aitana romero
Lo miré en busca de sus ojos, que no tardaron demasiado en conectarse con los míos. Nos miramos con amor, nos miramos bonito.
Puse una mano en su cuello mientras él llevaba una a mi mejilla, secando un par de lágrimas que ya habían caído. No estaba acostumbrada a que me regalaran cosas de la nada, ni a qué hicieran cosas bonitas por mi directamente, así que cada vez que Gavi lo hacía, se volvía más especial de lo que ya era.
Además, él era una persona a la que sabía que le costaba expresar sus sentimientos, así que lo valoraba aún más.
—¿Qué significan los charms? —pregunté mientras el sevillano me colocaba la pulsera.
—La cámara es porque sé lo mucho que te gusta y te apasiona el periodismo, para que lo lleves a donde sea contigo y nunca te rindas, porque valdrá la pena. La pelota de fútbol para que de una forma u otra, también me tengas siempre contigo, aunque no sea físicamente. La P, claramente mi nombre, para que ningún tío se pase de listillo contigo y sepa que no estás disponible —habló arrogante mientras reprimía una risa leve—. Y, por último, el corazón que me llenas cada vez que me miras a los ojos.
Sonreí como nunca antes lo había hecho, él me devolvía el gesto mientras nuestros ojos seguían clavados en los del otro. Hasta que nuestras ansias de sentirnos cerca los separaron, uniéndonos entonces en un abrazo. Un abrazo que sentí como el único. Un abrazo que llenó cada rinconcito de mi corazón.
Estuvimos un rato ahí, mirando Barcelona desde la ventana sin hablar más de la cuenta, simplemente disfrutando del silencio que no era para nada incómodo. No nos hacía falta a hablar para comunicarnos, sabíamos hacerlo a nuestra manera.
Al poco rato nos metimos en la cama, había empezado a hacer frío y estábamos un poco cansados.
—Por fin —dijo tirándose en la cama—. Hoy me he recorrido todo Barcelona para encontrar la pulsera.
—¿En serio? —pregunté con ternura, acurrucándome a su lado.
—Sí, ¿por qué crees que no había venido antes? No encontraba la ideal por ningún lado —respondió.
—Por eso Ansu estaba tan nervioso —me reí.
—Es malísimo disimulando, no le vuelvo a contar nada más.
No tardamos demasiado en dormirnos. Al día siguiente nos despertamos sobre las once de la mañana. Bajamos a desayunar juntos y poco después Gavi y yo nos despedimos. Los demás seguramente se quedarían un rato más ocupando la casa de Sira y Ferran.
—¿Te quedarás en Barcelona estas fiestas? —me preguntó Gavi mientras yo conducía.
—No, seguramente me vaya a Valencia. Aquí no tengo mucho que hacer, todos lo pasarán con sus familias, incluyéndote.
—¿Y si vienes a Sevilla conmigo?
Menos mal que estaba parada en un semáforo, si no ya nos hubiéramos estrellado. Alcé un poco las cejas y lo miré.
—¿Pasar las Navidades con tus padres? —pregunté entonces para asegurarme de que había escuchado bien y que no había sido cosa mía.
—Claro. Les caes genial y no paran de preguntarme sobre ti —hizo una pausa—. Pero vaya, que si no te apetece o cualquier cosa da igual —me sonrió. Sabía que quería que fuera.
—Claro que me apetece, Gavi.
Entonces sonrió él también y a los segundos se acercó a mi para besar mi mejilla.
—¿Cuánto tiempo vas? —le pregunté.
—Me iré el veintitrés seguramente y supongo que volveré el veintiséis o algo así, porque el día de Nochevieja tenemos partido —explicó.
—Vale, entonces voy contigo y ya luego en enero me voy a Valencia unos días, ¿vale?
—Lo que tú digas, guapa.
Sonreí como una tonta y seguí el trayecto hasta llegar a mi apartamento. Habíamos quedado en ir a almorzar juntos, pero primero quería pasar por mi casa para arreglarme un poco, ya que me tuve que poner la misma ropa de ayer.
Me di una ducha y luego me vestí. Me puse unas medias transparentes y un vestido negro de puntos blancos, encima añadí una chaqueta y cogí un bolso cualquiera. Solo me puse un poco de rímel y una pizca de corrector, para luego volver a coger el coche e ir con Gavi hasta el restaurante.
Nos sentamos en una mesa bastante apartada, aunque ya de por sí no había demasiada gente dentro. Me quité el abrigo, y mientras esperábamos a que nos trajeran la comida escuché el sonido de una cámara sobre mi, enseguida vi a Gavi apuntándome con su móvil.
—¿Ahora eres paparazzi? —bromeé.
—Si estás guapísima ¿qué quieres que haga? Necesitaba inmortalizar este momento. Aunque bueno, tú siempre estás guapa.
—Al menos déjame tiempo para posar.
—Pero si así sales preciosa, Aitana. No seas boba —dijo enseñándome la foto.
No rechisté porque literalmente le daría igual, si él me veía guapa era porque lo estaba y punto, ni nada ni nadie le podría hacer cambiar de opinión. Mucho menos yo.
Al final aceptó sacarme otra foto y a los segundos mi teléfono vibró al llegarle la notificación de que me había etiquetado en su historia. Entré para ver la foto.
@pablogavi
—¿Sabes quién usa esos emojis también? Mi padre, Gavi: Mi padre —me burlé.—Déjame en paz, Romero —dijo mirándome con los ojos entrecerrados.
Me reí y la comida no tardó en aparecer en nuestra mesa. Comimos tranquilos y riéndonos el uno del otro, sobre todo yo de él, que parecía un niño pequeño cada vez que me miraba.