Capítulo LVIII. Traspasando límites.

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Narrador:

- "No me importa lo que haya ordenado mi padre, te doy doce horas, para que te hagas con ella, y recuerda, que no soy tan magnánimo como el Gran Sayyid, por eso fui elegido su sucesor. Esta la noche, Isabel Wilson está en mi Jet privado, rumbo a Armenia, o responderás ante mí."- la voz de Andrew Corneld, se oía perfectamente, a través de la mampara que lo separaba de la oficina dónde se encontraba en ese momento, Cotton Macferson.

El haber sido responsable del intento de asesinato de una de las obsesiones de su jefe había provocado que perdiera parte de su confianza, así que había asignado el secuestro de la señora Wilson al tercero de aborto, Vicent Freeman.

La maldita obsesión que tenía el CEO de Corneld, no era debida al interés que tenía por esa mujer, sino más bien porque por primera vez, el marido de la mujer que le había atraído, se le había enfrentado. y le había ganado. Esto lo tenía muy claro Cotton, el asistente sabía que, una vez que tuviera a la señora Wilson en su poder, se cansaría rápidamente de ella, tras ser sometida y anulada, a través de la tortura, el hambre y el aislamiento, fácilmente esa bruja se iba a doblegar a la voluntad de su Sayyid, y se volvería, como todas, en una perrita obediente, que se arrastraría por recibir la caricia de su amo, y si no lo hacía, moriría.

Pero verdaderamente, y Macferson lo tenía claro, lo que su Sayyid disfrutaba verdaderamente, era ver cómo vencía a sus oponentes, los maridos de estas, para su jefe las mujeres era objetos de uso, sólo servían para darle hijos para su guerra santa.

Sus verdaderos rivales eran hombres, y no cualquier hombre, en estos momentos Vermont Wilson, era su único gran desafío. Le había sentado muy mal haber sido vencido por él, y si a esto añadimos, que vio como una traición que su asistente se aliara con su padre para acabar con la única manera que tenía él de vengarse de Vermont, se podía decir que Andrew Cornell había perdido totalmente el norte, y la importancia de la misión que ya tenían que realizar.

La Nahaei se iniciarían en un día, los microchips ya estaban en las fábricas para ser insertados en los misiles, y no podían permitirse, que, por esta maldita obsesión, el futuro gran Sayyid, perdiera su puesto de poder dentro de la célula, por perder la confianza de su padre, en favor de alguno de sus hermanos.

Por mucho que ahora mismo, Cotton Macferson, hubiera perdido la credibilidad frente a su jefe, este solo velaba por él, pretendía que fuera un referente en la Guerra Santa que se avecinaba contra los infieles, que estos lo temieran y que fuera recordado como el gran salvador del islam.

Era comprensible que su jefe tuviera debilidades, más cuando había sido retado de la forma que fue, por el maldito Vermont Wilson, pero no podía permitirse que lo hiciera en estos momentos y menos aún que la cúpula de la célula se enterara de las obsesiones que reinaban en la cabeza de su futuro líder, para ellos, su líder no debía tener debilidades.

Esta obsesión de su jefe era un secreto que había mantenido durante años, y que solo conocía su padre, el Gran Sayyid. Muchas veces había salvado, a su Sayyid, de cometer alguna imprudencia debido a su obsesión de enfrentarse a otros hombres, robándoles sus mujeres, para volverla sumisas y obedientes a él, pero en realidad, hasta ahora, nunca se había topado, con un adversario tan hábil y potente, como era el señor Wilson.

Sabía que no tenía tiempo, tenía que acabar lo que había empezado antes, de que su jefe logrará sus objetivos, sí Isabel Wilson desaparecía de la ecuación, muy probablemente, tras deshacerse también del señor Wilson, su jefe volvería al camino, y sería el gran artífice de la peor derrota que iba a sufrir los infieles que había provocado la muerte y tortura de su pueblo.

El guardián de mi cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora