Capítulo 18

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Luces, cámaras y…

Hazel

Enfoco la última de las cámaras a través de la rendija de ventilación y pego a la pared el micrófono inalámbrico que me permitirá escuchar lo que ocurre en las habitaciones. 

Tecleo en mi tablet las contraseñas y ajusto la señal, creando el sistema de seguridad para que nadie pueda acceder a ellas excepto yo. 

Esta es una de mis muchas facetas que la gente desconoce.

Me quedo por unos instantes extendida sobre el conducto de ventilación observando la última habitación que visito. 

El uniforme de Mayor descansa en la cama y el olor a agua salada me resulta tan familiar que me duele estar haciendo esto.

Con mi mano izquierda trato de sacar el inhibidor de frecuencia que llevo en la pequeña mochila a mi espalda y lo enciendo, dando solo acceso a mis herramientas para que funcionen bien. 

Sé que no me puedo meter en una habitación así porque sí por las cámaras de seguridad que hay en todas y a las que tienen acceso los agentes a quienes pertenecen las habitaciones.

Por eso estoy donde estoy haciendo lo que estoy haciendo.

Llevo más de cuatro horas arrastrándome por los conductos de ventilación del edificio de las habitaciones. Son demasiado estrechos, pero con paciencia he ido moviéndome bien sin hacer mucho ruido. 

No soy la mujer más delgada que existe, tengo buenas curvas, pero no estoy lo suficientemente grande como para no caber. 

He ido accediendo a ordenadores y móviles que se han dejado mis compañeros encima de los escritorios, aunque estoy convencida de que si hay un topo, tendrán otros teléfonos.

Sé que lo que estoy haciendo puede acarrear expulsión inmediata, pero el Comandante me ha dicho que puedo saltarme las normas, así que espero que si algo ocurre me respalde y que el General sepa sobre esto. 

Sobre todo después de colarme por unos minutos en la red de la central y descargarme los planos de los edificios, así como los datos del operativo. 

Sé que debería habérselos pedido, pero ya que estaba, descargarme unas cuantas cositas más no me quitaba mucho tiempo.

Abro la rendija que separa el conducto de la habitación y me dejo caer hacia abajo con cuidado pisando sobre el escritorio de madera, teniendo cuidado de no tirar nada. 

Enciendo el ordenador que tiene en la mesa e introduzco el pendrive. No necesito hackear el ordenador como el de los demás porque sé cuáles son las contraseñas que mi hermano utiliza. 

A la segunda va la vencida y empiezo a instalar el troyano que me dará acceso a todo. Mientras la descarga es automática, voy hacia la cama y levanto la almohada, encontrando su teléfono móvil que también infecto.

No enciendo la luz aunque las sombras sean predominantes, no quiero alertar a nadie de lo que estoy haciendo. 

Lo peor va a ser para salir de los conductos porque si salgo por la puerta, las cámaras de los pasillos me van a ver y el equipo de seguridad va a dar la voz de alarma.

Dejo todo como estaba cuando compruebo que tengo el control total y vuelvo al conducto de ventilación. 

Me retuerzo como he hecho antes para sellar la rendija y vuelvo a comprobar que mi tablet capta la señal de vídeo.

16 cámaras de vigilancia. 16 micrófonos inalámbricos. Más de treinta dispositivos intervenidos. 

Cuando los planes son improvisados, las misiones van mucho mejor.

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