aitana romero
Cuando sonó la alarma quise romperla de un guantazo, tenía la cabeza como un bombo. Fui al baño a lavarme la cara en cuanto fui capaz de salir de la cama. Necesitaba comer algo ya para poder tomarme una pastilla.
Me hice un café y unas tostadas y lo engullí con rapidez, luego cogí un vaso de agua y le di un sorbo después de meterme la pastilla en la boca, por suerte no tardaría mucho en hacer efecto. Me lavé los dientes y me peiné como pude, me había lavado el pelo ayer, pero aún tenía las ondas de la fiesta de anoche. Decidí no maquillarme, me daba una pereza increíble, así que le añadí a mi cara solo un poco de rímel.
Me puse unos pantalones de cuero y un suéter gris metido por dentro, iba cómoda y abrigada, lo mejor para la resaca. Para cuando llegué a la universidad ya eran las doce, llegaba justa, pero es que me había quedado un par de minutos más en la cama por culpa del dolor de cabeza.
Las horas se pasaron rápidas, y en cuanto me di cuenta estaba dirigiéndome a la nave de la marca con la que iba a trabajar hoy.
Estuvieron un rato explicándome todo lo que iban a hacer, y también me informaron de que más tarde vendría otro modelo para hacer otra parte de la campaña. No me quedaba otra que aceptar.
Cuando hacía lo que me gusta, perdía la noción del tiempo, así que eso fue lo que pasó mientras me encontraba delante de las cámaras. Llevaba dos horas posando y cambiándome de ropa y ni cuenta me había dado.
Me acerqué a que me retocaran un poco el maquillaje mientras una chica que trabajaba allí me alcanzaba mi móvil, lo desbloqueé y vi un par de mensajes de Pablo diciéndome que ya estaba viniendo, me puse un poco nerviosa pero traté de concentrarme en lo que estaba haciendo.
El otro modelo con el que tenía que posar era un chico alto, me sacaba un par de cabezas, tenía el pelo rizado y los ojos claros. Era una marca de ropa un poco extraña, sin ofender, así que la manera de posar no iba a ser menos.
Me estaba indicando lo que tenía que hacer cuando vi a lo lejos a Gavi entrar, quise saludarle pero en ese momento no podía, así que solo le hice un pequeño gesto que apenas se notó.El chico se sentó en un taburete y me dijeron que pusiera un pie al lado de su pierna izquierda, dejando la otra estirada. Le rodeé el cuello con un brazo por detrás tal y como me había dicho, quedando su espalda contra mi pecho. Y comenzaron a sonar los flashes.
Busqué un momento para buscar a Gavi, y lo pude ver mirando la escena con la mandíbula apretada, no me podía creer que estuviera celoso por eso.No estuvimos mucho rato más, así que me despedí de todos y me dirigí al camerino para ponerme mi ropa. Cerré la puerta al entrar, pero fue en vano porque a los segundo Gavi entró, cerrando la puerta a su espalda.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con el ceño fruncido.
—Qué asco de sesión —hizo una mueca, ignorando mi pregunta.
—Sal y ahora hablamos —dije.
—¿Por qué?
—Porque me quiero cambiar.
—Nada que no haya visto ya —dijo sentándose en el sofá que había dentro.
Rodé los ojos y me quité la ropa de la marca para cambiarla luego por la mía, aunque las miradas que me dedicaba Pablo no se me pasaron desapercibidas. Cuando terminé y salimos de la nave ya era completamente de noche.
—¿Adónde vamos? —pregunté, obviamente era yo la que conducía.
Entonces extendió su mano y tecleó un par de veces sobre la pantalla de mi coche, al poco rato apareció una dirección en esta, entonces lo miré extrañada.
—¿Casi media hora de camino? ¿Qué quieres, secuestrarme? —bromeé para derretir un poco el hielo.
—No necesito secuestrarte para que te quedes conmigo —dijo serio, aunque sabía que era una de sus muchas bromas egocéntricas.
Rodé los ojos con una sonrisa y puse rumbo según lo que me indicaba la pantalla. Gavi puso música así que no hablamos durante todo el camino, solo dejábamos que la melodía de las canciones de Rauw Alejandro nos envolvieran.
De un momento a otro, dejé de ver luz a mi al rededor, la única luz que había eran las de mi coche, que ya poco parecían.
—Esto está muy oscuro, ¿dónde estamos? —curioseé frunciendo el ceño.
—Cállate y ya verás, queda poco —contestó.
Seguí conduciendo y en cinco minutos habíamos llegado, o eso suponía porque era lo que la pantalla del coche decía. Saqué las llaves del contacto y me froté mis manos frías.
—¿Tienes frío? —dijo al ver mis manos.
—Estoy bien —mentí, estaba tiritando.
No me hizo caso y me extendió la sudadera que había estado llevando todo el rato en la mano, la cogí rodando los ojos y me la puse.
—No vuelvas a hacer eso —espetó apretando la mandíbula.
—¿El qué?
—Rodar los ojos así.
—¿Por qué? —volví a preguntar.
—Porque me pones y aún tenemos que hablar —dijo él, dejándome más helada de lo que ya estaba.
No dije nada y empezamos a caminar, bueno, empezó él, yo solo lo seguía. Avanzamos un par de minutos más y llegamos al sitio, donde entonces supe con certeza dónde estábamos.
Un par de bancos delante de las vallas que nos separaban de la inmensa Barcelona iluminada. Abrí la boca sorprendida sin poder articular palabra y nos acercamos ambos a la barandilla. Me apoyé en ella como una niña pequeña y supe enseguida que los ojos me brillaban.
—¿Hablamos? —dijo Gavi después de darme mi tiempo para admirar la ciudad.
Asentí con la cabeza como pude y tomé un suspiro.
—Lo siento mucho, de verdad que lo siento. No debería de haberme ido, pero el miedo pudo conmigo y fue lo único que supe hacer en ese momento —sinceré.
—¿Miedo de qué? —frunció el ceño.
—De que solo fuera un polvo para ti y ya, supongo. No lo sé ni yo, Pablo.
Entonces me miró con pena y me pasó un brazo por los hombros, mientras nuestros ojos miraban la ciudad en la que nos habíamos conocido hace ya un par de semanas, casi meses.
—Te quiero —murmuró contra mi pelo, mientras dejaba un beso en el.
Y lo miré, lo miré por fin. Conectamos nuestros ojos en la oscuridad de la noche y lo besé.
—Sé cómo crees que soy, y sé que es mi culpa por no haberte demostrado lo contrario, pero... Te quiero, Aitana, y lo siento yo también por haber actuado anoche como un niñato, estaba tan enfadado y tan lleno de rabia cuando te fuiste sin dar explicaciones que eso fue lo único que se me ocurrió hacer —habló.
Le acaricié la cara y volvimos a unir nuestros labios. Cuando nos separamos se puso detrás de mi y me abrazó por la espalda, apoyando su cabeza en mi hombro.
—Es preciosa, ¿verdad? —dijo rodeándome la cintura con los brazos.
—Mucho.
Entonces lo miré y me di cuenta de a quién miraba era a mi. Sonreí involuntariamente al ver como en sus ojos se reflejaban los edificios iluminados que teníamos delante.
Nos quedamos un rato sin decir nada, cada uno en sus propios pensamientos admirando la ciudad en la que vivíamos y que nos había permitido conocernos, porque si no llega a ser porque me mudé a Barcelona, quizás nunca hubiera sabido de su existencia.