Capítulo XLVII. Progreso y castigo parte 3.

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Sofía (alias Isabel).

Pronto, como siempre que estoy con este hombre, la ropa sobró, y cayó a la primera, sólo me dio una orden, una que si lo llego a saber no la hubiera obedecido, pero yo ya estaba entregada, no pensaba.

- "Tienes que agarrarte al brazo del sillón con las dos manos, por ninguna razón debe solarlo, si lo haces, aunque sea sólo un segundo, no importa lo que te esté haciendo, aunque este dentro de ti, se acaba todo, ¿lo entiendes? ¿Hazme saberque lo entiendes, Sofía, o no continuo?"- me dijo al oído mientras yo estaba como mareada por los besos que había recibido mientras me desnudaba.

- "Lo...lo...en...en... entiendo"- le dije en un susurro ahogado, mientras mis pechos, mi piel y mi entrepierna dolían de impaciencia por ser tocadas, se puede decir que el He-man me había drogado, con sus besos, y ahora podía hacer de mí, lo que quisiera.

Mentira, estoy mintiendo, ya podía hacer hecho de mí lo que quisiera, desde el momento que comencé a comérmelo con los ojos, cuando él estaba en la fase de He-man evolucionado, pero eso queda entre nosotros.

Pronto mi cuerpo fue acariciado por sus expertas manos, demostrándome que, en esa única noche que pasamos juntos, ese hombre debió de hacer un croquis de mi cuerpo, porque si no me es incomprensible que, mientras me besaba para que ni siquiera pudiera gemir a placer, recorrido con sus expertas manos cada uno de esos puntos de mi cuerpo que me hacía temblar y gritas de placer, estimulándolo, sin detenerse, pese a que yo sentía que iba a colapsar de las sensaciones que me estaba provocando.

Al principio fue placentero, y hasta divertido, pero cuando olas y olas de placer te hacia tensarte, y tú ni siquiera podías tocarlo como era mi deseo, cuando ni siquiera podía gritar a placer para que tu cuerpo terminara de destensarse, cuando cada vez que subías a una cumbre y llegabas a la cima, en vez de descansar y recuperarte, este maldito te enviaba de nuevo a la siguiente sin piedad ninguna, no me quedo más que reconocer que, mi castigo estaba siendo muy duro.

En ningún momento entró en mí, para acabar con esta tortura que mi cuerpo estaba sufriendo, mi mente era una nube de sensaciones placenteras y orgasmo alucinantes, pero siempre me faltaba eso que se acumulaba en mi interior, deseaba, tocarlo, clavar mis unas en su piel, morder sus hombros mientras el entraba dentro de mí, de manera brusca, e intensa. Ni siquiera podía rogar porque mis labios estaban sometidos los suyos, bebiéndose cada uno de mis gemidos, y a todo esto, el muy maldito no quería complacerme, sabía que lo hacía adrede, sino porque me tenía amordazada con sus labios, y ataba mis manos con una orden que, ni se me ocurría romper, o todo acabaría, para que yo muriera de frustración.

En un momento él se alejó, liberando mis labios y dejándome respirar, para decirme.

- "Bien Jessica... ahora pide disculpas... o te seguiré ...cast...castigando"- me dijo medio jadeando.

- "Yo ... te...dese...deseo"- le dije ya que mi mente no coordinaba entre la frustración, y la sobre estimulación, era un maldito animal, en busca de su propio placer, me dominaba el instinto.

- "No ...equivocado... mexicana... sé que me deseas, como... yo a ti, debes de sentirlo, ya que estoy tan pegado a ti, pero no me refiero a eso, repite conmigo. Querido esposo"- me dijo con los ojos oscurecidos brillado de deseo, y una erección descomunal apoyada en mi entrepierna, que se frotaba contra mi encendido centro de placer, haciéndome temblar.

- "Que ... queri... ¡Ah! ...querido...esposo"-repetí como un autómata sin voluntad, jadeando.

- "Perdona por haberte hecho enfadar."- me dijo volviendo a mover las caderas, haciendo que yo lo rodera con las piernas, para que no se alejara de mí, mientras mis dedos arañaban la tela de brazo del sillón.

- "Per... perdona... por...haber... ¡Para me des ...desconce..desconcentras!"- me queje entre gemidos, sin poder terminar de repetir la frase.

- "¿De verdad quieres que pare, señora Wilson? "- me dijo con una sonrisa peligrosa en la cara, mientras sus ojos aprisionaban los míos, solo pude negar, me había quedado sin habla.

- "Bien continua, Perdona por haberte hecho enfadar."- me dijo con descaro, y autosuficiencia, y tomé una decisión, en ese momento no podía, pero me juré que esta me las iba a pagar el policía, y almacenado esa decisión en mi cabeza, cogí aire.

- "Perdona por haberte hecho enfadar."- dije de corrido, medio ahogada.

- "Bien no es tan difícil. Como has sido una niña buena, y has pedido perdón, te daré tu recompensa."- me dijo el descarado, haciéndome enfadar. Pensé en pararlo todo, y mandarlo a la mierda, así muriera de frustración, mi orgullo estaba comenzado a recuperarse.

Pero no me dio tiempo a reaccionar, el atento policía se había dado cuenta al mirarme que ya no era tan receptiva. Y que mis ganas de lucha estaban regresando, de un movimiento rápido, comenzó a besarme de nuevo, mientras, con delicadeza, introdujo uno de sus dedos en mi interior, arrancándome un grito de placer, con su otra mano liberó, mis brazos de su auto aprisionados, para que yo pudiera abrazarlo, y clavar mis uñas en su piel.

- "Ahora, ¡por favor!"- Fue lo único que pude decir cuando no aguante más sus caricias.

- "Lo sé preciosa, yo tampoco puedo más, me has vuelto loco."- me dijo entrando en mí, con delicadeza, más de la que yo necesitaba en ese momento, para iniciar esa danza más antigua que el tiempo, que nos trasporto a los dos unidos, mientras nuestros gruñidos y gemidos se entre mezclaban, para que finalmente estallamos los dos juntos, abrazados, sudorosos y totalmente satisfechos. Las marcas que ambos nos habíamos dejado en el cuerpo el uno al otro, de la extenuante pasión, eran visibles en ese momento, y lo sería por largos días.

- "Me volveré a portar mal, te aviso."- dije sonriendo, cuando por fin recuperé el aliento, abrazada a él.

- "Es algo con lo que cuento, deseo, y provocare, Señora Wilson. Y esto es una promesa"- me dijo al oído, con la voz ronca, besándome después en los labios.

Nada nos distrajo de esos momentos que pasamos en ese reservado, ni siquiera el teléfono donde había varios mensajes de nuestros compañeros espías, en los cuales, a diferencia de nosotros, habían anunciado que estaban ocupados por el resto de la noche, y que nos veríamos mañana para oir los audios, y que yo pudiera traducirlos. Al parecer esa noche, no fui la única castigada. 

El guardián de mi cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora