aitana romero
Cuando terminé de contarte todo a Pedri, cogí una bocanada de aire y lo miré con ojos expectantes. Era como mi mejor amigo y también el de Gavi, así que aunque no quería que se pusiera de parte de ninguno necesitaba saber su opinión.
Se me aceleró el corazón cuando me di cuenta de que tardaba en decir algo, pero lo hizo aún más cuando lo vi levantarse del sofá y tocarse la nuca nervioso.
—¿No piensas decir nada? —le pregunté.
—Creo que es mejor que me vaya.
Fruncí el ceño con confusión y con un atisbo de enfado.
—Te acabo de contar esto, ¿y me estás diciendo que te vas?
—Aitana, yo no...
—Déjalo, Pedri, vete si quieres.
—No es que quiera irme, Aitana, es lo menos que quiero hacer. Pero tampoco quiero abrir la boca y fastidiarla.
—Aparte de mis amigas eres la única persona capaz de decirme las cosas como son, hazlo una vez más, por favor —le rogué casi en un susurro.
—No me puedo comprometer a eso. Gavi y tú sois como mis hermanos, no quiero cagarla con ninguno de los dos y tampoco quiero tener que elegir un bando.
—No te estoy pidiendo eso y tampoco quiero que lo hagas, pero necesito saber qué es lo que piensas tú.
Le miré con cara suplicante y por un segundo parecía que iba a acceder.
—Joder, Aitana... —murmuró para luego volver a sentarse donde antes—. Es obvio que en toda relación hay momentos en los que parece que todo se acaba. Sé perfectamente que estáis en esa etapa en la que os pasais enfadados el uno con el otro casi todo el tiempo y que discutís por la mínima cosa, pero aunque creas que Gavi ya no te quiere como al principio, él simplemente está protegiendose a sí mismo; porque has actuado mal y le has hecho daño con lo que más le dolía y no quiere sentirse débil. Evidentemente no eres la única que ha cometido el fallo, Gavi también lo ha hecho y mucho. Pero no por eso pienses que solo quiere lo malo para ti y que busca contradecir lo que tenéis, porque no es así, yo lo conozco —levantó la mano y me secó un par de lágrimas que ya habían recorrido mis mejillas. Aprovechó para coger aire—. Es algo normal, y desde mi punto de vista te diré que esto solo es una prueba en la que hay dos soluciones; dos finales, y aunque no creo que haya uno más correcto que otro, quizá tendréis que dar un poco más de lo que habéis estado dispuestos a dar últimamente por vuestra relación y por vuestro amor. Y si no puede ser... No se acaba el mundo, hay más momentos, más gente, más vida... Solo por un tiempo, hasta que todo vuelva a su sitio.
Entonces fruncí el ceño. Sabía que Pedri tenía toda la razón del mundo y que no me diría las cosas para endulzarme el oído. Era mi amigo y también el de Gavi, su postura era difícil y sabía que había hecho lo posible para que sus palabras no me hicieran más daño del que ya sentía. A pesar de que sabía que tenía razón, no podía, no podía separarme de Gavi. Sin él nada tenía sentido, aunque pelearamos la mayor parte del día era reconfortante saber que lo tenía conmigo. Quizá todo tenía solución, pero no estaba tan segura de que nosotros fuéramos capaces de encontrarla.
Sollocé un poco antes de limpiarme las lágrimas y levantar la cabeza para dirigirme a él.
—¿Tú perdonarías una infidelidad?
Me miró con los ojos muy abiertos.
Suspiró.
—Respóndeme.
—Prefiero no...
—Pedri por Dios.
—No, Aitana, no lo haría. Pero todo depende de la situación, joder. Supongo.
Era la primera vez que veía que Pedri no tenía claro lo que pensaba, y eso era muy mala señal.
Me di cuenta de que si le seguía dando vueltas al tema no se iba a solucionar nada, así que al día siguiente me armé de valor y salí a dar una vuelta por el centro comercial. Y digo armarme de valor porque cada vez que intentaba salir a la calle los periodistas me acosaban haciéndome preguntas constantes sobre mi supuesta relación con Garnacho. Yo solo esperaba que a Gavi no se le ocurriera ver las noticias.
Ni loca había ido sola, me acompañaban Martina y Sira, como siempre.
—En nada es el amistoso con el Vissel Kobe —dijo Martina mirando su móvil.
Entonces me acordé de cuando le prometí a Gavi que iría a verlo. Como había dicho Martina, era un amistoso, pero para los chicos sí que era importante aunque no se jugaran nada.
—No me digas que es en Tokio —Sira se llevó las manos a la cabeza.
—Que va, tía, es aquí.
—¿Iréis? —pregunté.
—Pues claro que iremos, de amistoso no tiene nada y a nosotras nos encanta el chisme —rió Martina.
Solté una leve risa mientras pensaba.
No quería volver a mentirle a Gavi y romper la promesa que le había hecho, así que iría igualmente a apoyarlo.