Capítulo LVIII. Destruyendo expectativas de futuro parte 2.

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Sofía (alias Isabel).

Las lágrimas me caían en cascada por las mejillas cuando lo sentía alejarse de mí, entre lágrimas pude ver cómo desaparecía, por una de las puertas laterales del gran almacén, ese maldito hombre se había ido y me había dejado, con el corazón encogido, pobre de él que no cumpliera sus promesas, nunca se lo iba a perdonar.

- "Recuérdalo bien, He-man me lo has prometido, no puedes romper esta promesa."- Le dije en alto a la puerta que acababa de cerrarse, para llevarse tras él a mi único amor.

Bajé las escaleras para reunirme con las chicas, y me sorprendí por verlas también arrasadas por las lágrimas. No hizo falta que preguntara qué había pasado, su cara es un fiel reflejo de la mía.

Y como ellas, la angustia, el miedo, y el dolor por la posible pérdida, nos tenía paralizada.

- "Tengo que cumplir una misión lo he prometido, debemos proseguir. Él va a cumplir su promesa y va a volver, yo debo cumplir la mía."- dije en alto más para mí misma que para mis dos acompañantes.

Pero al parecer funcionó, continuamos avanzando por los pasillos mientras las máquinas nos bajaban a nuestra altura, las diferentes cajas de misiles, durante horas me centré solo en eso ni quería mirar qué pasaba a mi alrededor, me negué a descansar hora y media después, cuando el dispositivo empezó a calentarse.

Simplemente, cogí una bolsa con hielo y la coloqué sobre mi antebrazo para refrigerar, rápidamente el recalentamiento que tenía, y con esto continúe por los pasillos, decidida a acabar lo antes posible. Pesé, al hielo, en el interior del dispositivo, el que estaba pegado a mi piel interior, no conseguía enfriarse del todo, y empecé a afectar a mi capa de piel interna, pero decidí no quejarme a pesar del dolor.

Solo quedaban ya dos columnas de misiles por desactivar, habíamos indicado que no queríamos saber nada de lo que estuviera pasando con nuestros maridos, solo podíamos concentrarnos en lo que estábamos haciendo.

Trabajamos como un equipo muy bien coordinado, yo me acercaba al misil, y cuando salía el humo oscuro, automáticamente, Vale, destapaba la cubierta del misil para que, la eficiente Samary, desencajara de él, el microchip.

Estábamos completamente rodeadas de personal de confianza tanto de la CIA, como del FBI, del Ejército, representantes de la Casa Blanca, y otros policías. Todos pendientes del trabajo que hacíamos, y a cualquier orden que nosotros diéramos, fue por ellos que descubrimos, que la sede de la célula carmesí fue asaltada, y desmantelada, capturando a su líder. También descubrimos, que estaba pasando con la gente García en México, la cual habían conseguido dividirse, ver su compañero, para poder así llamar la atención sobre ellos, y tener más posibilidades de sobrevivir. Desde hacía dos horas no se sabía nada de lo que estaba pasando con ellos, porque habían cortado todas las comunicaciones, y se esperaba que en breve se reunieran en el punto de encuentro.

Cuando quedaban dos cajas de misiles por desactivar, varias las noticias llegaron sobre nuestros esposos, ninguna de las tres quiso saberla hasta que no hubiéramos terminado con nuestro trabajo. Debo ser sincera esa media hora desde que supimos, que llegaron las noticias sobre nuestros esposos, hasta que terminamos de desactivar el último misil, fueron los más largos y aterrorizantes de mi vida.

Narrador.

Mientras, en México, la agente García conseguía noquear al último de sus perseguidores, por fin era libre de reunirse en el punto que había acordado, con su atractivo compañero, que estos días había hecho el papel de esposo.

Temía que al llegar hasta donde habían quedado, y donde la esperaba varios agentes de confianza de la CIA, él no estuviera allí, eso solo podía significar una cosa, que no lo había conseguido, y para ella, después de todo lo que habían pasado, era algo que no se le ocurría pensar.

