XXX

254 22 6
                                    


La señora Weasley, Sirius y Ginny bajaban a toda prisa los escalones de la puerta trasera, mientras Hagrid y Harry, que habían caído al aterrizar, se ponía trabajosamente en pie.

—¿Harry? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los otros? —gritó Molly ansiosa.

—¿Cómo que dónde están? —preguntó Harry jadeando—. ¿No ha vuelto nadie?

La respuesta se leía claramente en los rostros de los que habían ido a su encuentro. Entonces Harry explicó:

—Los mortífagos nos estaban esperando. Nos rodearon en cuanto levantamos el vuelo; sabían que iba a ser esta noche. Pero ignoro qué les ha ocurrido a los demás. Nos persiguieron cuatro mortífagos y nos costó mucho librarnos de ellos. Y después nos alcanzó Voldemort.

Se dieron cuenta de que la voz de Harry tenía un deje suplicante, como si intentara justificarse o hacerle entender a Molly por qué no sabía qué suerte habían corrido sus hijos, pero...

—Por suerte estás bien —dijo ella, y le dio un abrazo que el muchacho no creía merecer.

—¿Tienes un poco de coñac, Molly? —preguntó Hagrid, algo tembloroso—. Es para fines medicinales...

La señora Weasley habría podido hacerlo aparecer mediante magia, pero cuando se apresuró hacia la torcida casa, Harry comprendió que no quería que le vieran la cara. Entonces miró a Sirius, y el respondió de inmediato a las preguntas que el muchacho no había formulado.

—Ron y Tonks deberían haber sido los primeros en regresar, pero se les escapó el traslador, que llegó sin ellos —dijo señalando una lata de aceite oxidada que había en el suelo—. Y ése —añadió mostrando una vieja zapatilla de lona— era el traslador de Arthur y Fred, que deberían haber sido los siguientes. Hagrid y tú erais los terceros, y... —Consultó su reloj—. Si lo han conseguido, George y Lunático deberían llegar dentro de un minuto.

La señora Weasley regresó con una botella de coñac y se la dio a Hagrid. El guardabosques la destapó y bebió un largo sorbo.

—¡Mira, mamá! —gritó Ginny señalando a cierta distancia. En la oscuridad había surgido una luz azulada que fue agrandándose y volviéndose más intensa, y entonces aparecieron Lupin y George, girando sobre sí mismos hasta caer al suelo. Harry comprendió enseguida que algo iba mal, porque Lupin sujetaba a George, que estaba inconsciente y tenía la cara cubierta de sangre. Corrió hacia ellos y le cogió las piernas a George. Entre Lupin y él lo llevaron a la casa, pasaron por la cocina y fueron donde Halley les indicaba. Una vez allí, lo tumbaron en la mesa de la cocina. Cuando la luz de la lámpara le iluminó la cabeza, Ginny sofocó un grito y Harry notó un vuelco en el estómago: a George le faltaba una oreja.

Tenía un lado de la cabeza y el cuello empapados de sangre, de un rojo asombrosamente intenso. Tan pronto como Halley se inclinó sobre George, Lupin agarró con brusquedad a Harry por el brazo y lo arrastró hasta la cocina, donde Hagrid todavía estaba intentando hacer pasar su enorme cuerpo por la puerta trasera.

—¡Eh! —chilló Hagrid, indignado—. ¡Suéltalo! ¡Suelta a Harry! -Lupin no le hizo caso.

—¿Qué criatura había en el rincón de mi despacho en Hogwarts la primera vez que Harry Potter vino a verme? —preguntó al muchacho zarandeándolo ligeramente—. ¡Contesta!

—Un... grindylow dentro de un depósito de agua, ¿no? Lupin soltó a Harry y se apoyó contra un armario de la cocina.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Hagrid.

—Lunatico solo tenía que asegurase —se explicó Sirius sin apartar la mirada de Halley que trabajaba con Ginny para frenar la hemorragia de George—. Nos han traicionado. Voldemort sabía que íbamos a trasladarte esta noche, y las únicas personas capaces de decírselo estaban directamente implicadas en el plan. Podrías haber sido un impostor.

Mi verdadera obsesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora