aitana romero
Poco rato después bajamos a almorzar, tenía poca hambre pero la paella que había hecho Belén estaba tan buena que terminé comiéndome más de la mitad.
Aurora había quedado, así que no tardó en despedirse de nosotros e irse. Pablo padre se fue a echar su típica siesta después de almorzar y Belén fue a limpiar un poco la cocina. Insistí en ayudarla, pero como no me dejó salí con Gavi a la terraza.
Él se sentó en una de las sillas, y cuando yo estaba dispuesta a sentarme en otra a su lado me hizo una seña para que me pusiera entre sus piernas. Así que lo hice. Apoyé mi espalda contra su pecho y la cabeza en su hombro, justo al lado de la suya.
Sabía que se iba a dormir, no iba a poder aguantar. Era como un niño pequeño, al que después de comer le daban ganas de dormir. Sonreí un poco al pensarlo y cogí el móvil mientras el sevillano me rodeaba con los brazos.
La terraza de la casa de los Páez era preciosa, así que no pude evitar sacarle una foto. Creo que era mi parte favorita. Decidí subirla, no debía de ser una sorpresa para nadie que estuviera aquí, así que ya daba igual.
—¿Vamos a dar un paseo? —pregunté en un susurro.
Pensé que estaba dormido, pero en cuanto lo miré me di cuenta de que no.
—No me he dormido —se burló, agarrándome de la nariz en un gesto tierno.
—¿Y qué has hecho durante la media hora que has estado callado? —reí.
—Mirarte.
Rodé los ojos reprimiendo una sonrisa y le besé lento. Me apretó un poco más contra él y poco después nos levantamos a prepararnos para salir. Bueno, prepararme yo, porque Gavi no sé cómo lo hacía pero siempre estaba listo.
Me puse unos pantalones de cuero negros y un top color blanco roto. Una vez con el abrigo encima ya estuve lista. Me dejé el pelo suelto y ya está mañana me había puesto rímel, así que no me iba a hacer mucho más.
—¿Me explicas cómo puedes estar guapa con todo lo que te pongas? —preguntó agarrándome de la cintura—. Aunque bueno, creo que estás incluso mejor sin nada.
—Eres un cerdo —me reí.
Él alzó los hombros mientras yo le miraba con los ojos entrecerrados. A los minutos nos despedimos de Belén para ir a dar una vuelta por el pueblo, ya mañana iríamos al centro.
—¿Qué quieres ver?
—¿Tengo pinta de haber venido alguna vez a Sevilla? —enarqué una ceja.
—Ni un poco de cultura —rodó los ojos dramático.
—Lo dice el que no le gusta Rauw Alejandro —contraataqué.
Me miró un poco mal en broma y empezamos a caminar. La verdad es que el pueblito era precioso. La gente era muy amable y saludaban a Gavi pasara por donde pasara, se notaba que se interesaban por cómo estaba de verdad y no por ser futbolista, además de que me solían decir más de tres veces seguidas lo guapa que era aunque no me conocieran de nada ni supieran qué relación tenía con él.
Las casas pequeñas que habían a nuestro alrededor eran muy bonitas. Todas rústicas y la mayoría de un solo piso. Siempre me había considerado una chica de ciudad, pero de vez en cuando me gustaba perderme un poco, como a cualquiera.
Tardamos quince minutos en llegar a donde quería ir Gavi, yo la verdad no tenía ni idea de lo que quería hacer, solo lo estaba siguiendo. Distinguí delante de nosotros una especie de torre blanca con escaleras alrededor, formando el estilo caracol.
Subí yo delante mientras que Gavi me seguía de cerca por detrás.
Después de las infinitas escaleras, traté de recobrar un poco el aire, pero me fue imposible cuando vi las preciosas vistas que tenía delante de mis ojos. Sin duda, valía la pena quedarme sin un pulmón por esto.
La torre no era demasiado alta, pero sí lo justo como para ver Los Palacios Y Villafranca.
Era precioso, sobre todo cuando pude ver que un atardecer ya se comenzaba a asomar por el cielo de Sevilla, acompañando al paisaje natural.
Miré a Gavi sorprendida, quien ya me estaba mirando con una sonrisa.
—Es una preciosidad.
—Es casi tan bonito como tú —murmuró en mi oído cuando me rodeó por detrás.
—Sabes que te quiero mucho, ¿no?
—Sabes que yo te quiero más, ¿no?
Me reí y lo pegué un poco más a mi, sintiéndolo por completo.
—¿Te gustaría volver a vivir aquí?
Noté como negaba con la cabeza.
—Aquí no tengo apenas nada. Tengo a mi familia, pero no es lo mismo.
—¿Cómo que no tienes nada? —fruncí el ceño, girándome y quedando cara a cara.
—Pues que me fui a Barcelona desde muy pequeño y dejé de tener amigos aquí, solo conservé unos cuantos, los de toda la vida. Nadie se esperaba que volviera, y no lo he hecho; No lo pienso hacer. En Barcelona lo tengo todo, tengo el club, tengo amigos que son como familia, y te tengo a ti; No querría alejarme por nada del mundo —contestó.
Sonreí un poco y dejé un beso casto en sus labios, aunque en cierto modo me dio un poco de pena que se perdiera su infancia en el pueblo en el que había nacido.
—¿No te da pena?
—No demasiada. Nunca llegué a vivir demasiado tiempo aquí, me fui a La Masia desde muy pequeño.
—Hiciste un sacrificio por algo que querías —dije haciendo una mueca y alzando los hombros.
Estábamos solos en la torre, así que no nos importaba abrazarnos como si nada. Me volví a girar y volví a admirar el cielo reflejado en las casas del pueblo.
Gavi dejó un par de besos en mi cuello, y me di cuenta entonces de todo lo que estaba pasando. Estaba con Gavi, en su pueblo, quedándome en casa de su familia, que ya parecía la mía, y sobre todo, estaba disfrutando de su compañía. Creí que quizá era el momento de decirlo, porque no me aguantaba más y necesitaba soltarlo.
Llevaba demasiado tiempo comiéndome la cabeza y sabía que si me quedaba callada no íbamos a poder llegar a nada. ¿Qué se suponía que podía salir mal?
—Pablo —lo llamé. No tardó en quitar la vista del cielo y mirarme directamente a los ojos—; Creo que estoy enamorada de ti.
—¿Crees? Yo ya tengo más que claro que eres la mujer de mi vida.
Y se quedó más a gusto que un arbusto. Lo miré con una sonrisa y uní nuestros labios en un beso que significaba muchísimo más de lo que nosotros creíamos.
Podía ser o el principio o el final de todo. Y no había cosa que me asustara más que eso.