Capítulo 13

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—¿Cuándo pensabas decirme que fuiste al castillo princesita? —preguntó Meredith.

Me incorporé de la cama al ver que su humor era el mejor que había escuchado durante ese año.

—No pensé que fuera necesario, ¿Quién te dijo?

—El rey — me sonrío.

Toda mi vida había crecido con esa Meredith a la que apenas le importaba mi presencia, pero en cuanto teníamos alguna interacción se comportaba amable, desde que ocurrió aquel accidente en la fiesta había estado tratándome con su peor lado.

—¿A ti no te ha preguntado cómo se llaman nuestros padres?  —me habló con cierto brillo en los ojos

—Sí, lo hizo en cuanto nos vimos.

Mi hermana se aplicaba labial en frente del espejo aun cuando yo ya había salido de la cama —y eso costaba bastante tiempo— por alguna razón desde  que regresé a mi casa sentía que algo no iba bien, y realmente me preocupaba el que no hubiera llegado correspondencia de mi hermano esta semana.

—¿Todo va bien contigo? —pregunté después de darle mil vueltas al asunto.

—Sí princesita.

Tal vez era muy infantil el que yo me sintiera feliz al escucharla llamarme por el apodo que me puso mi padre, pero realmente me sentí así.

—¿Segura?

—¿Por qué lo preguntas?

—Pues, no sé.

—Tengo que irme o llegare tarde a clases, la abuela salió temprano.

Salió por la puerta a un paso apresurado mientras yo sonreía recordando las veces que jugábamos a "la cocinita" ; Mike era el encargado de ir a comer, mientras Meredith —quien siempre reprocho de jugar como pequeña— era quien tomaba su orden, yo preparaba los pasteles de lodo, con flores cortadas de algún lado como adorno, si me preguntaran que momento de mi vida es el que más añoro les diría ese, en donde nosotros reíamos porque Mike fingía atragantarse y mis papás nos observaban con un brillo en sus ojos que estaba segura no volvería a ver.

Me levante de la cama justo unos minutos después que mi hermana se fuera, ese día no tenía que ir a la escuela, pero si tenía que ir a trabajar, y si bien me iba, doblaría turno.

—Llegas tarde —me informo mi jefe.

—No es cierto —protesté.

—Esa maña tuya de protestar —vociferó.

—Lo siento, es solo que no he llegado tarde.

—Si yo digo que llegaste tarde, lo hiciste.

—No...

—Ya niña, limítate a trabajar.

Y como mi rutina de siempre lo hice, trabajé, hasta que él idiota de mi jefe decidió que era tiempo de darme en descanso, estaba comiendo  las galletas que preparó la abuela para mí  esa mañana cuando una de mis compañeras de trabajo entró al cuarto de descanso. 

—Keyla —me llamó María.

—Dime.

—Te buscan en la caja.

Solo esperaba que no fuera el idiota de mi jefe, queriendo brindarme más obligaciones, sin embargo, me alivié al ver que no era mi él, más bien era un joven que parecía un espía de la edad antigua.

RUMBO A LA SALVACIÓN DE UNA MONARQUÍA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora