Capítulo XI. La nueva vida de la señora Wilson (parte 1): el Viaje.

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Vermont.

- "¡Maldito psicópata!, ¿no puedes ir más despacio?"- la oí gruñir, mientras la alzaba en mis brazos para bajar de la moto, como se haría con una niña pequeña protestona.

Era a la tercera vez que se quejaba en los que llevamos de viaje, y cada vez que lo hacía usaba el leguaje cada vez más florido, sus quejas solían coincidir cuando me detenía para que ella descansara.

Yo no tenía problemas, podía recorrer los setecientos cuarenta y dos kilómetros que había entre Nueva York y Cleveland, casi sin detenerme, llevo años montando en moto, prácticamente desde que me saqué el carnet, he hecho la ruta 66 en mi moto, dos veces en mí vida, y en mis dos primeros años como policía, pertenecí a la policía motorizada del Maryland. Mis posaderas están más que curtidas, pero las deliciosas curvas, de salva sea la parte, de la Jessica Rabbit de bolsillo, no tiene la misma suerte.

Sin contar que, durante el trayecto, esa femme fatale portátil, se ha agarrado tan fuerte a mí, que debo tener clavado en mi espalda, como un tatuaje, la tentadora forma de sus senos.

No puedo decir que me queje de la sensación, aunque también tenían su inconveniente, ya que tener esas deliciosas curvas en contacto con mi cuerpo, estaba dificultándome un poco el llevar a mi adorada moto.

Y todo porque mi amiguito, el que había en mi entrepierna, llevaba las últimas dos horas, bastante despierto, hinchado y apretado contra mi vaquero, haciéndome el trayecto algo dolorosamente incomodo.

- "Para la dos próximas paradas, intenta buscar otros dos calificativos más originales, a medida que nos acercamos a Cleveland, tus insultos se vuelven mucho más divertidos, señora Wilson."- le dije depositándola en el suelo, con una sonrisa burlona en mis labios.

- "¡Die dummheit!"- me dijo apartándose de mí, no sin antes darme un puntapié en la canilla que me hubiera dejo saltando de dolor, sino fuera por las botas altas de motorista que llevaba.

Mientras, ella camina hasta el restaurante de carretera, en el que nos habíamos parado. No pude evitar sonreír, ante su reacción, mientras veía como sus caderas se movían al caminar, al mismo tiempo que la trenza que se había hecho en el pelo, para llevarlo sujeto, bajo el casco de la moto, se balaceaba también con el movimiento, de un lado a otro, como un péndulo. Y no hablemos de esos apetitosos jeans negros que llevaba, que se ajustaban tan bien a sus piernas, y a las curvas de su trasero, que ahora, de seguro, estaba algo adolorido por el viaje, mis ganas de masajearlos, para paliar ese dolor, me hizo que me picaran las manos.

- "Siri, ¿qué significa die dummheit?"- le pregunté a la asistente de mi iPhone, mientras sonriendo, miraba como la atractiva mexicana entraba en el local, como las grandes divas, sin mirarme, una sola vez.

- "Es alemán y significa: Muérete estúpido."- me aclaró Siri.

La carcajada ya no pude evitarla, llevaba tan sólo dos semanas casado con una bruja mexicana de lengua viperina, y un genio de mil demonios, por no hablar que, de su cuerpo, que haría peligrar lo votos de castidad de un futuro siervo de dios. Y no podía evitar excitarme, con cada reto que ella me ponía delante.

Justo en ese momento, una imagen me hizo que mi carcajada saliera aún más fuerte, una imagen que vería en cuanto llegáramos a la gran mansión Wilson, y no era otra que el enfrentamiento, de la señora Wilson senior, contra la nueva señora Wilson Junior, yo pagaría por ver ese enfrentamiento en bucle, y conmoviendo a mi padre, él también. La de ratos divertidos que vamos a pasar los dos, cuando la agobiante, y adoradora de su hijo, Alistan Margot Wilson, se vea cara a cara con la que seguro verá como su rival, Sofía, alias Isabel, Wilson, la cual le encantaría ver al hijo de la primera, en el suelo derribado, bajo terribles sufrimientos.

El guardián de mi cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora