aitana romero
El último día que estuvimos en Tenerife decidimos no levantarnos tan tarde como de normal y subir al monte a dar un paseo. Lo que fue bastante tranquilizante, y sobre todo sorprendente teniendo en cuanta de que estábamos con los terremotos del equipo.
Llevábamos desde que habíamos pisado la isla sin parar, así que aunque nos quedaban cosas por ver teníamos más que claro que ya no nos daba tiempo, por lo que decidimos hacer un rato el vago en el hotel. Fuimos todos juntos a la sala de juego después de comer y estuvimos echando unas horas mientras los chicos jugaban a la play o al futbolín, cotilleábamos sobre lo que se nos ocurría o veíamos como Balde intentaba encestar unas bolitas de queso en la boca de Ansu.
Cuando se hizo un poco más tarde bajamos a la piscina unos minutos, pero como ya había empezado a anochecer quisimos dar un último paseo por las playas cercanas al hotel. Nos despedimos ahí finalmente de la isla y volvimos a nuestras habitación para dormir. No es que tuviéramos el vuelo demasiado temprano, pero como había dicho antes, estábamos reventados de hacer cosas.
Habían sido unas vacaciones que habían valido mucho la pena. Sobre todo por el entorno.
Al día siguiente llegamos a Barcelona sobre la hora de comer. Cada uno se fue a su casa y Gavi por supuesto se vino a la mía.
—¿Pedimos algo para almorzar? No me apetece cocinar —dije tirándome en el sofá una vez me puse ropa cómoda.
—Si quieres puedo hacer yo algo —sonrió como un niño.
—¿Y que me quemes la cocina? Prefiero ahorrarme el disgusto —me burlé.
Mentira no era. Los dotes de cocina de Gavi estaban entre cero y menos cero.
—Muy graciosa —ironizó.
Me levanté pasando por su lado y abrí la nevera de la cocina para ver si tenía algo de hacer. Por suerte encontré dos ensaladas de supermercado que ya venían preparadas, y que estaban riquísimas por cierto.
—¿Te crees que eres Xavi como para ponerme a comer lechuga? —dijo mirando la ensalada con una mueca.
—Después de todo lo que hemos comido en Tenerife te quejarás. Xavi os va a matar si se entera de todo lo que os habéis zampado.
—Puede que un poco sí. Mi dieta se ha basado en croquetas de Rosy y patatas con salsa. ¡Papas con mojo! —se autocorrigió rápido, recordando aquella vez que Pedri le dio una colleja por no decirlo bien—. Bueno, y no me puedo olvidar de mi ingrediente favorito; El Romero por supuesto —hizo una mueca de superioridad.
Rodé un poco los ojos y me fue imposible reprimir una sonrisa. Ya me había acostumbrado a que me llamara Romero o rubia, e incluso me extrañaba las pocas veces que no lo hacía.
—Qué tonto eres —me reí poniendo la mesa.
Gavi terminó de poner unos cubiertos y nos sentamos. Empecé a abrir las ensaladas mientras que mi novio buscaba algo interesante que ver, aunque lo único que había encontrado era una peli malísima.
—Tienes un gusto pésimo para las películas —hice una mueca.
Siempre que Gavi ponía algo en la tele terminábamos haciendo de todo menos verla, era costumbre ya.
—Busca tú, lista —alzó las cejas.
Volví a rodar los ojos como antes y empezamos a comer. Cuando terminamos lo lleve todo a la cocina y volví a recostarme al lado de mi novio. Quien ya estaba más dormido que despierto en el sofá.
Le di un besito en la mejilla porque estaba súper mono, pero al parecer no se conformó con ello y tuvo que unir nuestros labios. Acepté y estuvimos así durante unos minutos, hasta que sin darnos cuenta caímos rendidos por el cansancio.
Cuando nos levantamos ya era lo suficientemente tarde como para quedarnos en casa durante el resto del día. El verano estaba a punto de empezar y ya tendríamos tiempo de sobra para hacer cosas, ahora sólo queríamos hacer el vago.
Estuve con el móvil un rato mientras le acariciaba el pelo a Gavi, que se había apoyado en mi pecho al despertarse y ahora estaba aplastada por él, pero no me podía quejar.
Me apareció entonces una foto de Mikky y Frenkie en una de las playas de la isla. Los dos vestidos de blancos y dándose un beso con el sol cayendo a sus espaldas, una foto preciosa. Y más preciosos que eran ellos.
Eran, literalmente, mis padres.
—Qué monada que son —dije haciendo un puchero.
—¿Sabias que Frenkie está pensado en pedirle matrimonio? —dijo Gavi al darse cuenta de lo que estaba hablando.
—¿Qué dices? ¿En serio? —me emocioné.
—Sí, que no te extrañe; con todo el tiempo que llevan juntos es lo más normal del mundo.
—Es que por eso mismo lo digo, después de tantos años por fin llega el momento —aplaudí como si fuera ya el gran día.
—¿A ti te gustaría casarte algún día? —interrogó.
—Supongo, como cualquier persona —me alcé de hombros.
—Yo no quiero que sea como la de cualquier persona, quiero que sea especial —comentó.
Entonces me reí un poco, no quería que se sintiera mal pero me hacía gracia ver cómo habían cambiado las cosas.
—¿De qué te ríes?
—Cuando nos conocimos ibas de tía en tía y ahora me estás diciendo que quieres que tu boda sea algo especial —lo miré con ternura.
—Nuestra boda —corrigió—. Y quiero que sea especial porque va a ser contigo. Además, me has cambiado, Aitana. Tu misma lo has dicho, antes iba de tía en tía pero desde que te conocí la una chica que he tenido ganas de ver todos los días es a ti.
Lo miré con una sonrisilla y lo abracé con cariño. Sin duda, sus brazos eran mi lugar favorito del mundo. Me sentía protegida y cuidada, y sobre todo, querida.