Capítulo 4

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ALESS

Después de la cena, pasamos al salón de baile y las barras de bar abren con sus cócteles, Luca se para a mi lado junto con Mauro.

— Está buenísima, joder.—  Miro a mi hermano y me encantaría pegarle una colleja bien fuerte, pero lo que Mauro suelta por la bocaza me deja más loco aún.

— ¿Será virgen?—  Es la primera vez que tiene interés en una mujer dentro de nuestro mundo, solo le gusta follar a mujeres de fuera y no verles más la cara. Me cabrea que él se interese ¿Por qué? No lo sé. Pero los tres la estamos mirando, mentira, borra eso. Todos los hombres solteros la están mirando y los que no están solteros es porque están ocupados bailando con sus tristes esposas.

— Yo creo que no, ya has escuchado al Don, dijo que no se ha criado en la familia y que es un soldado más.— Dice Luca. Sé que mi padre ha omitido al resto de sus soldados la parte de que ha estado en Rusia, prefiero arrancarme los huevos con unas pinzas a contarles a estos dos que está entrenada militarmente, les va a poner las pollas duras solo de pensarlo.

Ella está con la misma copa que tenía desde la cena, soy muy buen observador y por lo que veo, solo la tiene como decoración. Alec, su hermano, está a su lado y cada vez que le presenta a alguien sus fosas nasales se dilatan, porque sabe perfectamente lo que los hombres piensan de una princesa de la mafia, escondida bajo llave. Todos tienen curiosidad y quieren saber más de ella.

No me doy cuenta, cuando empiezo a avanzar en su dirección, y cuando pienso lo que estoy haciendo ya la tengo delante, cualquier capo o subjefe se retira de mi camino. Alec me mira con desprecio porque sabe a lo que he venido, si pongo los ojos en ella, ningún capo ni soldado se atreverá a desafiarme hasta que le pidan su mano a mi padre. Ella sigue simulando que le encanta su copa hasta que choca sus ojos conmigo y la baja lentamente de sus labios.

Asiento hacia Alec y empiezo mi charla.

— Alec, si me permites me gustaría llevar a la señorita Coppola a un baile.—  Alec abre los ojos como platos. Yo no bailo, él lo sabe y toda esta puta sala lo sabe.

Alec sale de mi camino y le tiendo la mano a Gianna, me mira con ojos furiosos. ¿Qué he hecho? Apenas acabo de empezar. Ignora mi mano y avanza al centro del salón y me siento humillado por tener que perseguirla. Veo como todos los ojos están puestos en nosotros, cómo mi padre acaricia su anillo y la esquina de sus labios se levanta levemente. Por favor, solo tengo curiosidad, como el resto de hombres con un pene funcional.

Ella para de golpe y yo paso la mano por su espalda baja, me mira desde abajo ya que su altura no tiene nada que hacer con la mía. Le pongo mi otra mano libre delante de sus narices para que pose en ella la suya y empecemos a bailar. Una vez toca mi mano con su guante y se acerca más a mí, su olor me pega un bofetón en la cara, huele a vainilla y pólvora, no es fuerte, pero llega a mis fosas como si fuera un buen recuerdo. ¿Por qué mierdas huele a pólvora? ¿Estoy sudando? No pienso dejar que una mujer y su calor me haga sudar en un baile, delante de toda la puta mafia.

La acerco más a mí y me sorprende cuando me habla por primera vez.

— Sabes, pensaba que tenías más pelotas.— Me congelo un segundo, pero no dejo de bailar con ella. Su tono de burla solo me excita más.

— Podría enseñártelas, si quieres.— Si le dijera algo así a otra mujer de esta sala, una de dos o estaría como un puto tómate o jadearía como una monja viendo porno. Esta mujer no se inmuta, me clava su mirada y vuelve a abrir su boca.

— Para no ver nada, prefiero que evitemos ese escándalo.—  ¿Perdona? ¿ Acaba de decirme "no ver nada"? La miro más de cerca y sus ojos no dejan los míos.

— Mida sus palabras, señorita Gianna, eres una dama.—  Me mira con fuego en sus ojos y no puedo creer que me ponga hacerla enfadar, parezco un maldito adolescente.

Seguimos bailando y no vuelve a hablar, no sé si es respeto o para no soltarme realmente lo que piensa. La provoco un poco más acercándola hasta que mi pelvis toca su barriga, está dura. No mi polla, su barriga, joder. Mierda, retiro eso, las dos están duras, apenas llevo dos horas conociendo a esta mujer y tengo las bolas azules.

Hay un respiro fuerte y no sé si es mío o suyo.

— Me debe una explicación.— Me mira con cara de pocos amigos.

— Dígame, señor De Marchetti, con qué explicación puedo complacerle.—  Su cara y sus palabras son contradictorias. Me dan ganas de bajar mi mano a su culo y pegarle un buen azote educativo.

— Usa mi nombre, no mi apellido y compláceme diciéndome por qué pensaba que no tenía pelotas.

— ¿Y...? ¿Cómo se llama señor...?—  Me está vacilando, debe ser eso. Imposible que no sepa mi nombre.

— Sabe mi apellido, pero no mi nombre, interesante.—  Se le eleva la esquina de sus labios y sé que lo siguiente que vaya a salir de esa boca roja no me gustará en absoluto.

— Sr. Luca, pensaba que no tenía...— La acerco a mí con un agarre más fuerte, ahora está sintiendo mi polla en su ombligo, y la estoy taladrando con ella. Me cabrea llamándome por el nombre de mi hermano. Perfecto, veamos cuánto aguanta esa máscara de chica mala.

Se le abren un poco los labios y vuelve a cerrarlos de inmediato. No me doy cuenta cuando Mauro se posiciona a mi lado y le tiende la mano a Gianna.

— Aless, si me permites yo también estoy esperando mi turno con la señorita Coppola.— Mauro me desafía con la mirada porque sabe hacerlo, quiero pensar que solo quiere jugar conmigo como lo hacíamos cuando éramos unos chicos.

Me sorprende que esté tan interesado en ella, más cuando he puesto los ojos en Gianna. Me hierve la sangre, pero la paso de mis brazos a los de él y me retiro.

Srta.Mc MillanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora