aitana romero
—Sí, más que nada agradecer a toda mi familia y amigos que siempre me han apoyado, y a todos los entrenadores y cuerpo técnico que nos han cuidado tanto a mi como el resto de la plantilla. Y bueno, como es mi debut también quiero agradecer a una persona que siempre creyó en mi y estuvo apoyándome a pesar de todo... —me miró directamente a los ojos y sonrió— Gracias.
Sonreí un poco y traté de disimular mi emoción.
—Muchas gracias, Gavi, y felicidades a todo el equipo por la victoria. Esperemos que sea la primera de muchas este mundial.
Entonces noté que un brazo me rodeaba el hombro y me di cuenta de que era Gavi abrazándome, justo delante de la cámara, que gracias a mi buena suerte —que se note el sarcasmo— todavía no había dejado de enfocarnos.
Lorena le hizo una seña al cámara para que parara, y afortunadamente le hizo caso y apagó. Aunque ya no servía de mucho porque seguramente esto mañana estaría en todas las redes sociales.
La gente se sorprendería, estaba claro, habían pasado de vernos juntos día y noche a de repente dejar de ver cualquier tipo de interacción entre nosotros durante cuatro años, y ahora, de nuevo juntos. No estaba preparada para la que se armaría.
Y tampoco quería imaginar a Garnacho cuando se enterara. Sentía la necesidad de hablar con él y darle explicaciones, pero me estaba obligando a no hacerlo porque no tenía por qué. Además, tener que hablar con él significaba explicarle todo lo que había pasado con Gavi durante estos días, y ni siquiera yo sabría como explicarlo.
Estaba claro que habíamos hablado y habíamos arreglado las cosas, dentro de lo que cabe, pero aún así todavía me costaba aceptarlo y abrirle mi corazón por completo. Tonta una vez pero dos no.
Ese día llegué al hotel más feliz que nunca, había cumplido mi sueño y aunque me había costado durante todos estos años, por fin ahora me sentía plena y contenta. Lo había conseguido, y no podía estar más orgullosa de mi misma. Estaba tan feliz, que me arrepentía más que nunca de todas las veces que quise dejar la carrera por lo mal que lo estaba pasando, porque así fue, hubo una época en la que estaba tan mal después de lo de Gavi que lo único que quería hacer era quedarme en la cama todo el día. Era casi un castigo tener que ir a la universidad, y por suerte los primeros días que me empezó a pasar eso pude hacer las cosas desde casa, pero luego me obligué a ir de nuevo. No podía permitir que algo así me arrebatara mi sueño y que me quitara las ganas de hacer algo por lo que tanto había querido luchar, así que me limpié las lágrimas y me puse a estudiar. Más tarde se convirtió en una especie de refugio.
Al final del día, solo me quedaba agradecerle a Gavi lo que había hecho, porque aunque me dolió como mil demonios, gracias a eso había entendido muchas cosas y había empezado a valorar cosas que antes no, como por ejemplo, a mi misma.
Una llamada interrumpió todos mis pensamientos.
—Hola —contestó Alejandro.
—Hola.
—Felicidades, pequeña, lo has hecho genial.
Sonreí al escuchar por el apodo por el que me había llamado, igual que todos estos años. Y también me alegré más al escuchar lo feliz que estaba por mi. Tenía claro que era una persona a la que iba a querer siempre pasara lo que pasara.
—Y también felicidades, por haber arreglado las cosas con Gavi.
Alejandro era un sol.
—¿Cómo lo sabes?
—Solo me hizo falta ver la entrevista para estar 100% seguro, pero Aitana, yo ya tenía claro que lo ibais a terminar solucionando. Una parte de mi se alegra por ti, pero la otra; la egoísta y la enamorada, desea que tus ojos me miren a mi y no a él.
Me quedé callada unos segundos, jugando con mis dedos sobre mi regazo un poco nerviosa porque no tenía ni idea de qué contestarle.
—Lo siento —murmuré.
—No lo sientas. Es mejor así, quiero que seas feliz, y si con él lo eres me basta.
—Todavía nos quedan muchas cosas por resolver.
—Sé que lo haréis. De lo poco que he conocido a Gavi y por lo que me has contado, se nota que ha cambiado, Aitana, créeme. Que me quema la lengua decir esto y aún así lo hago —soltó una pequeña risa.
—Te quiero, ¿lo sabes, verdad?
—Te quiero más, y tú sí que lo sabes.
Al rato, cambió de tema y empezamos a hablar de cosas totalmente distintas, cosa que agradecí, porque con lo bien que estaban yendo las cosas no quería que nada me lo arruinara.
Cuando miré el reloj eran las doce de la noche, así que los dos decidimos colgar ya que Garnacho necesitabas descansar, no se nos podía olvidar el por qué estábamos aquí.
Solo me hizo falta apoyar el móvil en la mesilla de noche para que alguien tocara la puerta de mi habitación, la cual por cierto había dejado casi de compartir con Martina ya que ella se había prácticamente "mudado" a la de Pedri, que por suerte estaba solo. Se me pasó por la cabeza que quizá era ella que venía a coger alguna cosa o algo así, así que sin problema me levanté y abrí.
—¿Todavía sigues vestida? —fue lo primero que dijo el sevillano cuando me vio.
—Sí, se me ha hecho tarde contestando a todo el mundo —reí suave.
—Entonces me alegro, porque esa ropa te queda genial.
Me daba mucha rabia que hiciera eso, no porque no me gustara, sino porque intentaba mantener la compostura delante de él pero si se dedicaba a decirme estas cosas no me dejaba hacer mi drama como es debido.
Me terminé sonrojando, obviamente.
—Eres idiota.
—Pues este idiota ha marcado un pedazo de gol, y te lo ha dedicado, por cierto —enarcó una ceja.
—¿Ah, sí? No me había dado ni cuenta.
—Anda que yo te veía muy atenta cuando lo hice.
—Te habrás equivocado —me hice la confundida.
—Que va, esos ojitos los reconocería en cualquier lado —sonrió.
Me dedicó una sonrisa que enseguida le devolví, y los dos nos sentamos en la ventana que daba unas vistas preciosas de la ciudad de Qatar a lo lejos.
—¿Me dejas quedarme aquí?
Dudé unos segundos. Obviamente que quería que se quedara, y también quería hacerle caso a mi corazón, ¿pero era la mejor idea? Hay veces que también tenía que pensar con la cabeza, aunque hacerlo con el corazón no estaba para nada mal.
Antes de que me diera tiempo a contestar, volvió a hablar.
—Bueno, no, no importa. No quiero que te sientas obligada a decir que sí, ni que vayamos tan rápido. Quiero hacer las cosas bien y despacio —comentó.
Quería aguantarme las ganas de llorar ahí mismo. Seguía sintiendo que lo conocía de toda la vida, pero a la vez, que era una persona totalmente nueva. Eso en parte me reconfortaba bastante.
—Gracias, Gavi. ¿Hablamos mañana?
Asintió con la cabeza y dejó un beso en la mía a modo de despedida.
—Felicidades por tu pedazo de debut, rubia, no lo podrías haber hecho mejor.
—Lo mismo digo, Gavira —le seguí.
—Tal vez me acostumbre a eso de las entrevistas. Si son contigo, claro.
Solté una carcajada y él cerró por la puerta, quedándome yo y mis pensamientos completamente a solas en la habitación.