Cuando llegó a la plaza donde que se había utilizado como punto de encuentro, fue disfrazada y cubierta para no ser identificada, poco a poco el color de su pelo se había ido quitando el tinte temporal, dejando que el castaño claro natural de su cabello comenzara a resurgir, esto también le había ayudado a escapar de sus perseguidores, que buscaban una mujer morena determinada. Durante algunos minutos no pasó nada, miró a su alrededor a ver si es que no la localizaban, o no la habían identificado, aún tenía el pequeño corte que se había hecho en el antebrazo cerca del codo, cuando había esquivado un cuchillo de uno de los perseguidores que pretendía asesinarla, se lo había curado de forma rápida, y lo había limpiado con un antiséptico para que, con el calor, no se infectara, pero esa había sido toda su cura.

Pronto alguien se acercó a ella, mientras Susan estaba despistada, solo notó un calor por detrás, y alguien que la abrazaba contra su cuerpo, cogiéndola por la cintura, por un segundo intentó defenderse pensando, que, en su estupidez, había caído en una trampa, pero un olor fuerte que ella reconocía, le hizo quedarse quieta.

- "Me gusta más tu color natural es tentador, Susan García."- le dijo una voz en el oído besándole el cuello, y oliendo su pelo.

- "Pues tú necesitas un baño, Agente especial Mason Bishop."- le dijo está sonriendo, y viéndose en sus brazos para besarle los labios.

Mientras se besaban no se daban cuenta que estaban siendo grabados por algunos de sus compañeros, que ante esto dejaron de grabar, y comenzaron a recoger todo el material que habían, llevado a México para la protección de estos dos agentes.

- "Me llamo Ronald Creed, Susan."- le dijo el agente después de besarla.

- "Bien agente Creed, tienes muchas cosas que pagarme, una cena, un baile, un cine... y un revolcón en la cama, por dónde quieres empezar."- le dijo la decidida policía.

- "Yo me saltaría las tres primeras, y la sustituiría directamente a lo último."- le dijo el agente especial Creed, teniéndola aun en sus brazos.

- "Bien, cuatro revolcones, pero primero ... dúchate."- le dijo la agente apretándose de el con una sonrisa pícara, y algo de expresión de asco.

Vermont.

Que Andrew Cornell aceptará el duelo fue fácil, solo tuve que recurrir a la verdad. En un mensaje, le dije quién era yo verdaderamente, porque su padre se arrestaba ahora, incluso le dije que Isabel era más importante de lo que creía, ya que ahora Isabel, Sofía, esa mujer había desactivado sus misiles gracias a un dispositivo de su mejor amiga, su antigua inteligente trabajadora, que lo traicionado creando un dispositivo que anulase de un golpe, todo su trabajo.

Tenía que hacer que ese idiota se enfureciera. Como última parte, lo retaba a un duelo a muerte, dónde menos armas de fuego, podía utilizar las que quisiera, era la única solución que le daba honorable, a salir del problema en el que estaba metido.

Sabía que, como gran seguidor del islam, morir de forma honorable era la mejor manera de morir para ascender a lo que ellos llamaban Jannah, que era el cielo de los musulmanes, no tardó en llegar la respuesta de mi enemigo.

De alguna manera, Andrew veía en mí una forma de venganza hacia todos los que le habían traicionado. Y eso es lo que yo esperaba.

Quedamos en una parte apartada de los bosques de Cleveland, cerca de los grandes lagos, que yo había elegido estratégicamente, ya que estaba apartada de cualquier señal de móvil, o comunicación, salvo que fuera vía satélite, como eran los móviles de mis dos amigos, regalo de sus esposas. Justo allí, solo podían ir dos padrinos para cada uno, que en mi caso sería Smile y Dante.

Se había avisado a las autoridades para que no interviniera, no puedo intervenir hasta que todos los estamentos de la célula hubieran sido capturados y apresados, ya que, si no lo hacíamos a tiempo, los misiles podían activarlo cualquier miembro de la célula.

Solo quedaban cuatro horas, para que el amor de mi vida hiciera lo que tenía que hacer, yo confiaba en ella y sabía que, si le daba tiempo, lo lograría.

Así es como termine delante de mi rival, en una gran explanada del bosque, y con el arma elegida por él en mis manos, una espada árabe. Sabía que solo tenía que aguantar el tiempo suficiente para que, mi esposa, la mujer que amo, mi futuro, cumpliera su promesa. Y ella nunca faltaba una promesa. No lo iba a hacer yo ahora. 

El guardián de mi cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora