesto.
—¿Has venido para cambiarte de pantalones? —se rió Pablo al verme entrar en el coche.
—Hace la diferencia, ¿vale? —espeté.
Él levantó las manos con inocencia y se calló.
Así estuvimos todo el camino, callados pero cruzando un par de miradas cuando miraba hacia su lado para comprobar que no venía ningún coche. Era increíble cómo había pasado de casi odiar a Gavi a pasar la mayor parte de mi tiempo con él, aunque cabe decir que a día de hoy sigue siendo un poco cansino.
En cuanto llegamos a casa de Ansu cada uno se fue por su lado, tampoco nos gustaba estar pegados como lapas, todo era muy raro. Pedri me ofreció un cubata y lo acepté, probablemente sería lo único que tomase, no quería ponerme mal y menos estando Gavi, a saber qué tonterías podía llegar a decirle.
Los demás tampoco se sobrepasaron como hacían de normal, iban borrachos pero se podría decir que estaban controlados. Yo no había visto al sevillano beber mucho, apenas un roncola y suficiente.
—¿Qué te pasa que no bebes? —le pregunté acercándome a él.
—Es que si bebo y te miro con esos pantalones creo que me atraganto —bromeó, aunque un escalofrío recorrió mi anatomía.
—Qué cuentista eres, Gavira —le dije.
Él negó con la cabeza mientras una sonrisa se escapaba de sus labios. Lo miré una última vez y me alejé a dar con Sira, para que me diera su humilde opinión de todo lo que estaba pasando.