aitana romero
Habían pasado varias semanas desde que había vuelto de Sevilla con los chicos. Ya estábamos en noviembre, el tiempo había pasado muy rápido, y no me había dado cuenta de que ya hacía casi cuatros meses desde que había llegado a Barcelona. Es decir, desde que había conocido a Gavi. Sin duda, lo mejor y lo peor que me ha pasado a partes iguales.
Últimamente dormíamos casi siempre juntos en mi apartamento, ya que yo había empezado los exámenes finales y no tenía tiempo para salir de casa ni hacer nada más que no fuera ir de la universidad a la biblioteca y de la biblioteca a mi casa. Aún así, seguía yendo a cada partido, aunque luego me tuviera que quedar hasta tarde repasando Documentación Comunicativa, que era una de las asignaturas que más se me atravesaban.
La última semana, Gavi y yo no nos habíamos visto casi. Tenían dentro de poco un partido importante contra el Manchester United, aquí en casa, así que llevaban bastantes días entrenando duro y sin parar. Sumándole que cuando él tenía tiempo libre yo lo necesitaba para estudiar. Tampoco había podido venir a quedarse a dormir, más que nada porque era cuando yo tenía más tiempo para mi y lo necesitaba, él lo entendía así que se ocupó de llamarme todos los días para no perder el contacto.
Estaba subrayando en amarillo un párrafo de uno de mi penúltimo examen, Agencias de Información, cuando de repente escucho el timbre de mi puerta. Fruncí el ceño porque no esperaba la visita de nadie, pero igualmente me levanté de la silla en la que llevaba estudiando todo el día y caminé hacia la puerta.
Llevaba unos pantalones cortos de pijama y un top, cero de maquillaje encima y un moño mal hecho, si no le sumamos las gafas que tenía para la sensibilidad a las pantallas. Tenía unas pintas que bueno, pero tampoco me iba a arreglar para abrir la puerta.
Casi no se me cae la mandíbula al suelo al ver que era Gavi. Con un maldito ramo de Violetas en la mano. Eran mis flores favoritas, y él me las había traído.
—¿Pablo? —le pregunté mientras me extendía el ramo.
Lo agarré con cuidado mientras me echaba a un lado para que pasara, caminé hacia la cocina y puse las flores en un jarrón que tenía con agua pero vacío en la isla de la cocina.
Sonreí al verlo y me dirigí hacia él. Lo abracé.
—Hola —susurró contra mi pelo.
Levanté la cabeza apoyándola en su pecho y puse morritos para que se inclinara un poco y uniera sus labios con los míos.
—Hola —murmuré entre nuestras bocas.
Estuvimos un rato abrazados, sin decirnos nada. Nos habíamos acostumbrado a estar el uno con el otro siempre y desde que empecé los exámenes eso ha cambiado, así que sin duda, nos echábamos de menos.
—¿Y esto por qué? —le pregunté aún con una sonrisa, no podía quitarla, estaba realmente feliz.
—No sé, me ha apatecido hacerte algo bonito —se sentó en uno de los taburetes.