GIA
Estoy caliente, tengo calor y me están sudando las manos en los guantes. ¿Qué me pasa? Alessandro es una bomba detonante, es sexy y tiene esa mirada de hierro que tanto me gusta en un hombre. Aún así no me he dejado intimidar, pero sentir la polla dura del futuro Don en mi abdomen, no es lo más ideal.
Cuando he entrado a la mansión del Don, supe quién era Alessandro de inmediato. Su mirada, su aura, el respeto que los capos le brindan hace que sea detectado entre mil, y cabe mencionar que él es el único que se susurra con el Don, su padre.
Lleva un esmoquin totalmente negro, sin pajarita ni corbata, los dos primeros botones desabrochados, donde algunos tatuajes se dejan ver hasta la barbilla con una cadena fina de plata. Es alto, muy alto, con los hombros anchos y las manos tatuadas.
Sus ojos negros, nariz recta, pómulos apuestos, una barba bien arreglada y su olor... Es lo más masculino que he olido en mi vida.
Mauro Russo, un Capo joven y apuesto, me acaba de robar de las manos de Alessandro. Es muy guapo y es casi igual de alto que Aless. ¿Aless? En serio, creo que estoy empezando a tener fiebre.
— Siento haber interrumpido.— Dice Mauro con voz grave.
— No te preocupes por eso, está bien.— Mauro es de muy pocas palabras, a penas hemos hablado dos frases más, así que me disculpo para ir al baño y me voy.
Nunca he estado aquí, así que voy a mi bola por los pasillos en busca de un lavabo, cuando voy a abrir una puerta, alguien me agarra en la dirección contraria y me mete en una habitación. Cuento hasta 5 para no sacar mi navaja y clavársela en el cuello. Es el maldito Alessandro.
— Me debes una explicación y que sea la última vez que me llamas Luca o...—
— ¿O qué? — Lo desafío mientras hago resbalar la navaja de mi muñequera escondida dentro de mi guante.
Pero antes de que pueda terminar mi tarea Aless me interrumpe.
— Yo de ti no lo haría, guarda lo que estés planeando y cuéntame por qué no tengo pelotas.— Oh, vaya. Realmente le ha dolido.
Vuelvo a deslizar la navaja a su sitio y lo miro directamente a los ojos. Sé que mi color impresiona, uso mucho mi mirada para intimidar a la gente.
— Porque pensaba que el heredero del Don podía hacerlo mejor que pedirle un baile a una dama, mediante su hermano, teniéndola enfrente.
— He herido tu orgullo.— No es una pregunta, lo está afirmando el sinvergüenza.
— No, solo has herido el tuyo, poco caballeroso y esas...— Me aplasta contra la puerta y ahora sí que tengo su nariz pegada a la mía, su cuerpo completo está encima de mí.
Nuestros pechos se rozan, y sus manos caen por los laterales de mis muslos, no los toca, pero siento su calor.
— Morirás por esa boca tuya, me has desafiado en público y ahora en privado, algunos han muerto por suspirar demasiado fuerte cerca de mí, hazte un favor y cierra esa boca antes de que te pegue un tiro.
No me da miedo, pero si estoy excitada por su voz, no sé por qué me siento así. Me acaba de amenazar con volarme los sesos y solo quiero que lo intente.
Sigo sin responderle y eso hace que él se incline más, haciendo que respiremos el mismo aire. Levanto la cabeza y nuestros labios se rozan y lo noto, está duro como una roca, su pecho sube y baja sin parar. Sus manos, ahora sí, están en mis muslos y mi piel no duda en erizarse ante su toque.
Noto una gota de sudor en medio de mi espalda, porque soy consciente de que si toca con su mano mi pierna izquierda, notará la tira con mi pequeña pistola. Empieza mi tortura cuando las empieza a subir lentamente y antes de que llegue a mi pistola, hago lo primero que se me ocurre. Le chupo el labio, sí, literalmente he sacado mi lengua y le he pegado un lametazo. Eso lo sorprende y deja de moverse.
En un cerrar y abrir de ojos, le hago una llave en la mano y salgo por debajo de su cuerpo. Cuando creo que me he liberado, me agarra por la cintura y esta vez, estoy boca abajo sobre una mesa, mi culo está en su pelvis y una de sus manos me aplasta la cabeza contra la madera. Pobre iluso, lo provoco moviendo un poco mi culo en su cintura y solo se escuchan nuestras respiraciones, mientras aprovecho mi mano libre y saco la pistola. En menos de dos segundos tiene un cañón en las costillas. Noto como libera mi cabeza, retira su mano lentamente y me permite girarme, y todo lo que veo en los ojos del hijo de puta es diversión. Sus ojos están brillando y a mí, me encantaría pegarle un tiro en la cabeza.
Sigo encima de la mesa, pero esta vez boca arriba. Alessandro no se mueve de su sitio, y me sorprende abriendo mis piernas haciendo que mi vestido suba por mis muslos. Noto todo su polla en mi entrada y mi ansiedad empieza a ser notoria. Mi pecho se agita y sus ojos se dilatan, estoy mojada y no dudo en que él lo sepa. Mi tanga, que apenas se podría considerar tela, está empapado, si lo cogieras ahora mismo y lo tiraras al techo, lo perderías para siempre.
Uso lo que he aprendido como lo poco dama que soy, le pongo ojitos tristes.
— Suéltame Alessandro.— Gira siniestramente su cabeza hacía un lado sin apartar su mirada de mí, el hijo de puta no se lo traga.
— Vaya, vaya, vaya... Al parecer sí que sabías mi nombre.— Una sonrisa fantasma aparece en sus carnosos labios y rápido vuelve a desaparecer.
— Necesito volver con mi familia.— Uso la poca inocencia que queda en mi sistema para que me deje ir.
— Que yo sepa eres tú la que me está apuntando con una pistola.— Lentamente aparto el arma de sus costillas y de un tirón me tiene rectamente sentada. Una de sus manos viaja a mi nuca para inmovilizarme y la otra mano va mi pistola y la acaricia, me la intenta quita de las manos y forcejeo un poco con él. Acabo cediendo y se la doy, sé que no me disparará, se desataría una guerra bajo su techo, pero también soy consciente que acabo de apuntar al futuro Don de La Cosa Nostra.
— Me la quedo de recuerdo.— Dice el imbécil y se queda tan pancho.
— Es mi favorita, no puedo dártela.— Lo miro fijamente, rezando a lo que sea que exista que me la devuelva o de verdad caerá encima de él una maldición.
— Me estás negando una pistola que has metido en un sitio libre de armas, por si no te han informado, novata, estás en casa del Don. Las únicas armas permitidas son las nuestras. Ni siquiera un Capo de alto rango tiene derecho ni permiso para entrar armado aquí, y tú has metido dos.— Mira hacía mi guante izquierdo, donde se esconde mi navaja.
Tomo la sabia decisión de callarme, da un paso atrás y salgo sin volver a mirar atrás. Esa maldita pistola nos las hicimos las The7 y juro por mi vida que vendré a recuperarla.
ESTÁS LEYENDO
Srta.Mc Millan
RomanceTodos los derechos reservados en el Registro de la Propiedad Intelectual. Libro I de la serie THE7. Gia, siendo la hija del capo de Miami de La Cosa Nostra, regresa después de pasar una vida llena de peligro y entrenamiento en Rusia, obligada a hon...